Hace unos días se celebraron nuevamente las movilizaciones por el 8M. Esto ocurre porque la tradición, la superstición y el sistema nació mal desde el principio. A lo mejor mal no, pero sí desigual.
Según todo esto, la primera mujer fue la que provocó el pecado original. Las religiones les prohibió –y aún lo hacen- la palabra, el sexo y la igualdad; en algunos casos, también la dignidad. Para ser buena mujer, hasta hace bien poquito, había que saber coser, cocinar, limpiar y sufrir. Y se habla en nuestro mundo del musulmán, pero ellas son bien conscientes de que no es cuestión de religiones porque en cualquier casa, se esconde un talibán. Hasta hace poquito, la mujer era más mujer cuanto mayor era su abnegación. Y más grande era el hombre que tenía a una gran mujer detrás.
La historia se les ha pasado entre abnegación, opresión, posesión, sumisión y vergüenza. Y aunque mujeres hubo que dijeron «basta», la historia y las estrategias de marketing, las enviaron al fondo del pozo para que sus proclamas fueran ecos de una historia difuminada.
Impuras por naturaleza con el estigma de la menstruación, en algunas culturas, si una mujer toca las flores durante la regla, éstas se marchitan. La mayonesa, si se prepara en esos días, se corta. En Grecia no pueden tocar a los recién nacidos estando con el período por miedo a que le dejen marca. La mujeres menstruales en Lituania, se dice, no deben montar a caballo, pues quebrarán la espalda al animal. En Polonia los bizcochos nos suben en el horno si lo prepara una mujer menstruando. Y aquí, en nuestra tierra, no podían entrar en las bodegas a manipular vendimia ni vino, pues su sangrado, se creía, remontaba y estropeaba el caldo.
Y sigue girando la rueda del machismo, aunque afortunadamente la rueda cada vez desacelera más y más, porque son cada vez más los hombres y las mujeres que le ponen palos y obstáculos para frenarla hasta romperla. Cada vez son más los hombres y las mujeres que se ponen delante de un libro para informarse, alejándose de gurús con atril y micrófono.
Si nos acogemos a la definición de feminismo, es imposible no ser feminista. Si nos acogemos a los hechos que produce el machismo en ellas, es imposible no ser feminista. Si nos acogemos al sentido común es imposible no ser feminista. Si leemos a mujeres como Emma Goldman, Simone de Beauvoir, Bell Hooks, Celia Amorós o Virginie Despentes; es imposible no ser feminista. Hay que grabarse a fuego que feminismo es igualdad, sin importar las performances que se vean en los noticieros, los machirulos con vox y voto que se oigan rebuznando o l@s desnortad@s que nos venden paraísos de colores. El cambio empieza por uno mismo. La igualdad y el trato también.
Por último, me atrevería a decir que, si después de compartir tu vida con una abuela, una madre, una esposa o una hija, no te declaras feminista -en el estricto sentido de la palabra- solo se me ocurren dos opciones: o eres basura machista o eres un ignorante. Y los primeros suelen pecar de pensamiento, palabra, obra y omisión; omisión de raciocinio. Lo segundo, afortunadamente, tiene solución. | Viñeta y texto: Alberto Castrelo.
PS. Si estas últimas líneas te han ofendido, ya sabes a qué grupo perteneces.