Esta es una historia que a pesar del tiempo transcurrido aún conmueve y estremece. Ocurrió en el espacio que media entre El Puerto de Santa María y Sanlúcar, en la década de 1834 a 1843, cuando se construyó -en unos 23 kilómetros- el primer camino arrecifado entre ambas ciudades, sucesor de otro abierto en las tierras albarizas siglos atrás, a partir de fines del XIII, cuando Sanlúcar y El Puerto, tras la Reconquista, se convirtieron en señoríos.
| La bahía de Cádiz y la desembocadura del Guadalquivir por Pedro Texeira, 1634 (detalle). Biblioteca de Viena.
El testimonio más antiguo que conozco de su tránsito es de 1594, del diario que a modo de una guía de viaje escribió monseñor Camilo Borghese, a quien el Papa Clemente VIII envió como nuncio ante la corte de Felipe II (para que cooperase a contrarrestar la amenaza turca contra la Cristiandad). Embarcado en Sevilla y tras arribar a Sanlúcar escuetamente anotó: “A la salida de Sanlúcar saldrá una guarda para saber si llevan algo que deba aduana. Digan que no. Para ir al Puerto de Santa María, les saldrán dos guardas a enseñarles la guía que habían pedido en la aduana y darles algo. Ir a Santa María a dormir, y dejar allí las mulas, y pasar a Cádiz por mar, y volverse allí.” (2) Hizo carrera monseñor pues en 1605, a los once años de su paso por estos lares, fue elegido Papa con el nombre de Pablo V. Pregúntenle a Galileo por él.
| El Papa Pablo V, Camilo Borghese (1552-1621), en un retrato atribuido a Caravaggio, 1605. Galería Borghese, Roma.
Amén del “curioso” consejo de Borghese de evitar el pago aduanero, de su testimonio destaco el empleo de una guía -entiéndase como escolta- para que los viajeros se encaminaran con seguridad hasta El Puerto de Santa María. Circunstancia que viene a decir que a fines del siglo XVI ya era habitual la protección ante el inseguro camino de Sanlúcar al Puerto, tal como continuaba siéndolo durante el primer tercio del XIX.
| Dibujo de la época del vapor Betis o Real Fernando. De 1840 a 1843 navegó entre El Puerto y Cádiz.
Peligro: bandoleros
De ello dieron cuenta, entre otros viajeros románticos, el norteamericano Alexander Slidell Mackenzie y el escocés Henry David Inglis, que en 1826 y 1830 viajaron en vapor de Sevilla al sanluqueño puerto de Bonanza, ambos en el Real Fernando, por otro nombre Betis, el primer barco a vapor abanderado en España (1817).
Los dos continuaron el viaje hasta El Puerto en calesas y ambos destacaron la inseguridad del camino por los frecuentes asaltos de partidas de bandidos. La experiencia que el 23 de abril de 1826 vivió el teniente de la Marina Mackenzie tras salir de Bonanza la contó así: “...en la playa esperaban algunas calesas para llevarnos al Puerto de Santa María, que se encuentra en la bahía de Cádiz, frente a dicha ciudad. Los conductores, vestidos con los genuinos pantalones y chaquetas de muchos colores propias de los caleseros, corrieron a rodearnos, chasqueando sus látigos y elogiando sus mulas y caballos, o llamando nuestra atención sobre la blandura de sus cojines o la pintura de un barco o un santo que adornaba la parte de atrás. [...]
