Cuando ya hace 40 años de casi todo, parece que has vivido. Y se vive dos veces cuando se recuerda, como hoy lo hacen Pepe Mendoza y Andrés Orihuela, en sendos relatos sobre esa azotea en el número 27 de la calle Luna esquina y vuelta con Larga, en las cuatro esquinas de El Puerto de Santa María, donde durante 10 años se reunieron un grupo de aquellos jóvenes de JuFra (Juventudes Franciscanas). | En la imagen, de izquierda a derecha: Manolo Mengual, Milagros Barragán, Mari Carmen Buhigas, Isa Fernández, Ico Jiménez, Paqui Díaz, Manolo Vargas, Andrés Orihuela, Antonio Suárez, Isabel Ramos, Pepe Rodríguez, Pepe Mendoza y Vicenti Vichi.
Luna 27
Julio de 1969. Florida (EE.UU)
Tres norteamericanos compañeros de curro con ganas de disfrutar de unas vacaciones distintas se pillan una nave espacial, el Apolo XI, y tiran para arriba. Destino: la Luna.
Tras cuatro días de viaje, alucinan y alunizan en esa pedanía de la Tierra. Ya instalados, se dan un garbeo por el centro y comprueban que el todo incluido con el que viajan incluye poquísimo. Algunos suburbios de el Bronx están mejor iluminados que aquel astro mentiroso que tanto prometía visto desde abajo. Sin atmósfera, imposible que haya el más mínimo ambiente. Tampoco hay agua. Como para pedir unas cruzcampos. Decepcionados, ninguno entiende como un toro podía haberse enamorado de ella hasta el punto de abandonar por las noches la maná. Los libros de Historia contarán después que los tres colegas, pese a que se aburrieron como ostras celestes, habían dado un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la Humanidad.
Julio de 1979. El Puerto de Santa María
Un grupo de adolescentes disfrutan de sus primeras vacaciones juntos. Una noche deciden emular, salvando las distancias siderales, a los tres norteamericanos. Parten de la plaza del Polvorista, un centro de operaciones más salado y con más historia que Cabo Kennedy, con el mismo objetivo, más o menos: tirar para arriba. Suben exactamente a Luna 27, en cuyo segundo piso viven los Jiménez Serrano, una familia numerosa que encabezan don Francisco Jiménez Lerdo de Tejada, a quien Dios y la Virgen de la Veracruz tengan en su gloria, y doña María Teresa Serrano Molina.
El primogénito de sus vástagos, Ico para los amigos, socio fundador de la nueva pandilla, ya tiene alguna experiencia en el espacio. En la SAFA le llaman el Cometa, pues se va de las clases volando. Es él el que invita al resto a un guateque a ras de cielo en la azotea de su casa.
Poblado estoy de muchas azoteas.
Sobre la mar se tienden las más blancas,
había cantado unas décadas antes un vecino ilustre que vivió cerca de allí.
Durante el trayecto, los chavales paran a comprar alcohol de garrafón y refrescos en un ultramarinos de la Plaza del Castillo. Quieren celebrar por todo lo alto aquella ascensión histórica en pleno corazón de El Puerto. A llegar al destino, suben una escalera empinada con decenas de peldaños con la misma facilidad con la que César Pérez de Tudela escala ocho miles. No hay ascensor ni naves espaciales. El Apolo más cercano es el bar de la esquina de Palacios con Nevería. Aquel día, mientras bailan, inmortales y despreocupados, con una levedad aún mayor con la que los tres astronautas se desplazaban diez años antes por el espacio, se confabulan para celebrar cada entrada del verano en aquella atalaya con vistas al Guadalete.
Durante más de un década suben a Luna 27 ligeros de equipaje acompañados por una tripulación insuperable: Elthon Jhon, Village People, Donna Summer, John Travolta y Olivia Newton John, Miguel Ríos, Ana Belén, Triana... Todavía no lo saben, pero como Amstrong, Aldrin y Collins, ellos también van dando pequeños pasos para el hombre que van a ser, y grandes pasos para la humanidad con la que construyen una amistad indestructible.
El otro día volvimos a aquella casa encendida después de muchísimo tiempo. Celebrábamos el cuarenta aniversario de nuestro primer alunizaje. La escalera se había empinado más aún y los peldaños no se acababan nunca. La gravedad también era mayor. Y los achaques. Pero eso duró lo que duró el ascenso. En cuanto llegamos, con una ginebra y un ron ya en condiciones, volvimos a sentir la emoción de aquel viaje iniciático. A bailar descocados al ritmo de canciones que hoy son la banda sonora de la pandilla. Recordamos y volvimos a reírnos con las misma anécdotas de siempre. Hablamos de los viejos sueños, de los que se cumplieron y de los que no. Brindamos por aquellas noches antiguas, por la música lejana, por los besos y los versos compartidos. Y por nosotros, que nos queremos tanto.
Poblados estamos de esa azotea. | Texto: Pepe Mendoza
Lo que nos queda y lo que no
Hoy tachamos en nuestra libreta de sitios míticos la azotea y el lavadero de Ico, a la que dedicamos con tesón y perseverancia muchas horas de nuestra insultante juventud.
En su día tuvimos que borrar de nuestro cuaderno imaginario la propia JuFra, caída por la piqueta del manirroto Hernán, que nos privó de ver esa ventana que siempre teníamos en proyecto arreglar y nunca lo hicimos. Las casetas de la playa de La Puntilla, la de Ico claro, con sus barbacoas y su amazonas a caballo, el bar La Chocita de la playa de La Muralla. Nuestro punto de encuentro El Rempujo, y nuestro querido camarero, el paciente Diego. El otro célebre Bar Ceballos, donde reponíamos fuerzas después de un largo día de playa con su magnífico Jumilla para poder volver a casa y prepararnos para la fiesta del domingo.
El Oasis o El Trevi, donde bebíamos cerveza negra y jugábamos a las máquinas de coches. La Boite o La Búa de la calle ganado, el banco de los taxistas. El almacén de Manolito, que nos cobraba el casco de la Cruz Campo aunque se lo devolviéramos en diez minutos. El Berrenchín, donde compartíamos tabaco, cerveza y patatas. El Alboroto, la Blanca Paloma, la Mazuela… O el Teatro Principal, donde Manolo Vargas pronunció la famosa frase “Andrés Orihuela está en el cine”, en pleno éxtasis de Emmanuel Antivirgen. El Vapor en carnaval, y muchos más lugares que ya solo están en los aljibes íntimos que alimentan nuestra memoria.
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| El Bar 'Er Beti', antes de su penúltima remodelación. Detrás del mostrador, Manuel Garrido Patino, a la derecha, el propietario de la Boutique Jarbu. Año 1975.
Al menos todavía nos queda el Bar Betis, al que hay que ir mucho para que no lo cierren. Y el reformado e irreconocible Apolo. O el Polvorista. O las aguas de la sierra de San Cristóbal, donde nos bañábamos e íbamos a ver amanecer. O la Cervecería de El Puerto, donde se fundó la famosa y legendaria Peña del Garfio. Pero sobre todo, quedamos nosotros y nuestra amistad que está por encima de todo, tras cuatro décadas disfrutándola. | Texto: Andrés Orihuela.
Muy entrañable y cariñoso canto a la amistad
Q bueno y q tierno, Andrés.;