A mí hay cosas que a mis treinta y cuatro primaveras siguen sin entrarme en la cabeza, como, por ejemplo, el esfuerzo innecesario. Yo soy de los que lleva la teoría de «mínimo esfuerzo, máximo rendimiento»hasta límites insospechados. Esto que, a ojos de toda España si lo dice un gaditano parace ‘flojera’, es lo que los americanos llaman optimización. Y claro, si los americanos hablan de optimizar, a todos les parece maravilloso y entonces tiene sentido.
Por eso si pueden hacerse las cosas fáciles y agradables no entiendo que haya gente que se complique la vida y nos la complique al resto. Y por esto que les digo, no entiendo a algunos de mis vecinos. Yo he visto cosas que no creeríais.
He visto a una señora y su marido --o a un marido y su señora-- cargar con un colchón en pleno julio a las 13.30 de la tarde --con la fresquita--, calle arriba para dejarlo al lado del contenedor. Con asombro he seguido, con estos ojitos, los pasos de un niño arrastrando la bolsa de basura toda la calle hasta llegar con el plástico vacío al contenedor, volver para recoger todo lo que había dejado de rastro --algunas veces sí, otras no-- y dejarlo a los pies del depósito.
Esto ocurre porque hay gente que piensa que los contenedores son un espacio temporal dimensional. Un agujero negro capaz de tragarse bicicletas, frigoríficos, lavadoras, hornos, sofás, sillones y, cualquier día, hasta a un caballista con un coche de caballos y una gitana dentro.
Lo de los contenedores y los descampados en mi zona --y por los paseos que me doy, también en mi Ciudad-- es un fenómeno de estudio por parte de todos aquellos profesionales y aficionados a lo paranormal. Porque a los pies de los contenedores --dependiendo de la época del año-- los mismo aparece que desaparece lo que podría ser perfectamente el outlet de Ikea, un rastrillo de ropa o un Leroy Merlin de ocasión. Y esto es si hablamos de los contenedores, si hablamos de los terrenos sin vallar, que dios se apiade de nuestro planeta.
Hay gente que visita el campo y los solares con la premisa de “el campo es de todos, contamina tu parte” y son auténticos responsables en la irresponsabilidad de dejar despojos, mierda y contaminación. Y esto sí que es una pena, porque el servicio municipal no va campo a través con el camión. Solo faltaba eso.
Mi pregunta es ¿cómo hay que ser de inútil en esta vida para meter un frigorífico en una furgoneta, transportarlo unos pocos kilómetros y tirarlo en medio de la naturaleza? Que, si hay que cargar, pues se carga, pero cargar por cargar es tontería. Cargar por contaminar, ya ni os cuento. Y, en este caso, además de inútil, también hay que ser torpe; para los que andáis más distraídos: existe un servicio de recogida de enseres GRATUITO, al que llamas y van A LA PUERTA DE TU CASA. ¡A LA PUERTA DE TU CASA! ¿No es maravilloso? Se acabó cargar calles enteras con ese colchón pesado, entre goterones de sudor como pianos de cola cayendo por la frente. Se acabó hacer el tetris para meter esa mesa que no entra en un contenedor preparado para bolsas…
¡Ah! Y si por algún motivo usted tiene el impulso incontrolado de cargar desaforadamente --porque Dios lo ha premiado con ese don-- y no puede reprimir el deseo de meter en su coche electrodomésticos para tirar, pues existe un punto limpio al que pueden ir –GRATUITAMENTE-- y dejar todas sus porquerías inservibles. Usted carga, no ensucia el campo, contribuye al civismo y a gente como yo le evita que le sangren los ojos.
Así que no hay excusas para mantener limpia nuestra ciudad o --al menos-- contribuir por nuestra parte con el servicio de limpieza municipal. No, no hay excusas; salvo que se quiera ser torpe, incívico, puerco o imbécil, por gusto, claro está. Ahí ya no entro yo; allá cá uno. | Viñetas y texto: Alberto Castrelo.
Pues Sr. Castrelo, confiemos en que muchos hayan tomado nota. Sublime el texto!