| Alexander S. Mackenzie (1803-1848)
Aunque el paisaje era abierto, íbamos acompañados por no menos de seis jinetes pagados por los propietarios del barco, y tengo entendido que el riesgo de robo está en proporción con la importancia de la escolta. Parecía, en efecto, que los caleseros están puestos de acuerdo con los ladrones, y a veces se rezagan y aprovechan una curva en el camino para robar al rezagado; otras veces se valen osadamente de la posada que hay sobre una colina a medio camino entre Sanlúcar y el Puerto de Santa María y tienen un encuentro regular.” (3)
Cuatro años después, en 1830, el hispanista Inglis escribió de su vivencia: “Una curiosa escena se dio allí [en Bonanza]; más de veinte calesas se habían reunido, algunas de Sanlúcar, otras de Jerez, pero la mayoría, con los pasajeros del vapor que había llegado esa misma mañana, de Bonanza, todas unidas por una común seguridad para beneficiarse del convoy. Salimos poco después de las siete, las calesas una tras otra en línea, y cinco hombres armados y a caballo, galopando de un lado a otro, pero generalmente dos delante, dos en la cola y el otro reconociendo el terreno; de esta manera serpenteamos por las salvajes colinas entre Sanlúcar y el Puerto de Santa María. Todos los viajeros se vieron obligados a parar en una pequeña venta a mitad de camino, ya que las calesas no podían estar muy separadas unas de otras, y siguiendo en cerrado continuamos nuestro camino.” (4) Esa venta –que era la posada de Mackenzie- se encontraba en donde está el paraje de Venta Alta, en un cerro próximo al cruce de las carreteras de Sanlúcar-El Puerto y Rota-Jerez (marcado en el siguiente plano).
| Croquis de una porción de país comprendido entre Sanlúcar de Barrameda y Puerto de Santa María. 1810. Centro Geográfico del Ejército.
Probablemente era la misma venta que la mencionada por el portuense Pedro Ibáñez Pacheco en esta siguiriya que recogió en sus Cuentos gaditanos (1876)
Camino de Sanlúcar
Venta del Molero
allí mataron a Diego de los Reyes
cuatro bandoleros
que Alonso el del Capillo cantaba con esta variante: Camino de Sanlúcar / Venta del Melero / allí mataron a Bastián Bochoque / cuatro bandoleros. (Ambas versiones me las dio a conocer Luis Suárez Ávila.)
Lo de las salvajes colinas que decía Inglis bien parece una licencia o exageración del escocés. Otro tanto pudiera parecer lo de los robos que cometían gentes desalmadas y armadas, una nota pintoresca para adornar una vivencia, tan propio de los viajeros románticos que se adentraban por las exóticas tierras andaluzas, que veían bandoleros donde los había y donde no. Pero ambos escritores dieron fe de un hecho real, porque cierto fue que los propietarios de los vapores –está documentado en 1829-1830 para el Real Fernando y el Coriano- ponían al servicio de los pasajeros que en calesas se dirigían a El Puerto un cuerpo de escolta.
| Foto izquierda: María Cristina de Borbón retratada por Vicente López Portaña en 1830. Museo del Prado | Foto derecha: Baldomero Espartero por José Casado de Alisal, 1872. Congreso de los Diputados.
El arrecife de los presos
Este camino por el que Mackenzie e Inglis transitaron en 1826 y 1830 en calesas escoltadas fue el que se empedró entre 1834 y 1843, ejecutado con la mano de obra de presidiarios de la cárcel de Sanlúcar. Convulsos años los de aquella década en España, marcados, tras la muerte de Fernando VII, por la Regencia de María Cristina (1833-40) y la del general Espartero (1841-43), con el telón de fondo de la primera guerra carlista y los enfrentamientos políticos entre ‘moderados’ y ‘progresistas’.
El 14 de abril de 1834 la regente promulgó la nueva Ordenanza General de los Presidios del Reino, cuyo artículo 12 decía: Los confinados a los presidios peninsulares trabajarán en los caminos, canales, arsenales y empresas a que Yo tenga por conveniente destinarlos, y no habiendo trabajos de estas clases en los obradores establecidos en los presidios mismos. Y entendido como necesario y urgente habilitar un camino arrecifado entre Sanlúcar y El Puerto, de inmediato comenzaron las obras a cargo de los presos que cumplían condena en la cárcel sanluqueña, fuertemente custodiados por tropas militares.
| La antigua cárcel de Sanlúcar, levantada en el s. XVIII.
