El 6 de abril de 1910 se celebraba un mitin católico en el desaparecido Teatro Principal contra la Ley del Candado, término coloquial, utilizado por la historiografía, para referirse a una ley de diciembre de 1910, promovida por el presidente del Consejo de Ministros, José Canalejas, que prohibía durante dos años el establecimiento de nuevas órdenes religiosas en España. Aquella acabó como el rosario de la aurora. | Foto: ABC
En esa época, nuestro país se encontraba inmerso en un duro enfrentamiento entre los que defendían la subordinación del Estado al dogma católico y los que propugnaban la completa separación Iglesia-Estado. Canalejas planteó un programa secularizador templado, que incluía la apertura de las escuelas laicas cerradas por Maura, el permiso para que las confesiones no católicas exhibieran libremente sus símbolos y la polémica «ley del candado».
Precisamente esa ley, la «ley del candado», fue la que le ocasionó más enemistades, especialmente de la jerarquía eclesiástica y de la prensa católica. Canalejas, jefe de los liberales, opinaba que el atraso cultural del clero español tenía su origen en el Concordato de 1851, a través del cual se financiaba la Iglesia. En consecuencia, pensaba que lo mejor era la separación entre la Iglesia y el Estado, a la que quería llegar a través de negociaciones. El Vaticano rechazó el acuerdo y las relaciones entraron en punto muerto.
| José Canalejas Méndez, presidente del Consejo de Ministros.
En consecuencia, el presidente del Gobierno promulgó en 1910 la citada ley. Tenía un único artículo que decía: “No se establecerán nuevas Asociaciones pertenecientes a Órdenes o Congregaciones religiosas canónicamente reconocidas, sin la autorización del Ministerio de Gracia y Justicia. (…) mientras no se regule definitivamente la condición jurídica de las mismas”, durante dos años. Y es que Canalejas, era un firme defensor de esa idea.
La vida política de Canalejas concluyó de una manera terrible. Fue asesinado el 12 de noviembre de 1912 en la Puerta del Sol por un anarquista, que no pretendía acabar con él sino con el monarca, y que no supo comprender la importancia de las reformas que ese gobierno quería establecer y que tanta falta hacían.
El asesino de Canalejas se olvidó de que la intolerancia, venga del bando que venga, nunca es buena. Y que una persona dispuesta a matar por sus ideas deja de ser justa para convertirse en justiciera, perdiendo así cualquier ápice de razón. | Texto: Yolanda Rodríguez y Carlos Berbell.
Si no lo hubieran matao ahora a Canalejas, quizás no estaríamos hablando de VOX...