En España la gente no lo sabe pero estar tiene un sinónimo que no aparece en la R.A.E: trabajar. Porque en este país cuantas más horas estés más estás trabajando. Estar significa trabajar, da igual que estés calentando el asiento doce horas, que te pegues la jornada mirando el Facebook delante del ordenador y dejes los informes para el último día o que estés en la tienda mirando al infinito sin hacer nada; si estás, la gente da por sentado que trabajas. Si estás ocho horas, trabajas más que alguien que está cuatro, aunque ese alguien produzca durante las cuatro horas y tú de las ocho solo produzcas durante la primera. Da igual: lo que hay es que estar.
Pues así está David, lleva estando 500 días sin descansar. Siendo productivos no lo sé, porque el cuerpo tiene un límite.
500 días trabajados y 19 noches dormidas, a la inversa que Joaquín. Se levanta al amanecer y llega a su casa de madrugada. David no duerme: se conecta a la red eléctrica y recarga como los móviles. Por eso tiene sueño, mucho. Mucho y muchos. Por encima de todos tiene uno: el sueño Calleja.
No pondré yo pega a eso. Si es por el bien de nuestra ciudad, bendito sea ese sueño; bastantes pesadillas llevamos ya. Lo único que pasa es que a mí tanto sueño se me empieza a repetir, como el ajo, la pringá o los pimientos fritos.
Vale que uno tenga ilusión y quiera trabajar por su Ciudad --para eso le pagamos-- pero no hace falta estar dándose golpes de pecho o justificando su trabajo a cada paso que uno de. No hay mejor justificación que los actos y las acciones bien hechas.
Es verdad que no basta con ser bueno, además hay que parecerlo, pero de querer parecerlo a ponerse a gritarlo en medio de una plaza con un megáfono, va un abismo, unos cuantos decibelios, la humildad y la clase. Además, las plazas y los megáfonos normalmente, por trayectoria, han estado destinados a usureros, farsantes, trileros, vendedores de humo, políticos y demás artistas del gremio.
Aún así, les diré también que aquellos que se lanzan en manada contra él, creo que no han leído bien el artículo, porque si uno lo analiza desde el prisma obrero, entenderá que David no es más que una víctima del sistema. Como usted y como yo.
David echa más de ocho horas diariamente, hay días que se levanta al amanecer y se acuesta de madrugada, para volver a empezar al día siguiente. A cualquier camarero que trabaje en un bar donde pongan desayunos, comidas y luego cenas les sonará esta situación. En el caso de David peor, porque los camareros pueden darse el lujazo de salir a las 17.00 para volver a las 20.00. Tres horas de descanso, se quejarán encima. No hablemos ya los horarios de de los autónomos al frente de sus tiendas o pequeños negocios, con la posibilidad de abrir y cerrar cuando quieran ¡chollazo!
David no tiene tiempo para los amigos y la familia, está centrado en su trabajo.
Cualquier portuense que haya tenido que salir de El Puerto a labrarse un futuro mejor y prosperar sabrá perfectamente lo que es no tener tiempo --en muchas ocasiones ni días, ni puentes, ni fiestas-- para estar cerca de los suyos.
David es un mártir laboral que ha quitado la palabra amor de su vocabulario --aquí nos hemos pasado con el dramatismo un poquito--.
No mira el reloj, ni el horario legal porque no le importa. A mi pareja también le pidieron que no lo mirara cuando las condiciones para trabajar en una tienda fueron darla de alta seis horas y echar doce, de martes a domingo, en turno partido. No querían que mirara el reloj porque iba a enloquecer y que el horario no le importara, porque querían pisoteárselo.
Si es usted currante de a pie o autónomo, entenderá perfectamente cómo se siente David; con la diferencia de que él no lo hace por necesidad ni tampoco por mil euros. Una diferencia sin apenas importancia ¿o querrán ustedes que la gente trabaje gratis?
Además, tanto quejarnos de que los políticos no entienden la situación laboral del currito medio y para uno que lo manifiesta lo ponemos colgar de un pino. No sabemos lo que queremos.
David, de corazón, ojalá que tu sueño se cumpla y tus actos hablen tan alto y bien que no necesites escribir esos artículos.
Será una alegría celebrar los triunfos para la Ciudad de cualquier gobierno, de cualquier color, porque a estas alturas de la película yo ya sufro de daltonismo, no distingo bien cual le sienta mejor a El Puerto y cada vez intento fijarme más en la gente, en vez de en el cromatismo de sus banderas.
Mucha paciencia y mucho ánimo para que tanto ruido de un lado y otro no perturbe un sueño que es de todos. | Texto y viñeta: Alberto Castrelo.