Hay acontecimientos que satisfacen anunciar más que otros y posiblemente con pesar. Éste es uno de los que me llenan de alegría y me llevan a una cierta nostalgia. El próximo día 9 de mayo tendrá lugar en el Poblado de Doña Blanca una conferencia seguida de un coloquio y el acto más importante se centra en el humilde homenaje a D. José Fernández Bermúdez, que trabajó con nosotros desde el comienzo de las excavaciones arqueológicas en el Castillo de Doña Blanca. Ha sido excelente trabajador, amigo inolvidable y el mejor guarda que han tenido el poblado y la necrópolis. Estoy seguro que no habrá otro igual, con tanta pasión y celo, con tanto empeño en lo que ya también era suyo. Así lo consideraba.
Y ahora, en estos momentos, como escribo en el último verso de un poema que he escrito en su recuerdo y leeré en el homenaje, es el guarda de Dios en los Cielos, y desde allí escuchará y verá sonriente la conferencia. Bermúdez, como le llamábamos, ha sido más que todo esto, mucho más, un padre y un amigo ejemplar, que lo llevamos en el recuerdo de nuestras vidas todos los que han pasado por las excavaciones de ese yacimiento, profesores, alumnos y amigos que iban a visitarnos.
Podría escribir de él muchas cosas, muchas anécdotas, muchas confidencias, que lo haré en otro momento. Ahora su mujer y sus hijos preparan conmigo este humilde homenaje sobre un tema que le agradaba hablar, del Castillo de Doña Blanca y del Parque Arqueológico.
Pero muy poco después de su jubilación, que aceptó forzado por las leyes inapelables, una Parca traicionera se lo llevo del Poblado de Doña Blanca donde residía y lo conocí y de su yacimiento que guardaba con pasión y diligencia. Es la ley inmutable de la vida. No pudo viajar lo que deseaba, conocer lo que tenía previsto, pero disfrutó con el yacimiento arqueológico, con sus hallazgos y con todos nosotros. | Texto: Diego Ruiz Mata.
IMPRESIONES DE LA CONFERENCIA Y HOMENAJE EN EL POBLADO DE DOÑA BLANCA.
DIEGO RUIZ MATA/ 15 de mayo de 2019.
El pasado día 9 de mayo se celebró una conferencia y homenaje en el Poblado de Doña Blanca, muy cerca de la ciudad fenicia, desde donde se divisa la ciudad y el puerto y ese esqueleto alargado de la zona más alta de la Sierra de San Cristóbal, un punto vigilante hacia el mar, hacia la antigua costa, hacia la amplitud de la Bahía y al fondo la isla alargada de Cádiz fundida en un cielo azulado. Allí, quizás en sus laderas, se erigía la imponente estela-menhir, un monumento pétreo sagrado con sus misteriosos signos divinos que nos conecta con la Europa más occidental, la vecina hacia del Atlántico. Y en otro punto, por donde aparece el sol cada día para anunciar alegre la mañana, un altar de cazoletas -así le han llamado- para la celebración de actos rituales donde debía correr algún líquido en actos rituales sagrados. Sobre su lomo, la bodega completa, la más antigua conocida, del siglo III a.C., en una amplitud de 2000 metros cuadrados, con sus lagares, espacios abiertos con hornos para la elaboración de un vino dulce, sus alargadas estancias o almacenes para el depósito del vino en ánforas, y sus tres zonas de templos, donde se adoraban betilos, y un foso para las ofrendas. Sí, en efecto, es la bodega completa más antigua conservada en el mundo. Por ahora, esto es un hecho. Y no la propaganda de algunos restos que se exhiben de bastante menos importancia. Desde este lugar, El Poblado de Doña Blanca, descuidado hasta ahora en sus espacios que quizás fuesen jardines y servicios, se ve con claridad cercana la ciudad fenicia y la llamada Torre de Doña Blanca y al fondo su amplia necrópolis de más de 100 Ha. Ese día llegué a las 19.00 h., como había quedado con sus organizadores encabezados por la labor inestimable y que agradezco de Óscar Fernández Bermúdez, uno de los hijos del homenajeado. No había luz. Temimos que no la hubiese para la celebración del acto. Y al final hubo suerte. Se comenzó a la hora justa y prevista. Se hizo la luz a las ocho menos cuarto. Respiré, respiramos tranquilos. Y comenzamos.
