Permanece en mi mente cuando estoy al borde de cumplir los setenta años, aquel Puerto, de los años cincuenta del pasado siglo, una Ciudad con cincuenta mil habitantes en la que la posguerra aún se hacía sentir el trabajo escaso los salarios miserables. El Puerto de entonces tenía un aspecto rancio de sabor antiguo que en verdad echo de menos, aquel intenso olor a pescado fresco que inundaba a casi toda la ciudad y en el barrio de bajamar donde nací y me crié el desembarco de la pesca desde temprano en la Lonja para subastar, se colaba hasta el último rincón de aquella vetusta casona donde yo vivía.
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