Cuando mi nieto Luis en 2011 me preguntó que si Don Quijote había estado en El Puerto. Le dije que no. Me dijo que El Puerto era una ciudad muy importante y que Don Quijote debería haber estado aquí. Así que le escribí este capítulo apócrifo, con lo que se quedó muy contento: De como Don Quijote se internó en tierras del Duque de Medinaceli y de lo que aconteció en El Gran Puerto de Santa María.
DE CÓMO DON QUIJOTE SE INTERNÓ EN TIERRAS DEL DUQUE DE MEDINACELI Y DE LO QUE ACONTECIÓ EN EL GRAN PUERTO DE SANTA MARÍA.
Medianoche era por filo cuando Don Quijote, muy cansado, llegó a la altura de un lugar que llaman Buenavista, en la parte más alta de la Sierra de San Cristóbal Gigante, luego de haber dejado a sus espaldas a Jerez, que era tierra de realengo.
Mandó a Sancho que se adelantara para pedir aposento en la Venta del Melero, que era de un tal Bochoque que tenía colmenas, lugar donde el escudero oyó tanta algarabía que no parecía sino que había fiesta y de mucho fuste, porque, todos gritaban y llamaban por su nombre a un tal Tío Gregorio, que la organizaba junto con varias gitanas, sus prójimos y sus nobles progenies.
Cuando Don Quijote llegó, ya Sancho le había conseguido acomodo, en un soberado, y se estaba en el punto en que todos aclamaban a una tal Preciosilla que tocaba el panderete y había cantado un romance en tono correntío y loquesco.
--Señora, dijo Don Quijote, inclinándose y alzando la visera de su yelmo, ¿nó seréis, por ventura, la gran Duquesa de Medinaceli y de Segorbe, dueña de estos estados? Todos, al oírlo, dijeron que sí, que lo era, y le conminaron a que dijera su gracia y razón, pues era recién llegado. --¿Es que no habéis oído hablar de Don Quijote de la Mancha? Pues yo soy en carne mortal que vengo a este Gran Puerto a la búsqueda de maese Pedro Niño a quien injustamente han apresado y lo llevan a las galeras del Rey por diez años. Al oír ese nombre, todos callaron. Don Quijote, atento, escuchó la historia de Pedro Niño de boca del Tío Gregorio, de quien era conocido antiguo:
--Mirad, señor Don Quijote, buena acción haréis con liberar a maese Pedro Niño, maestro herrador, honrado, como todos nosotros, que ha caído en manos del Señor Conde de Niebla, Capitán General de las Costas del Andalucía, que tiene jurisdicción exenta en estos estados del Duque de Medinaceli, y manda hacer levas y prisiones basado en las premáticas de los Católicos Reyes Don Fernando y Doña Isabel e incluso en las del Emperador, siempre que hacen falta buenos bogas. Desciende Pedro Niño, como nosotros, del Pequeño Egipto Menor, y se nos impone, dejar nuestra lengua que llaman jerigonza, nuestros trajes y nuestras costumbres; se nos prohíbe tener bestias mayores y menores, practicar la herrería y la calderería, que siempre se dijo “Tantos gitanos, tantos caldereros”, y tomar señor amo, so pena de doscientos azotes o, en caso de reincidir, de seis a diez años de galeras, que es, como si dijéramos, la muerte civil. Se nos acusa de ser ladrones y de haber nacido para ladrones…
Al oírlo, Sancho, que callaba, dijo en voz alta: --Al amparo de los gitanos roban muchos castellanos, como se dice, que es bueno que los haya para hacerlos culpables de cualquier ruindad que otros cometan.
--Cierto, prorrumpió el Tío Gregorio, pero ya estamos hechos a todo que, como cantaba mi padre como un león herido,
Para los hombres se han hecho
los grillos y las cadenas,
cárceles y calabozos
y presidios y galeras.
