Querido Eulogio, te escribo esta carta porque necesito desahogarme. El mundo está loco. Aquí en el Cortijo y aledaños de los señoríos, está todo al revés. Ya hacía años que veníamos comprobando que la cosas se estaba trastocando y enturbiando. Estamos cada vez peor.
Hace ya unos cuantos días, el señorito tuvo que prescindir de la mitad de la plantilla, porque el cortijo —decían— no se mantenía. Gervasio, el gañán de campo que le lleva las bestias al señorito, empezó a echar más horas por el mismo salario, pero como no lo despidió y le daba para llevarle el mendruguillo de pan a su familia, pues no se quejó.
Luego a Clotilde, la sirvienta, le subió las horas y le bajó el sueldo. La cosa estaba complicada y antes que volverse al pueblo con una mano delante y otra detrás, pues claro, accedió. Y agradecida también, oye. Ya se sabe que hoy, más que un derecho, el trabajo es un favor que te hacen. Y hay que agradecerlo.
Aún así, cuando ya lleva doce horas trabajando y piensa en su sueldo, Clotilde pone vestido de limpio al señorito en cuantito le da la espalda. No lo hace de frente, porque como hay cuarenta en la cancela mendigando trabajo, pues a ver quién abre el pico. No sabemos muy bien si no es capaz de decírselo a la cara por miedo o por necesidad. O por las dos cosas juntas.
La cosa es que el señorito cada vez está más insoportable. Fue precisamente por esa época, cuando la reducción a Clotilde, cuando el señorito puso un cartel en la puerta que rezaba: Bienvenidos, no se permite la entrada con dignidad a esta parcela. Aquí se viene a trabajar.
Tras estos primeros atisbos, la cosa ha ido a peor en estas tierras. Ya no puedes fiarte de los señoritos, ni confiar en los sirvientes, que —se supone— son tus iguales. Si no te roba el de arriba, te roba el de al lado. Y también te roba el de al lado cuando llega arriba y el de arriba cuando pasa por tu lado. Un lío to.
Por si fuera poco, de un tiempo a esta parte, ha salido un señorito —que antes era un encargadillo de segunda, muy bien arrimado—diciendo que defiende al pueblo. Claro, los señoritos encantados y el pueblo, que parte tiene el mismo sentido crítico que el mango la espiocha, se lo cree. Ese mismo pueblo se creyó también hace un tiempo a un gañán que decía que no venía para señorito. Aunque esto tenía más sentido, para que confiásemos en él, al final ha terminado como señorito. Aunque él sigue diciendo que defiende y mira por los jornaleros. Lo que pasa que ya los mira desde arriba. Total, ná.
Para colmo de todo esto, el único trabajador; coherente, digno, sensato y que podía sentar cátedra y plantarle cara al señorito de forma consecuente cuando había que hacerlo, falleció hace unos días. Y lo malo es que no hay ahora mismo nadie que sea capaz de mover el martillo con la elegancia y el talante que él lo hacía.
Para terminar, decirte que la última filigrana de nuestro querido Señorito, Esmirriao de Santa María, es salir con sus amiguetes, con la bandera a la espalda —como si fuera un mosquetero—, cacerola y espumadera metálica en mano, a formar ruido y alboroto, porque no están contentos y quieren que cambie el alcalde nacional.
Bueno, eso creemos nosotros, los trabajadores de la finca. Ellos dicen que es por dignidad, pero los trabajadores de la finca hemos salido muchas veces a defender eso y ellos nunca han estado a nuestro lado. Cuando vendieron la casa de socorro, tampoco movió el señorito un dedo. Cuando hablamos de querer mejorar la escuela del pueblo, con maestros de calidad y para todos, se reían de nosotros. Vamos, que lo de la dignidad es muy relativo; como lo del señorío.
A mí que el señorito salga de esa guisa todas las tardes, me provoca un poco de risa, la verdad. Que lo haga el Marqués de Condumio, se entiende, porque tiene un imperio; pero esta criatura, que lo que tiene son dos míseras faneguillas en buena zona del pueblo, con cuatro hierbajos mustios y tres empleados —bien empleados, pero mal pagados—, pues no, sinceramente.
Y yo no lo he visto —porque no lo acerco—, pero Gervasio, que lo lleva todas las tardes en coche caballos hasta la cancela del cortijo para que pueda manifestarse sin tener que ir andando, dice que hay cada vez más gente de bien con las cacerolas. Fíjate, lo que son las cosas, que nosotros estamos convencidos de que gente de la que está ahí, con su cacerola en la mano, no ha puesto un puchero en su vida. Y todo el mundo sabe que no se puede ser gente de bien sin saber poner un puchero o, por lo menos, lo que cuesta buscarse los avíos mirando las cuatro perras gordas.
Te dejo, Eulogio, que me llama el señorito para que le diga dónde está la espumadera y la olla, es la hora de la pataleta.
Espero que estés bien por las Américas. Cuídate mucho, que allí me han dicho que recomiendan unos mejunjes muy raros para los resfriados. No te deje de llevar por lo que digan, que aquí el alcalde nacional tampoco está muy fino con los datos y lo mismo quita diez de donde había tres. Muchos besos. | Viñeta y texto: Alberto Castrelo.
Ladran, castrelo.... Cabalgas, pues. Felicidades.
Tampoco os agobiéis. El "15 M pijo" va a durar lo que tarden en abrir el Club Gourmet de El Corte Inglés. O hasta que les dejen desplazarse a su chalet en Cádiz. Es dispersita esta gente y aún están en Primero de Manifa. Aún no han llegado a "Qué hacer si aparece un policía a caballo" o "El sentido ontológico de los contenedores de basura"... Pipiolos.
El chiste es mejor que la fábula. El dibujo mejor que la demagogia. El razonamiento siempre sería mejor que la crítica gratuita y sin sentido, más allá del rencor y los lugares comunes de quienes siempre dejan las cosas peor de lo que la encuentran. Y un poquito de curiosidad por la situación personal de los pacíficos manifestantes vendría de cine.
Mejor que lo dejes sólo en el dibujo. Ganarías mucho.
Castrelo, Venezuela es un buen ejemplo, por eso mencionas a América ¿no?