Uno de los primeros recuerdos felices de aquel niño era el camino diario hacia la playa en los veranos. Siempre era el mismo, una amplia avenida que iba desde las nuevas construcciones al filo del pueblo, hasta las casetas de baño que había en la arena mas alta.
En el lado izquierdo, en el acerado de unas casitas nuevas que se extendían hasta el mar, el niño descubrió algo fascinante para él: alternativamente las losetas tenían unos dibujos, un ancla y un racimo de uvas.
La avenida estaba flanqueada en el lado derecho por una zona de eucaliptos, pinos y retama, con algún kiosko o aguaducho donde hacer un alto.
Esa avenida larga y recta que conducía a la playa y que la familia hacía andando, para aquel niño era inmensa, interminable, hasta que el trapecio azul de agua aparecía a la vista, contorneado por piedras ostioneras y la arboleda, y el chiquillo se inventó un juego para divertirse durante la caminata:
Saltaba a una loseta --Ancla!-- , luego, los pies juntos, a la siguiente: --Uvas!--, y así, bajo la mirada de su madre, “--Mamá, mira, Ancla!”... hasta que la arena aparecía, invadiendo el asfalto: “--Mamá, la playa!", y corría a la bolsa donde llevaban la pala, el rastrillo y el cubito, adelantándose a la carrera y aterrizando de rodillas en la limpia arena dorada.
... ... ... ...
Pasaron muchos años, pero aquel recuerdo de infancia era imborrable. Preguntó el hombre de pelo blanco más de una vez por aquellas losetas, pero nadie le supo decir nada. Habían construido encima, hace ya tantos años...
Comenzaba diciembre y aquella pareja hablaba plácidamente de las inminentes fiestas, Navidad, dulces, Reyes Magos... y, de pronto, a él, algún paisaje le zarandeó la memoria: “--Estas casas de calles estrechas y húmedas... no habrás conocido aquí una acera de losetas con anclas y uvas?”
Ella pensó unos instantes y le dijo: “--Espera, creo que...” Anduvieron un rato mirando al suelo, buscando, ...y allí estaban !!! Ancla y uvas.
Él calló un buen rato y ella respetó su silencio emocionado. Por un momento volvió a ser aquel niño, estuvo al lado de su madre otra vez y le pidió el cubito y la pala. El Hada de las Manos Hermosas hizo el milagro.
Pero de aquella calzadilla que se antojaba eterna en la niñez, con el paso del tiempo y el deterioro, solo quedan ya unos pocos metros, cuatro o seis losetas como mucho y los dibujos de las anclas y las uvas apenas se distinguen...
El hombre canoso tuvo suerte, el hada le permitió ver su felicidad de la infancia, antes de que los dibujos se borren del todo y las losetas se rompan definitivamente. | Texto: Enrique Bonmati.
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Con mi gratitud eterna a Marina Valiente Candón.
Las baldosa, que se empezaron a quitar en agosto de 2010 por las obras de la red de saneamiento y abastecimiento de aguas, datan de 1957, año en que se construyó el conjunto residencial de la barriada de la Playa, de estilo arquitectónico regionalista, catalogado con ‘protección ambiental’ por el PGOU.
Me acabo de enterar de la peor noticia que se le puede dar a un amigo de otro. Con tu muerte, pierdo algo más que un amigo, pierdo a un compañero, entramos a trabajar en la misma empresa allá por el principio de los setentas, vivimos tiempos revueltos y la proclamación de la democracia, cada uno luchando con sus ideales y todos contra el viejo dictador y sus últimos coletazos. Allá donde te encuentres, quiero que recibas un cordial saludo de tu amigo Ramón, al que dejas con un gran vacío. "Tanto dolor se agrupa en mi costado".... escribió el poeta, ahora se vuelve a hacer realidad, porque por doler, me duele hasta el aliento.
Muy bonito , amigo Enrique, te transporta a aquellos años de la niñez donde el mundo giraba lentamente bajo nuestros pies.
Un abrazo
Que largo se me hacia el camino, sobre todo a la vuelta, después de un largo día de playa en la caseta familiar.
También recuerdo el camino por la actual av. Andalucía, las casitas de los taxista, el estadio José del Cuvillo, El Gazpacho, tierra mar y vino, etc...
Compartí ese juego cómo compartí la misma playa y la misma MADRE. Precioso relato que sale del soberao de tus recuerdos y los míos, Enrique. ¡Quién pudiera volver a saltar de su mano, regresar de nuevo al bar Pepito y encontrar allí a mis queridos tíos.
Un relato precioso y con muy buenos recuerdo para mi pues también fue una de mis cantinelas infantiles....ancla, uva...ancla, uva. ...ancla, uva!!! Pero con todo cariño y respeto la fecha de construcción debe ser errónea...yo diría que unos añitos antes. Un saludo!!
Emocionante lectura, que me transporta a mi también amo niñez del náutico. Que nostalgia!