Empieza a sentirse desde Jerez, un bofetón salino de mar y palmas verdes. Un trasmín a ostión y a toro bravo, a pinar y a marea baja, a piedra noble, a Vino Fino y a ternura. El Puerto de Santa María, bosque de torres y mástiles, camina --como el de ‘Macbeth’, aunque benignamente-- hacia los grandes cielos del verano. El Puerto. ¿Quién más quién que El Puerto?| En la fotografía, el autor del texto, Fernando Quiñones.
Albéniz lo despide, con un trémolo lejano y lagrimeante, allá por los últimos compases de la página pianística que le dedicó: Pio Baroja, el de las duras marea, lo declara lugar ideal del mundo para vivir y morir: Rafael Alberti lo vive a diario en el recuerdo, desde las barrizas riveras del Mar del Plata; un libro de muy próxima apariencia, ‘El Puerto en la literatura’, recoge a lo largo de más de quinientas sabrosas páginas cuanto ya se ha cantado, dicho, meditado, sentido, sobre la Ciudad de Santa María y la memoria de sus naos.
Hoy, y de cara a las gozosas barandas del verano, deberíamos preguntarnos todos si es indispensable alterarle el rostro y el sentido a Agosto, a Julio, a Junio. Los tiempos cambian. ¿Con qué habría de quedarse? ¿Con un verano reducido a ‘twists’ al aire libre, barras con ‘gin fizz’ y medios wiskies, canoas con motor fuera borda y teléfonos no muy distantes? ¿o con el golpetazo de la ola en crudo sobre el cuerpo, la arena sabrosamente cálida, la media botella con tapa de mariscos y, en fin, la tradición encasquetada sobre los ojos, como un jipi estival? Cabe aún establecer mayores y más democráticas diferencias: las de las fiambreras con picadillo de atún, la entrada de andanada de sol para los toros y las inderogables alpargatas. ‘ejercidas’ por el veraneante en cada momento y ocasión. Sobre ser de tipo estrictamente económico, estas distinciones revista más profundo carácter. No vale equivocarme: significan, sobre todo, diversos tipos de entender el mundo, y, en consecuencia, las dudas de elección que plantean son cosa más grave de lo que parece... El Puerto de Santa María ha entendido esta gravedad y, tomando con manos hábiles el gran cuerpo exultante del verano, su gigantesca materia dorada, ha sabido escindirla y acomodarla a todos los gustos y bolsillos.
La playa de Fuenterrabía, los moteles de lujo y, en una palabra, el estío entendido como tiempo presente, están allí para quien los quiera; Valdelagrana, feudo hasta hace muy pocos años de gaviotas y coquinas, brinda luego una gradación distinta --acaso más desenfadada y amable-- y una playa monumental con Cádiz como telón de fondo, a los partidarios de lo intermedio en todos los órdenes; La Puntilla, en fin, asume con firme mano, hecha a mariscar y a recordar todas las virtudes tradicionales y democráticas, como en las tiendas de confecciones, en El Puerto, fuera de él y para él podría manejarse el siguiente slogan alusivo a aquel estío deslumbrante: “Su verano a su medida”.
Pero un Puerto aun más recóndito y adorable es el de sus siete y ocho de la mañana en verano, con la luz de la bahía llenándolo todo y una profusión de menudas pero importantes situaciones dispersas a lo ancho de la Ciudad: un grupo de chiquillos desnudos bañándose en el río y alborotando como gaviotas, el aire tranquilo de los pesqueros y las riberas, una estampa que hubiera conmovido a Mark Twain; el grave silencio, al sol, de esas maravillas, que son la plaza del Polvorista, el Castillo de San Marcos o la Prioral, primorosa y achatada como capitular de un códice; el olor de los churros nuevos, expandiéndose por la brisa de los puentes y el Parque, desierto en la hora temprana e inocente siempre; el rebrillo del sol en el azulejo de una torreta con vocación de catalejo... Cúmulo de ocultas gracias, delicadas minucias, que estallarán más tarde, a la sombra de la fiesta bodeguera o el esplendor de la corrida de gala, al sol generoso de las playas y los pinos, en colectivas manifestaciones de bienestar y alegría.
El Puerto: puerta de la gloria. cuento azul, amarillo y verde en medio del verano glorioso. Pagano, morito y cristiano cacho de paraiso, en donde de verdad,
caracolea el sol y entran los ríos
empapados de toros y pinares,
embistiendo a las barcas y navíos.
Como la ciudad de la saga de Brunhilda, poblada por la gracia antes que por los hombres, tú si que has biensabido hacerte y elegir. | Texto: Fernando Quiñones.
| Artículo publicado en Diario de Cádiz, el jueves 3o de agosto de 1962, con el que su autor obtuvo el Premio ‘al mejor artículo periodístico que exalte los valores turísticos de El Puerto de Santa María’ en los Juegos Florales.
Inmejorable descripción del puerto de santa maria.