En torno a unos 300 presos trabajaron a la vez en la construcción del nuevo firme -en suma unos 1000- más un número indeterminado en la extracción de piedra y cascajo en canteras. Constando que al menos una estaba en una playa, debía de ser la de los corrales de pesca de Las Canteras en Chipiona, cuya piedra ostionera tradicionalmente fue empleada en los empedrados de las calles y caminos sanluqueños. Y sospecho que también pudo sacarse el material -para el tramo más próximo a El Puerto- de los corrales del litoral portuense o de la cantera del Valle de San Francisco, en las inmediaciones del acceso al camino de Sanlúcar (Barriada El Pilar), cuya piedra fue utilizada hasta comienzos del siglo XX en la construcción de obras públicas del Estado.
Para el traslado de las piedras se emplearon carros tirados por mulos y camellos. Del uso de éstos dio cuenta en 1869 el zoólogo gaditano Antonio Machado y Núñez (abuelo de Antonio y Manuel), que apuntó que en 1829 fueron introducidos, procedentes de Canarias, en Almonte y en el Coto de Doñana a iniciativa de Domingo Castellanos, administrador del marqués de Villafranca Luis Fernández de Córdoba: “En 1833, a los pocos años de haberlos aclimatado, empezaron a usarse como animales de carga y trasporte en la provincia de Cádiz, y los nacidos en el Coto fueron los que se empleaban en acarrear materiales para las obras del camino real del Puerto de Santa María a Sanlúcar de Barrameda (hace más de treinta años), y en distintas conducciones a Arcos, Jerez, Chiclana y otros pueblos.” (6)
| El último camello de los que se introdujeron en Doñana en 1829, muerto a comienzos de los años 90. Foto, Patxi Serveto, 1988.
El informe de 1840
Un documento de la época, fechado el 28 de marzo de 1840, permite conocer algunos pormenores de las durísimas condiciones en las que trabajaron y mal vivieron los penados. Es un dictamen que a petición de la Academia de Medicina y Cirugía de Cádiz suscribió entonces una comisión --formada por los médicos Ignacio Ameller, Andrés Azopardo y Manuel José de Porto-- que reconoció el estado de los presos una vez que la gangrena hacía tres o cuatro meses que se cebó con ellos. En mayo la opinión pública pudo conocer el documento al publicarlo la Revista Gaditana. (7)
Personados los médicos en el camino, del aspecto físico que presentaban los 160 forzados que entonces trabajaban, escribieron: “La mayor parte están sin camisa, o solo con un pedazo de ella; con una chaqueta y calzón de paño, cuyo vestuario aún les falta a algunos, sucia toda la superficie de su cuerpo y como encurtida de polvo y de cal”. Para evitar las fugas eran enlazados en ‘cuerdas de presos’: “unidos uno a otro por medio de una gruesa cadena, pendiente de un grillete que siempre les incomoda, les lastima y les ulcera las piernas, y sobre todo, la consideración de que tendrán que trabajar y permanecer en este mismo presidio hasta concluir su condena, si es que no tienen retención, lo cual les entristece sobremanera, y cuya idea no pueden resistir.”
Por ello, ante la desesperación en que vivían, algunos presos optaron por intentar la fuga. Fue el caso de Alonso Bonete, que estando hospitalizado en la cárcel de Sanlúcar curándose de la gangrena, en su fallido intento recibió un sablazo en el vértice de la cabeza. En general y como estaba prescrito, las frustradas huidas eran castigadas con 25 o 50 palos, de lo que se encargaban los ‘cabos de vara’.
La comisión de médicos, al día siguiente de visitar a los presos en el camino fueron al presidio de Sanlúcar, donde se encontraban convaleciendo de úlceras gangrenosas 11 presos, más otros 43 que estaban siendo tratados en un hospital improvisado en el recién extinto convento de Capuchinos. Hasta entonces, marzo de 1840, desde que prendió la gangrena a comienzos de aquel año, de 180 enfermos habían fallecido 62.
