Manuel Domínguez Campos, conocido con el sobrenombre de ‘Desperdicios’ pasó a la historia de la tauromaquia por un suceso ocurrido en El Puerto de Santa María durante una corrida de toros en 1853. Tras recibir una incisiva cornada en la cuenca de un ojo por parte del toro ‘Barrabás’ que le dejó sin el globo ocular derecho, se arrancó con determinación el colgajo que pendía de su cabeza con la exclamación “¡Fuera desperdicios!”. Aunque otros cronistas desmienten tan sanguinolenta anécdota. | Retrato de Manuel Domínguez realizado por Vicente Urrabieta, dibujante, litógrafo e ilustrador.
Pedro Romero lo tuvo como alumno en la Escuela de Tauromaquia de Sevilla (había nacido en Gelves el 27 de febrero de 1816) y cuentan que fue éste el autor del apodo por su valor y buenas maneras taurinas: “¡Este muchacho no tiene desperdicio!”, dicen que dijo. Nunca sería anunciado con este apodo. Era tío abuelo de Manuel Álvarez ‘Andaluz’.
Se le puede considerar un típico caso de torero romántico de la época. Durante su estancia en el continente americano se alistó con las fuerzas del general Juan Manuel Rosas en Argentina, subyugado por la causa que defendía éste, regresando a España en 1852, retomando su carrera taurina.
Tomó la alternativa de Juan León ‘Leoncillo’ en 1853, a cuya cuadrilla perteneció. Las crónicas de la época relatan que en 1858 obtuvo varios triunfos en la Maestranza de Sevilla, llegando a destacar por su saber hacer taurino. Al año siguiente, empezó a padecer una grave dolencia que afectándole a las articulaciones lo que restó capacidad a nuestro protagonista, aunque su determinación y preparación física no impidieron que siguiera toreando, ya mermada su salud. Se le atribuye la inveción del farol.
Su última corrida de toros, junto a Lagartijo, fue en Sevilla el 8 de mayo de 1870, con toros de Miura. Falleció en dicha ciudad en 1886, a los seis años de inaugurarse la Plaza Real.