María Jesús Vela (en la fotografía tomada en 1977) nos trae desde algún lugar de su privilegiada memoria, las vivencias de un grupo de jóvenes trabajadores que, entre el 8 de enero de 1975 y el 13 de febrero de 1979, trabajaron en ‘Supermercados Meta’ situado en la avenida Crucero Baleares. Pertenecía al Grupo de Empresas Carbonell, de Córdoba, luego Distribuciones Borrero, de Sevilla. Era un supermercado de cuota que, tras presentar suspensión de pagos cerró las tiendas con que contaba en El Puerto de Santa María, Dos Hermanas, Sevilla y Huelva. Hoy existe una cadena de supermercados con ese nombre, con sede en Murcia.
"La verdad sea dicha, a la noticia que a mi padre le habían ofrecido llevar la frutería del Supermercado Meta, no le había prestado mucha atención, pero he aquí, que aceptó y se preparó con esmero y primerísima calidad la parte que se nos destinó. Es decir al fondo a la derecha. Mentiría si dijera que recuerdo que me eligieran a mí para la primera semana de la inauguración o sí fui yo quien se ofreció. La cosa es que esa madrugada no pude conciliar el sueño pues estaba arrepentida de tener que ser la primera en estar al frente de un público desconocido para mí sin el respaldo de los míos. En ese primer día, me acompañó Antonio Rincón Yera ‘Makika’ empleado de confianza de Frutería Vela. En cuanto me enseñó mi tarea, se fue y me dedique a lo mío.
De entrada, el local no me pareció muy grande porque estaba dividido por la mitad. La parte izquierda construida y la derecha para aparcamiento. Pues bien, aquel primer día, entramos por el almacén, torcimos a la izquierda y llegamos a nuestro sitio. No era muy grande pero estaba bastante bien. A nuestra derecha la pescadería y al otro lado de ésta la carnicería. Lo curioso es que tuve la sensación de haber estado allí antes, como si hubiera vivido esa experiencia anteriormente.
Enseguida me adapte, a las cartillas de los clientes pues yo no manejaba dinero alguno, solo les anotaba el coste en un talonario, que al final del día tenía que entregar en la oficina y ellos me daban mi comprobante de venta. Acostumbrada como estaba a un trato personalizado con los clientes, imaginaba que en este tipo de comercio la cosa seria cuanto menos, algo distante, pero nada más lejos.
Teníamos una clientela fija a la que ya no teníamos que pedir su número de socio, porque nos lo sabíamos de memoria. Así, recuerdo: a Maruja acompañada de su inseparable Pepa. Al principio, refunfuñaba un poquito, con el tiempo me di cuenta de lo servicial y agradable que era, ambas dos de hecho. Maricuela, era un torbellino de alegría, tenía una vitalidad que para mí la quisiera. Parece que la estoy viendo con sus gafas casi rozando la punta de la nariz. Un encanto de mujer. Hasta una Borbon. Me quedé planchada al leer su apellido. Fue muy amable. Podría contar muchas anécdotas alegres, pero como de todo hay en la viña del señor, también vivimos la cara amarga de las cosas.
Algunos días, nos levantamos con noticias terribles. Dos especialmente pues Antonio Franco Sánchez, hermano de un buen amigo había tenido un naufragio y estaba desaparecido. Antes de embarcar le atendí a él y a su esposa Kati, recuerdo que se llevo manzanas y otras frutas de las que aguantan varios días sin estropearse. Durante años no me lo he quitado de la cabeza, porque acababa de ser padre y me contó que separarse de su hija le era muy duro. No era muy alto, pero sí muy grande en bondad y corazón. En fin, personas que sin saber por qué “ te tocan el que late” y los recuerdas toda la vida con mucho cariño y con una sonrisa.
Otro, de los momentos duros fue la noticia de un accidente de tráfico de un camionero que vivía cerca. Al parecer había tenido una avería o algo así, y al bajarse a repararlo tuvo la mala fortuna que otro conductor lo atropellara. De igual manera había estado con su mujer comprándonos poco antes. Era un hombre alto y fuerte y hasta que no vi a su esposa, no podía creerlo. La pobre podía ser imagen de cualquier dolorosa y no era para menos.
También, tenía clientes que cedían su turno, para acompañarnos un ratito. ¿Le toca a usted no? Sí, pero no importa, atiende yo no tengo prisa. Unas, por soledad, sobre todo las mayores, y otras supongo por despejarse un rato de los quehaceres, o simplemente por tedio. El caso es, que estas personas, “abrían su corazón” al hablarte con añoranza de sus seres queridos ya ausentes y mientras lo hacían tratábamos de animarlas con mucho respeto y cariño. Esos ratitos les hacía sentir bien y eso era lo que nos importaba. La mayoría de las veces otras clientes intervenían en la conversación y como se conocían casi todos al vivir por la zona, la conversación derivaba casi siempre en algo jocoso y a veces hasta subido de tono. Qué bueno, ver en esas caritas tristes, por fin alguna sonrisa. En fin, momentos impagables.