El día anterior, cuando los médicos fueron al camino, el rancho fue papas con habas. Y en general, lo habitual era que consistiera -decían los médicos visitadores- en “dos libras [1 kilo] de un pan de munición [el que hecho en grandes cantidades se daba a los soldados y presos] mal cocido y conteniendo solo afrecho [salvado, cáscara del grano molido] en vez de harina, y de menestras cocidas en agua agregándoles la grasa de una onza [28 kilos] de tocino para cada diez individuos, trabajando todo el día a la intemperie, para descansar a la noche sobre un tablado o sobre una esterilla, y envueltos en la misma chaqueta o en los mismos andrajos, empapados un día y otro por el agua que ha llovido, y que se han de secar en su cuerpo, andando algunos de ellos media legua o una antes de empezar el trabajo y al concluirlo, si han de volver a sus barracones, bebiendo muchas veces aguas estancadas de las canteras donde trabajan.”
Los barracones de los presos
Iniciadas las obras del camino desde Sanlúcar en 1834, durante dos años los presos regresaban y partían cada día de la cárcel sanluqueña. Avanzado el arrecife, fue preciso construir -ya lo estaba en septiembre de 1836- (8) un gran barracón para el recaudo y pernoctación de unos 100 confinados, levantado a una legua (5.572 m) de la ciudad con troncos, cañas y juncos, “poco a propósito -decía el informe de 1840-, no tiene tablados, sólo el enchinado propio del terreno. Sólo es idóneo para los mulos de los carros que también duermen allí.”
Y a comienzos de 1840 se levantó un segundo campamento a poco menos de una legua de El Puerto, en el paraje desde entonces llamado El Presidio (próximo al Parque Tecnológico TecnoBahía).
| Lugar que ocupó el presidio próximo a El Puerto. | Foto, Google Earth.
Aquí se construyeron dos barracones de madera de 20 m de largo por 4 m de ancho, con una puerta, ventanas altas y respiraderos bajos. Los 160 presos que los ocupaban dormían a lo largo de las paredes del recinto, sobre un tablado dispuesto en el suelo y otro encima, a 1 metro. También se levantó un barracón para el resguardo de la tropa y otros dos menores para la cocina y la despensa. Me cuenta Luis Suárez que el citado cantaor portuense Alonso el del Cepillo (nacido en 1900) le contó que conoció las cuatro garitas de piedra con las que contó en derredor el provisional presidio.
La cantiña de Las Mirris
Sin ánimo de ser un pedropiqueras, lo cierto es que la vida que las autoridades les dieron a los presos que construyeron el camino de Sanlúcar aún sobrecoge. Como galeotes anclados en tierra con grilletes, “el aterrador ruido de la cadena que los aprisiona”, se lee en el informe de marzo de 1840, cuando habían fallecido gangrenados 62 presos, gran parte de ellos por el roce de los grilletes.
¿Qué es lo que suena?
los presidiarios
con las cadenas.
dice el ‘juguetillo’ -a modo de estribillo- de una antigua cantiña sanluqueña que mi amigo Luis Suárez me la hizo conocer hace muchos años, nacida cuando los presos cumplían sus penas en el camino a El Puerto. Que continúa así:
Hay un carril,
de Sanlúcar hasta El Puerto
hay un carril,
que lo han hecho Las Mirris
de ir y venir.
La Mirri chica
la Mirri grande
estaban hechas
de azúcar cande.
Por el Cantillo *
Las Mirris van
en zagalejillo. **
La Mirri chica
la Mirri grande
estaban hechas
de azúcar cande.
*El Cantillo era el lugar en Sanlúcar que marcaba el acceso a los caminos de El Puerto y Jerez.
** Zagalejo: refajo.
La tradición oral mantenida por algunas familias gitanas de Sanlúcar conservó el cante, y también la historia que encierra la letra. La creación de esta cantiña se atribuye a Ana María Vargas, apodada María la Mica, afamada cantaora de la saga flamenca de los Bochoque (como el de la citada letra de Alonso el del Cepillo) que destacó por siguiriyas y soleares.
La Mica era prima de Las Mirris, (9) dos hermanas que a diario llevaban comida al marido de una de ellas, forzado en las obras del arrecife, junto al que habían hecho, de tanto ir y venir, un carril. Y añade la tradición que durante las caminatas cogían caracoles para venderlos; que era una antigua ocupación de las gitanas: En el Registro de los Gitanos que se elaboró en 1717, en El Puerto había tres que se dedicaban a hacer y vender caracoles, Salvadora de los Santos, Manuela Jiménez y Sebastiana de Acosta.