He pronunciado muchas conferencias, asistido a congresos de importancia, pero nunca había estado en El Poblado hablando de historia, tan vinculado a los trabajos felices que en otro tiempo se efectuaron en el Castillo de Doña Blanca y que tuve la fortuna de dirigir. La alegría dio paso hace años a la tristeza. Se trataba de una exposición en la que se exponía, además, las posibilidades de la sierra arqueológica, cultural, lúdica y deportiva, del mirador de la Bahía en lo alto de la sierra, antesala natural y visual para comprender este espacio, desde el vértice geodésico de poco más de 100 m de altura hasta Las Beatillas.
Y como homenaje a José Fernández Bermúdez, un trabajador ejemplar, entusiasmado y fiel vigilante, amigo sobre todo, tan unido al Castillo de Doña Blanca como el caballo al hombre del que nació el centauro, como prueba de este vínculo estrecho. En este caso, un centauro listo y sabio, como Quirón. Se recordaba al trabajador, al hombre sencillo de gran inteligencia natural, para quien nunca había problemas porque hallaba solución para todo en un instante. También al amigo fiel, al enamorado del Castillo de Doña Blanca. Fue en realidad el motivo que me impulsó a hablar con su familia, que es también la mía y me honra y satisface, para celebrar conferencia y homenaje juntos, como otro centauro. Nunca había estado más feliz y contento, y muy emocionado, de hablar de arqueología y del amigo, de Dalia, su esposa, sus hijos y familia.
Es cierto, nunca había asistido a un acto de rigor científico aunado con el sentimiento, la amistad y el cariño. Y tengo necesidad de decirlo. Porque fue así. Nadie puede desmentirlo. Porque en ese salón de actos de los Regantes del Poblado nunca se había realizado un evento con estos fines. Ha sido el único. Y pasará mucho tiempo para que se celebre otro parecido. O quizás nunca. Creo que nunca, porque será difícil hallar tantas circunstancias juntas. Y sobre todo al hombre, don José Fernando Bermúdez, siempre acompañado de su mujer, Dalia, y de familia tan numerosa, una suerte de estructura tribal moderna, que en este caso si vale decir que son una piña de afectos que Bermúdez creo precisamente en ese sitio, en El Poblado. Y por todo ello, y por admitirme como uno más, doy las gracias sinceras y sentidas. Desde aquí confieso que hubo momentos en el acto en el que pensé que no podía continuar hablando porque el nudo de emoción en la garganta era tan espeso que me privaba y dificultaba la palabra. Precisamente a mí, que tengo fama merecida de hablar mucho, demasiado, en conferencias y en cualquier acto.
En la conferencia expuse los proyectos que he ido pergeñando a lo largo del tiempo, a los que nadie ha prestado atención, salvo la forma convencional y aparentemente educada de decir que es un magnífico proyecto. Felicitaciones, palmadas, palabras, y nada. Pero que si ha tenido eco en esta nueva coyuntura y en este nuevo candidato, Germán Beardo, que desea llevarlo a cabo. Mas quizás no fue esto lo más importante, siéndolo y mucho. Se ha festejado en esta ocasión y reconocido al hombre, al amigo, al trabajador, al enamorado de Doña Blanca, la ciudad semita en Occidente. El acto terminó con la lectura de dos poemas míos, uno a Bermúdez, con retazos de hermosos recuerdos, y otro al Castillo de Doña Blanca, como una declaración de amor. Bermúdez no escribió nunca un poema de amor a esa ciudad fenicia, porque lo retuvo vivo en su corazón, de modo más explícito que mis versos, que son sólo palabras. No le hacía falta.
Es normal que en un evento también científico, sean los científicos los que se retraten en grupo en la fotografía oficial, que nunca falta. Yo quise que fuesen, en este caso, la familia y sus amigos los verdaderos protagonistas. Y esas fotos que os muestro, en las que estoy con orgullo, falta Bermúdez físicamente. Pero estaba en la mente y en el corazón de todos nosotros. Y como decía en el poema que leí, nos veía desde el Cielo, como guarda de Dios mirándonos atentamente con mucho cariño y una lágrima en sus ojos verdes. Esto ha sido todo, una tarde grande, sentida y hermosa. Y como en los antiguos tiempos, convivimos unas horas degustando platos exquisitos y unas bebidas. En esos antiguos tiempos fenicios y griegos se llamó simposio. Terminamos muy tardé hablando, recordando los tiempos pasados añorados y los actuales. Pero, sobre todo, de José Fernández Bermúdez, que se hallaba entre nosotros vigilante y silencioso.
Una gran persona sin duda alguna.Un gran padre y vecino.Demostro el buen hacer poniendo el corazón en su labor.