Algunas clientes nos decían: ¿cuando te toca a ti otra vez? No solo pasaba conmigo, también con mis hermanas. Recuerdo especialmente a: Antonia, una señora rubia de ojos azules, que se veía algo apurada, y que desgraciadamente me acabo de enterar perdió dos hijos muy jóvenes debido a la lacra que se ha llevado a muchos de nuestros jóvenes y que irremediablemente se los seguirá llevando porque no hay ética, ni moral, ni escrúpulo, pero sí, ambición de poder, de dinero y falta de valores.
Como ya he dicho a nuestra derecha estaba la pescadería. La llevaba Rafael Rosillo, ‘el Torero’, dueño de la pescadería Almirante. Con ellos todo era compañerismo y agrado. Al frente estaba su esposa Mari, una mujer estupenda. Al principio, yo estaba en lo mío y no me daba cuenta, pero una de las veces le oí decir: “--Tiene un poquito más, es un durito más ¿vale?” Me dio por fijarme y me di cuenta que estaba perdiendo dinero y se lo comenté. A partir de este día, ella me preguntaba que tenía que cobrarle, se lo decía y santas pascuas. La honradez, por encima de todo.
No sé, que pasaría con otras de mis compañeras --trabajadoras de la empresa-- pero a mí, me ofrecieron trabajar, para una tienda de ropa, por abrir en la calle Larga, y para cuidar niños pequeños y limpieza de casas. Naturalmente me negué aludiendo que estaba bien en la empresa familiar. Bueno era mi padre, si le hubiera dicho que me iba, con el trabajo que teníamos...
Mari, no me dejará mentir si digo que tuve un desencuentro con un cliente. Éste, era un cliente asiduo, desde hacía años de nuestra tienda de La Placilla. Mis padres a él, a su mujer e hijos lo recibían con mucho cariño cada verano. La mayoría de las veces los atendían ellos como deferencia a su fidelidad a nuestra empresa, pero en una ocasión, mi padre me pidió, que los atendiera y así lo hice. El cliente, me preguntó si quería algo de Sevilla, no entendía su ofrecimiento, dije que no y le di las gracias. Todo normal ¿no? Pues debió ser que no, porque dos o tres días después, se presentó en la tienda y me dio un regalo. ¿Un regalo a mí? ¿A santo de qué? Ese día le atendió mi madre y me llamo para que le diera las gracias, porque según él la vez anterior, le había atendido también que el regalo era una muestra de agradecimiento. No me gustó nada pero, quien iba a pensar las intenciones de este individuo al hacerme entrega delante de mis padres y de todos los clientes. Era una caja con un clavel blanco. Pues bien, empezó a venir al Meta a la hora de cerrar para el almuerzo. No le di ninguna importancia, aunque me fastidiaba tener que salir más tarde por tener que atenderle a esas horas, pero bueno era mi trabajo y había que hacerlo. Su nivel de halago, empezó a molestarme y un día, sin venir a cuento me propuso recogerme a la salida a tomar una copa o a lo que yo quisiera. Mari, se dio cuenta que algo me pasaba y se acercó. Durante un tiempo, deje de ir, no me fiaba de sus aviesas intenciones. ¿Que por qué cuento esto? Porque estas cosas ocurren a plena luz del día y por vergüenza lo callamos y no es justo. En fin, un lobo con piel de cordero que tuvo unas palabritas bien dichas y se acabo el problema.
La pescadería, no terminaba de arrancar, y ‘el Torero’ y Mari, se despidieron de un día para otro. Una pena la verdad. Su lugar lo ocupo Juani Jerez, al frente Mercedes Manga, una adolescente muy linda y muy dispuesta. Al verla tan jovencita me ofrecí a ayudarla, pues bien, cada día le hacía una tabla con el coste de cada pescado. Es decir: los gramos que pasaban del peso requerido, pues no era cosa de partir un trozo para dar el peso justo. Lo hacía con agrado, porque ambos dos eran muy buenas personas. Desgraciadamente, aguantó lo que pudo, pero tuvo que dejarlo. Totalmente penoso, porque en ambos casos, el pescado era muy fresco y de mucha calidad.
En su lugar, pusieron la venta aceitunas, y allá, que nos poníamos a despacharlas como si fuera tarea nuestra, cosa que por supuesto no lo era. Supongo que nos lo agradecerían, pero realmente no lo sé.
| Manuel González Borrás, en una imagen de la época.
La carnicería, por el contrario, marchaba realmente bien. De primera, era un empresario privado. Creo que venía de Sevilla. Era un hombre alegre y simpático. Tenía dos empleados, uno era de los hermanos Salmerón --Manolo quizás-- y otro siempre le he dicho Moy, siento no recordarlo. Este empresario, también desapareció así como sus empleados. En sus puestos entraron: Ramón, que ya no está entre nosotros, y mi cuñado Manuel González Borrás. Poco después fue la empresa quien se hizo cargo de la Carnicería y como digo, marchaba estupendamente. Mi cuñado y Ramón hicieron muy buen tándem, e incrementaron los productos a vender. Calidad, buen servicio y mejor trato. ¿Como iba a marchar? Pues de lujo.
