El pasado sábado dieciséis, Pepe rompió mi rutina de fin de semana. El pasado sábado no hubo canteras que visitar, patinete que coger ni skate que rodar. La ocasión lo merecía, porque tras veinte años de espera, a Pepe lo ubicaban por fin en un rinconcito para la posteridad, esquina de Postigo con San Juan. Rinconcito físico, porque en el metafísico los que lo conocieron ya lo llevaban.
Yo a Pepe no lo conocí, pero con el legado que dejó, como para no haber oído hablar de sus Morillos y Morillas. Pepe dejó legado portuense a espuertas; pero es que es genético, también.
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