| En la imagen los zapateros Juan Marchan hijo y padre (Vicario), Antonio Herrera Santilario (Cantarería) y aprendiz desconocido.
La gente es tan original que, al cerrar la zapatería y salón de limpieza de calzado de "Roque", por jubilación de Miguel, han puesto una boutique. La casa de Roque era un lugar en que se pecaba. Pero se pecaba venialmente contra el octavo mandamiento de la Ley de Dios. Yo, donde he oído más mentiras en toda mi vida ha sido en casa de Roque, mientras me limpiaba los zapatos. Y ocurrencias: lo que no se le ocurría a Roque, padre, se le ocurría a Miguel, hijo, mientras Serafín, que remojaba y batía las suelas para coserlas, lo presenciaba todo, sentado, al lado de la izquierda, en su banquillo, callaba y reía socarronamente cerrando la boca, huérfana de dientes, hasta darse con la barbilla en la punta de la nariz. | Artículo completo de Luis Suárez Ávila en Gente del Puerto.
| De izquierda a derecha, Marchán padre, Juan Marchán y un joven aprendiz, Antonio Herrera Santilario.
Por vivir en la calle Palacios, en mi casa se llevaban a arreglar los zapatos a la zapatería de Gilito que estaba en la calle Nevería junto al horno de panadería de Roque.
Aún hoy, pensando en esto, me asombra cómo Gilito podía encontrar el par de zapatos arreglados ya, en una montaña enoooorme de zapatos desparejados. Conocía perfectamente a la clientela y solo aparecimos alguno de mis hermanos o yo a recoger el arreglo, ya sabía qué zapatos eran. En cuanto los emparejaba, les daba lustre antes de entregarlos y parecían de estreno.
Los zapatos quedaban arreglados para tirar con ellos otra temporada: medias suelas de goma o material, tapas, zurcidos , pegados...fué un magnífico zapatero remendón.
Todavía en mi casa cuando alguien amontona zapatos digo: "guardad los zapatos que parecéis Gilito"
Cuando se jubiló, también fui alguna vez a la calle Cantarería.
Esta foto en la que aparece mi padre de joven siempre la tengo muy presente. Me ha acompañado en mis diferentes hogares en los últimos años. Dos de mis hermanos siguen con el oficio, que todos en casa aprendimos. Artesanos, humildes, gente currante, y que acoge en su negocio a lo más variopinto de sus barrios. Aunque depauperada, sigo teniendo debilidad por la Calle Cantareria , donde aprendí inglés con Eloy (y que me contaba sus aventuras de comercial por el mundo que para mí eran un misterio), visitaba con solemnidad la Bodega de Zamorano, jugaba en los patios de vecinos y echaba una mano en el negocio familiar tras mis obligaciones estudiantiles, y a veces tenias que jugártela sorteando a los yonkys que fueron devorados por la droga en los 80. Valores. Gente del Puerto
Inevitablemente no puedo dejar de mirar a esta foto y sentirme tan contento por haber encontrado un fragmento perdido del tiempo. Gracias