Yo no sé en el de ustedes, pero en mi Facebook y en mis pantallas, en general, todo anda patas arriba en estos días. En mi casa –y en el mundo- todo está al revés. Porque hasta hace poco más de una semana, sacar al perrito a última hora de la tarde era una ardua tarea que nadie en casa quería hacer, destinada a los aventureros guiados por la obligación o la resignación. Lo mismo ocurría con la basura. En esta última semana para hacer estas dos tareas, en muchos hogares, ahora hay conflicto. Hablando en términos de mercado: estas dos acciones se han revalorizado, sufriendo un aumento la demanda que -en la mayoría de los casos- supera la oferta. Yo al ser hijo único no tengo ese problema, todos los focos están en mi persona y el mercado solo depende de mí. Digamos que tengo el monopolio de los paseos diarios.
Se han revalorizado estas insignificantes tareas, como se han revalorizado las funciones de cajer@s, reponedor@s, personal de limpieza, transportistas, celadores, médicos, enfermeros e -incluso- la propia sanidad pública. Realmente no es que se hayan revalorizado, siempre han tenido el mismo valor, lo que pasa es que el valor depende de la percepción personal y como este mundo nos está haciendo de hojalata y aire, pues no percibimos como valioso nada que no arroje dividendos o alimente a ese monstruo llamado losmercados en nuestro día a día.
Pero el mundo ha frenado en seco y nos ha hecho derrapar en la esquina de la comodidad.
Y, de repente, todo cambia; lo que era primordial ha desaparecido y tras ese humo aparecen las cosas que siempre tuvieron valor, pero parecían secundarias porque dábamos por sentado que estaban ahí. Y decimos «de repente», pero yo oí decir a don Antonio Gala que «de repente» no ocurre nada. «De repente» no es ninguna causa; bien podríamos calificarlo de efecto y, aún así, encontraríamos que para ese «de repente» hay cuarenta chispas que ayudaron a prender esa hoguera. «De repente» es un destino al que nunca se llega sin un camino previo, por muy silenciosa y cómoda que sea la vereda.
Y en medio de tanta sin razón, lo único razonable es la vuelta a lo humano y las humanidades: «De repente» se han vuelto importantes los afectos –los de verdad-, los anhelos, el contacto, la música, la pintura, los dibujos, el cine, el teatro, la literatura, la formación, el juego, el cariño, la conversación y tantas y tantas cosas que teníamos en desuso porque el ritmo de nuestro día a día dedicados al trabajo, la producción y nuestro rol en el sistema, nos dejaba escaso tiempo para disfrutar de todo esto; siquiera recordar que lo teníamos ahí, que solo había que estirar el brazo y cogerlo.
Algo positivo que podemos sacar de todo esto es la generosidad y solidaridad, que en España son superlativas. A veces en forma humilde, a veces en forma de limosna. A veces de forma altruista, a veces en forma de autocomplaciente filantropía. Sea como sea no es el momento de criticar y señalar, sino de abrir y acoger. La vida y la salud nos va en ello. Y de agradecer; de esto también es tiempo: de agradecer de corazón. Ya tendremos tiempo para otros menesteres.
Y ahora, que tenemos más tiempo que nunca, vemos como la casa, el trabajo, la botella de vino, el amor o el tiempo pierden mucho de su sentido si no tenemos la posibilidad de compartirlo con nadie. Y ahora, nos damos cuenta que aún nos emocionan ciertas voces, que a todos nos gusta que nos miren a los ojos y que todos, para cuando pase esto tenemos algo en mente.
Y ahora, que nos han parado en seco, deberíamos de replantearnos cómo queremos volver a caminar. Deberíamos de replantearnos nuestro movimiento. Deberíamos de replantearnos si queremos cargarnos de humanidad y cercanía para avanzar o caminar por el simple hecho de movernos hacia ninguna parte. El mundo nos ha parado para que nos preguntemos adónde íbamos con tanta prisa.
Hay quién dice que el encierro va a volvernos locos, que vamos a perder la cordura, pero yo creo que en realidad, más de uno –para su sorpresa- va a encontrarla por ahí, tiradita en cualquier rincón de su casa, entre cariño, convivencia y reflexión. | Viñeta y texto: Alberto Castrelo.