--Callad, dijo Don Quijote, que prestar tal conformidad a esa suerte, no es sino de gente acomodaticia y nada pagada de su honorabilidad y buena vida. Y pues, Señora, prosiguió dirigiéndose a Preciosilla, como quiera que he de andar por vuestros estados, os ruego me otorguéis cédula, pasaporte y salvoconducto para que no se me ponga traba, ni obstáculo, a fin de encontrar y liberar al muy honrado maese Pedro Niño y a los que le acompañen.
--Sea pues, dijo el Tío Gregorio, que se sirvió de su amanuense, Alonso el Cantoral, al que dictó, con voz solemne y pausada un “sepan cuantos….” y, luego, en voz baja y discretamente, el resto, terminando con que “yo, la Duquesa, lo signo y firmo”, ofreciéndolo a Preciosilla para que suscribiera el instrumento que había redactado, que no lo pudo hacer, sino con la señal de la Santa Cruz, por no saberlo signar y firmar de otro modo.
Satisfecho Don Quijote, agradeció el gesto, besó la mano a Preciosilla y se retiró al aposento que Sancho le había procurado, mientras el escudero marchó a dar de comer un pienso cumplido de cebada a Rocinante y a su jumento.
Cuando Sancho entró en el soberado, Don Quijote ya roncaba a pierna suelta, por lo que, poniendo, con mucho sigilo, de cabezal la albarda, se decidió dormir sobre ella y esperar el nuevo día.
Muy de mañana, cuando los gallos cantan a la aurora, Don Quijote dio cuenta de su persona y ordenó Sancho que le armara de todas las armas, pues la jornada se presentaba dificultosa. Despedidos de la venta, se encaminaron, dejando atrás el Rancho de Linares, San José del Pino y las Huertas de Romero hasta un paraje extramuros, que era el Convento de los Padres Victorios, donde Sancho preguntó que adónde estaba la cárcel de galeotes. Le dijeron que se dirigiera, por la margen del río, hasta la calle de los Alquiladores.
Al pasar por Pozos Dulces, en aquella dirección, un grupo de zagalones, al verlos de la forma en que iban vestidos y arreados, los apedrearon, desde lo alto del puente de barcas, al grito de –Mirad a Durandarte y a Montesinos…, a lo que Don Quijote, muy ofendido, respondió que Durandarte no lo era porque yacía muerto a la sombra de una verde haya y que él estaba vivo y que Montesinos tampoco, porque su escudero, Sancho, no había alcanzado la orden de la caballería. Siguió haciendo consideraciones sobre la mala educación que los padres dan a los hijos y, picando espuelas, se apartó del lugar.
A la altura de los estribos de la antigua puente romana, Don Quijote divisó amarradas a él varias galeras enramadas, como una escuadra, y, más adelante, a la altura de una plaza, en el río, otras muchas galeras y galizabras, entoldadas, y con grímpolas y gallardetes, como si alguna fiesta tuvieran en la armada. Y ello fue que, como era domingo, en la capilla de galeras que esta abierta al río, el capellán, don Vicente de Cañas Trujillo, estaba diciendo misa para los galeotes que la oían aherrojados en sus bancos y, por ser Domingo de Ramos, las galeras se enramaban y engalanaban.
Con esas nuevas que le dieron, Don Quijote pasó el Vergel y la aduana del Duque y, por la calle del Palacio, tomó la calle de la Misericordia y se internó en la calle de los Alquiladores, donde estaba la cárcel.
En ese punto, entraba por las puertas una cuerda de presos, a pie, con grillos en las manos y unidos unos con otros con cadenas. Don Quijote al verlos, sin descabalgar, se acercó al Alguacil de presos y le preguntó que qué gente era aquella y, en nombre de la Señora Duquesa de Medinaceli y Segorbe, le exigió cuenta y razón de la causa por la que aquellos hombres estaban presos. Como el Alguacil les dijera que eran gente para las galeras del Rey, Don Quijote, adivinó que entre aquella estaría maese Pedro Niño, el herrero, y, sin pensarlo más, tomo la lanza, la puso en el ristre, y corrió espuelas por los ijares a Rocinante, arrollando a todo un piquete de soldados y al Alférez que iba al frente de ellos, reclamando la libertad de aquellos desgraciados.
