Las dos escuadras formada por San Juan y Postigo con la callejuela de los Curas, después llamada de Jesús, María y José, pertenecía a un rico comerciante y hacendado irlandés llamado Miguel Funosey que, además de una magnífica casa principal con fachada a la de San Juan (junto a la recientemente rotulada plaza José Lucas Morillo León) y correspondencia con Postigo, tenía otras dos más en dicho perímetro, cuadras, cocheras, almacenes, granero y bodegas.
Miguel Funosey Hore había nacido en la ciudad de Dungarvan, en el reino de Irlanda y era hijo de Bartolomé Funosey y Elena Hore. Ejercía el comercio en Cádiz, donde estaba avecindado, en sociedad con Guillermo Power y otros, siendo propietario además de las fincas mencionadas en El Puerto de Santa María, una en la isla de León, reedificada de nueva planta que tenía cedida al encargado de sus viñas jerezanas, dos extensas fincas que juntas, sumaban medio centenar de aranzadas.
En las bodegas anexas a su casa portuense almacenaba selectos vinos para su consumo y el de sus socios, así como otros de menor calidad y una gran cantidad de aguardiente para comercializar. En la cochera varios carruajes de dos y cuatro ruedas, bien engrasados y prestos para ser utilizados y en la cuadra cuidados ejemplares para su enganche o monta. Excelentemente relacionado, plenamente integrado en la selecta y culta sociedad mercantil gaditana de la época, dinámico y laborioso y también amante de los placeres de la vida, parece era algo indeciso en el terreno amoroso, apuntando en todas las direcciones. Sea como fuese, sus criados de la casa de El Puerto no pudieron por menos de escandalizarse, aunque posiblemente no lo manifestaran, cuando se presentó de improviso una noche –corría el año de 1760- y bajando del coche vieron acurrucado entre sus brazos un envoltorio de pulcra ropa del que se escapaba un frenético y agudo sonido: el llanto de un bebé hambriento.
Una doncella de confianza llamada María Gallegos fue la encargada de buscar urgentemente a un ama de cría y, a partir de ese momento, de ocuparse de la crianza del… ¡hijo del Señor! Sería bautizado cristiana y discretamente con el nombre de Miguel de los Santos por el que dijo ser su padre, y como tal lo reconoció por su hijo, a todos los efectos, en el testamento que redactó 25 años después, en 1785. Le dio su apellido, lo crió y mantuvo a su costa y bajo su techo, le proporcionó educación y le dejó una importante herencia cuando unos años después falleció, llevándose a la tumba el nombre de la madre. Murió Funosey en Cádiz, el 17 de octubre de 1791. Su hijo natural, Miguel de los Santos Funosey fue declarado como único y universal heredero, recibiendo entre otros bienes cuatro casas en El Puerto, dos fincas rústicas en Jerez, de tierras de labrar y viñedos, con casas de piedra, lagar y enseres de vendimiar así como el bodegón anexo a la casa principal de San Juan, que en las últimas décadas se utilizaba como aparcamiento y tenía su entrada por la calle del Postigo, conteniendo vinos, aguardiente y vasijería.
No obstante lo indicado, en el testamento antes mencionado, el Sr. Funosey proporciona algunas pistas sobre la identidad de la madre. Refiriéndose a su paternidad, indica textualmente: “…con una señora de Honor y circunstancias y de estado viuda de más de seis años que ya es difunta, y siendo yo soltero, cuyo nombre no expreso por las indicadas cualidades hube por mi hijo natural, suyo y mío, a don Miguel Funosey.”
En un primer momento creí haber descubierto, o al menos haberme aproximado, a la identidad de dicha señora, al cotejar algunos de estos datos con los de personajes reales y contemporáneos a Funosey, especialmente los más cercanos a él. La esposa de su tío, María Lee, por ejemplo, algo ligera de cascos y de acusada sensualidad, al parecer, pues resultó escandalosa en todo el Cádiz de su época la relación que tuvo al poco tiempo de enviudar, con un joven soldadito de 20 años –ella tenía 43- con el que casó secretamente, posiblemente embarazada y se divorció poco después al abortar, teniendo que mantener de por vida al exmarido, desterrado de Cádiz, con orden de alejamiento. Esta pariente política del Sr. Funosey era, sin duda, dama de honor y pudo existir una relación íntima aislada y circunstancial, que es lo que parece quiso decir veladamente Funosey.
En 1785, fecha de realizar dicha revelación, hacía seis años que había fallecido, la misma cifra que indica llevaba en estado de viudez la dama anónima, dato este que no correspondería con la situación real de María Lee que, en la fecha en que supuestamente hubiese concebido un hijo de su sobrino político, estaba aún casada, es decir, vivía el marido. Este último dato desbarata en cierto modo la hipótesis expuesta, sujeta tan solo con la presunción de que, si hubiese sido así, Funosey habría indicado lo de viuda para despistar, no evidenciando la indignidad de la dama, de acuerdo con la moral al uso. Sobre la excelente relación de Miguel con esta familia y, muy especialmente con su prima María Gertrudis, única hija de María Lee, es prueba suficiente el legado que le dejó, tras su muerte, consistente en una pensión de 120 pesos anuales mientras viviese.
El hijo, Miguel Santos, estaba recién casado cuando heredó los bienes del padre, pasando a ser de una especie de mantenido, a todo un hacendado, con un importante caudal. Su esposa se llamaba Josefa Campos, teniendo el matrimonio dos hijos: María del Carmen y Miguel Funosey Campos. Durante unos años vivió con una cierta opulencia en las casas de San Juan, siendo uno de los últimos propietarios de esclavos, pues le conocemos uno, de raza negra, llamado Antonio Joseph, de 14 años, citado en el testamento que hizo en 1800, hallándose ya en esa fecha enfermo en cama. Cuando falleció su viuda e hijos debieron liquidar todos estos bienes, dejando de habitar la casa de calle San e instalándose en otro domicilio, perdiendo, a partir de ahí la refeerencia de esta familia. | Texto: Antonio Gutiérrez Ruiz | A.C. Puertoguía.
Muy interesante. No te acostarás sin saber una cosa mas. No tenía ni idea de esto, Felicidades Antonio