En hipótesis de Antonio Murciano, (10) la cantiña se remataba con el caracoles, caracoles… -los que cogían y vendían Las Mirris-, que daría nombre a la variante de las cantiñas llamadas caracoles.
Esta es la cantiña de Las Mirris, entonada por el sanluqueño Ramón Medrano (1906-1984), que la aprendió de su tío Félix Serrano Medrano ‘el de la Culqueja’ (1882-194?), que a su vez la conoció de su tío Pedro Serrano, Perico Frascola (1833-1915). Se grabó en 1973 para el programa de TVE Rito y geografía del cante presentado por Ramón Velázquez-Gaztelu (a partir del minuto 1-42’’). Tras cantarla, cuenta la historia de Las Mirris en el camino de Sanlúcar…
| Cantiñas de Las Mirris. Rito y geografía del cante | De Sanlúcar a La Línea | minuto 1’ 42’’
En lo que he podido conocer, esta es la historia de la dura vida que entre 1834 y 1843 llevaron los presidiarios que construyeron el camino arrecifado entre Sanlúcar y El Puerto. Que me recuerda la vieja toná flamenca que decía
Para los hombres se han hecho
los grillos y las caenas,
cárceles y calabozos,
presidios y galeras. (11)
| Texto: Enrique Pérez Fernández
NOTAS
(1) El Libro del Repartimiento portuense (1268) no alude a ningún camino que pueda identificarse con uno que enlazara ambas poblaciones en tiempos almohades o en los momentos iniciales de la repoblación cristiana.
(2) José García Mercadal: Viajes de extranjeros por España y Portugal, tomo I, Ed. Aguilar, Madrid, 1952, p. 1484.
(3 A. S. Mackenzie: A year in Spain by a young american. Londres, 1831. Fragmento recogido por Ramón Clavijo Provencio: Viajeros apasionados. Testimonios extranjeros sobre la Provincia de Cádiz, 1830-1930. Diputación de Cádiz, 1997, pág. 34.
(4) H. D. Inglis.: Spain in 1830. Londres, 1837. Fragmento tomado de R. Clavijo, op. cit., pág. 66.
(5) Diario Mercantil de Cádiz (1829 -1830), citado en Diario de viaje de un comerciante gaditano (1829). Comentarios y anotaciones de Eduardo Gener Cuadrado. Diputación de Cádiz, 1976, nota en pág. 74.
(6) Antonio Machado y Núñez: Catálogo metódico y razonado de los mamíferos de Andalucía. Sevilla, 1869: págs. 39-40.
(7) Revista Gaditana, 3 y 10 de mayo de 1840: “Gangrena especial desarrollada entre los presidiarios de Sanlúcar".
(8) Consta que el barracón ya estaba levantado por este acuerdo del Cabildo portuense del 29 de septiembre de 1836, tomo 201, f. 73: “El Ayuntamiento acuerda oficiar al alcalde de Sanlúcar pidiendo datos sobre el destino que entiende extraoficialmente el Ayuntamiento tiene dada la Junta de Armamento al Presidio del camino de Sanlúcar de conducción a Las Cuatro Torres, para tomar medidas a su tránsito por esta ciudad.” El citado presidio era el existente desde 1765 en La Carraca, en San Fernando.
(9) Decir mirris vendría a ser “delicado, enteco, encogido”: Memorias de la Real Academia Española, vol. 9, 1903, pág. 444; o acaso, hipotetizo, de esmirriás, esmirriadas: flacas, extenuadas, consumidas (RAE).
(10) Antonio Murciano: “Sanlúcar cantaora”, ABC de Sevilla, 14 de agosto de 1969, págs. 23-24.
(11) Citado en Luis Suárez Ávila: “El romancero de los gitanos, germen del cante flamenco”, El Romancero. Tradición y pervivencia a fines del siglo XX. Fundación Machado y Universidad de Cádiz, 1989, pág. 566.