Al punto salieron los guardas del presidio y, amenazando con arcabucear al atacante, lo redujeron echándole por encima una red, lo descabalgaron y, forcejeando, lo ataron y rodearon con cordeles, empujándolo para dentro hasta que lo tuvieron, luego del primer rastrillo, en una celda. --Sabed, gente despiadada, dijo Don Quijote, que traigo conmigo carta, cédula, pasaporte y salvoconducto de la Muy Gran Señora la Duquesa de Medinaceli y de Segorbe y exijo mi inmediata libertad y que se me desagravie, por mi condición de estar armado caballero.
La chusma se mofaba de él diciendo que había ingresado en un lugar de jurisdicción exenta, propia del Muy Noble y Gran Señor Conde de Niebla, Capitán General de las Costas del Andalucía y que quien entraba allí terminaba en las galeras.
Sancho, que había quedado fuera, testigo de aquella villanía, lloraba apoyado en el guardacantón de la esquina, abrazado a su asno al que tenía de cabestro con una mano y, con la otra, a Rocinante de riendas; recogió las armas de su amo, pues los guardas lo desarmaron y las arrojaron a la calle y aguardó mejor momento.
Los tres días con sus noches, en que Don Quijote estuvo preso, y antes de que lo sacaran, con los otros de la cuerda para llevarlos al muelle, Sancho permaneció a la puerta de la cárcel tratando de interceder, ante el Alguacil, por Don Quijote y, luego de malvender algunas cosas de las que llevaban, logró cohechar a un portero que, de madrugada, puso en libertad a su amo y señor, por la azotea de la cárcel, y saltando a la de la casa vecina que estaba en ruinas, salió a la calle, donde se encontró con el buen Sancho, que besaba sus manos y daba gracias a Dios al ver a Don Quijote libre, aunque maltratado.
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Llegados a la Alhondiga, Don Quijote fue nuevamente armado por su escudero, montaron en sus cabalgaduras, tomaron la calle que comunica con el arrecife de Jerez, y, sin parar, llegaron a Buenavista, en lo alto de la Sierra de San Cristóbal Gigante, donde Don Quijote juró por la cruz de su espada, no entrar más en lugares de señorío y, mucho menos de señoríos con dos jurisdicciones, sino andar por lugares de realengo, que son del Rey de Castilla, de León, del Andalucía, de Granada, de Aragón, de Navarra, de Murcia, de Sicilia, de Nápoles y de Jerusalén. | Texto: Luis Suárez Ávila
Se nota su dominio y su profundo conocimiento de El Quijote y de las Novelas Ejemplares de Cervantes
Me ha impresionado muy gratamente tú capacidad creativa y tu vasto conocimiento sobre la historia de El Puerto. Mi comentario humilde y sencillo, para destacar tu amplia cultura y tu prosa cervantina;lo hagohaciéndome dos preguntas tan imaginativas y de ciencia ficción como esste capitulo apócrifo: ¿habría sido trasladado Don Luis a El Puerto de la segunda mitad del XVI y principios del XVII, y haber sido testigo directo de las aventuras acaecidas a a Don Quijote Sancho, durante su permanencia en nuestra ciudad? y, si alguien hubiese podido incrustar este capitulo ficticio en la novela original ¿se hubiese percatado el propio Don Miguel de Cervantes de ello?. No dejes nunca de escribir.Un fuerte abrazo.
Genial como siempre Luis.
Mi hermano Luis, siempre tan ameno : esta vez con este divertido capítulo apócrifo de Don Quijote en El Puerto en el que saca a la luz, una vez más, su amplia y profunda cultura.
Qué maravilla de prosa cervantina la de Luis Suárez Ávila. El Manco de Lepanto habría firmado gustoso este capítulo, incluso con su mano maltrecha.