El supermercado marcha bastante bien, los empleados eran muy eficientes y tenían un trato inmejorable con los clientes. En la oficina: Ramón Cordero y Manuel Rebollo [agradecemos la información que nos ha facilitado a Gente del Puerto]. Bueno, Mari Carmen, una de las chicas también les ayudaba en algunos menesteres. Ramón, era un chico simpático y con gracia natural, no impostada. Cuando aparecía a preguntarnos algo, parecía que le habían dado cuerda, no paraba, era un torbellino de prisas y de alegría al mismo tiempo.
Manuel Rebollo, era la cara opuesta, es decir, tranquilo, educado y agradable.
El primer encargado fue Crespo, creo. Lo recuerdo discreto, pero apenas hablaba con nosotros. Se limitaba a saludos de cortesía y poco más. El segundo encargado por el contrario, Prudente era un hombre recio pero muy agradable y dicharachero. Venia de Rota y me comentó haber trabajado en la Base Naval. Le llamaba la atención verme en los ratos muertos con mis apuntes de inglés, consultando el diccionario, pero le agradaba. Como se defendía con el idioma me decía alguna frase, yo le contestaba y los dos la mar de contentos. Era muy agradable.
La noticia del mal estado de salud del Jefe del Estado, Francisco Franco, se dejó sentir en la cotidianidad de la tienda. A momentos se llenaba y se vaciaba casi de improvisto. No había otro tema de conversación, de hecho, muchas personas entraban con transistores e iban informando al resto. Fueron días raros, especialmente el día de su fallecimiento. Se adivinaba cierta tensión, pues la gente parecía tener prisa al comprar lo básico y recogerse en sus casas. Al menos esa fue mi apreciación.
Desde el primer día, congeniamos con todos los empleados. La mayoría eran chicas jóvenes y un par de chicos o tres. Salvo la limpiadora, que era una señora de mediana edad, a la que conocía pero no había tratado. La verdad es que era muy servicial y cariñosa. La mayoría reponía, atendían las cajas y todos con diligencia y agrado. Estos chicos, como todos en la vida, tenían sus sueños. Una de ellas, Conchita, se preparaba para casarse y nos llevo a conocer su piso. Muy bonito por cierto. También tuvimos una parejita de enamorados: Maribel y Rafael. Ambos dos bellísimas personas. También, la que les escribe, encontró a la salida un 17 de Octubre del 77 a un torero en ciernes y a día de hoy, todavía estamos juntos. Otra de las chicas, Mari Carmen, estaba aprendiendo a coser y orgullosa, nos enseño la falda que se había hecho. Le quedaba impecable. Quiero decir con esto que teníamos buen rollo. No sólo con ellos, también con sus familiares, pues todos eran estupendas personas.
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En la Oficina, Ramón Cordero y Manuel Rebollo. Primer encargado: Ángel Crespo Sánchez, segundo encargado: Prudente Arjona Lobato, de Rota. Los empleados : María del Carmen Romo Palacio, que ayudaba en oficina. María del Carmen García Sace. María del Carmen Prado. María del Carmen Arniz Sanz- -una chica preciosa y con mucho encanto a la que la vida le ha jugado muy duro, y a la que le mando un abrazo y mucho ánimo--, Lola Perez Florido de la Lastra, Marilo, May (Papelería Oxford), Manuela Marroquin Marchena, Maribel Soriano, Lourdes, Conchita Güelfo, Pepa Blanca, Rafael Raposo Rosa, novio de Maribel. Rafael ‘el Rubio’ y la limpiadora, María Dominguez Castañón.
Perico Garrucho, un chaval muy jovencito y vivaz, nos traía cada día el café, desde el Bar Pepito. Daba gusto verlo siempre alegre y con la sonrisa por bandera. Por cierto, el café muy bueno. Desde el día de apertura, los trajeados jefes, se dejaban ver, uno de ellos era el más asiduo, pero más de los mismo, saludo de cortesía y nada más.
Realmente, no sé por qué empezaron a faltar productos básicos. Los clientes se quejaban porque no entendían a que se debía. Los empleados, les decían que estaban esperando al camión de un momento a otro, pero al día siguiente faltaba otro producto y volvía la misma retahíla. En fin, la casa fue a peor y terminó con el cierre. ¿Que pudo ocurrir? Ni idea.
¿Seguirán pensando que éste tipo de comercios son fríos? Yo creo que no. Gracias de todo corazón a todos los que formaron parte de Supermercado Meta, empleados y clientes por vuestra cálida acogida. Siempre os recordaré con una sonrisa y con agradecimiento". | Texto: María Jesús Vela Durán.
Después del Meta, abrió en ese lugar el Bingo del R.C. Portuense. Creo que, antes, había sido el taller de Felix Tejada, el que hacía los toros que vemos por las carreteras de España
Bonito testimonio, realmente se siente el cariño y la alegría q demostrabas en tu labor cotidiana.
Es un honor conocer a tu hija que también es una buena persona y muy alegre por todos los lados. Besitos.
Cuando me vine al Puerto a vivir conoci ese supermercado,pero años después preguntaba y nadie parecía recordarlo