«Qué pesado eres con la dichosa tilde; se dice zambomba, zambomba flamenca». De unos pocos años para acá venía oyendo este mantra por parte de más de uno de mis conciudadanos al llegar la época navideña. Mantra que a mí me sonaba como el chirrido insoportable que sale de arañar un plato con un tenedor y un cuchillo.
El rapto de la tilde en zambombá ha estado a punto de provocar lo que provocó Helena de Esparta cuando la obligaron a cambiar de domicilio y empezaron a decirle «de Troya». Afortunadamente la R.A.E apareció el pasado cuatro de enero para aclarar la duda, dando por válida la palabra «zambombá». Ante la toma de armas informáticas y redesocialísticas por parte de los habitantes de la ciudad vecina, al día siguiente reconocía también como admitida la acepción de la palabra zambomba para referirse a las fiestas de Jerez. No había puesto Baltasar todavía una sandalia en la provincia gaditana y ya había regalos para todos.
El debate se cerraba. Callaron la disputa entre los que decían que con tilde y los que decían que sin tilde, en un bregue por ver quién se llevaba el gato al agua. Esto --supongo yo-- era más por cabezonería que por catalogar la importancia de unas u otras, porque no tiene sentido negar la obviedad, y la obviedad es que Jerez es un hervidero de arte que llega al punto de ebullición justo por diciembre; algo de lo que deberíamos sentirnos orgullosos en el resto de la provincia. Orgullosos porque, además, son las únicas fiestas de este tipo declaradas Bien de Interés Cultural desde 2015. Buen rollo.
Aclarado esto, es por ello que considero que mi tilde --la nuestra-- nunca quiso declararle la guerra a la «sin tilde» jerezana, sino más bien lo contrario, defenderse del asedio propio y extraño para evitar la extinción. Vamos, que el afán de muchos de nosotros no ha sido nunca cambiar el nombre a las de Jerez, sino que no nos quiten el nuestro.
Mi tilde lo que buscaba era defenderse de modernos paisanos porteños que en un alarde vanguardista comulgaron --y querían hacernos comulgar a los demás-- con que nuestra zambombá debía pronunciarse y escribirse como la de la ciudad vecina porque aquí nunca existieron, porque nunca hubo tradición. Me van a permitir pensar que eso no es vanguardia, es ignorancia --discúlpenme la puntualización--. Esa tilde a mí me la regalaron mis abuelos y a ellos, antes, los suyos. Quitar la tilde muestra que existe una falta de identidad y de interés en lo propio.
Porque en El Puerto de Santa María somos así, nos da igual una tilde más que una tilde menos. Durante las fiestas, el grado de enrojecimiento de mis globos oculares ha sido proporcional al número de carteles que he visto en mi ciudad anunciando zambombas y no zambombás. Hasta el día cuatro estuve con una conjuntivitis aguda.
Todo grupo humano que se ha asentado en algún lugar ha adquirido una serie de características --entre ellas sus tradiciones y costumbres-- que configuran nuestra cultura y nuestra identidad como pueblo, como comunidad; esa tilde --aunque no lo creáis-- es una de ellas; una parte ínfima, una minucia si queréis, un baluarte imaginario de dignidad; pero empezamos con las tildes de nuestras palabras y acabamos perdiendo Doña Blanca con su torre, su poblado y la madre fenicia que lo parió. Igual que perdimos los juegos de cucaña en el río, el regateo de falúas, los concursos de natación, el balneario de La Puntilla, el arreglo de los puestos por la Inmaculada en el mercado de Abastos, la pisa de uvas y tantas cosas que ha tenido esta bendita ciudad, maldita y maldecida de un tiempo a esta parte.
Será una tilde insignificante, pero es la nuestra, la de los que estamos y los que estuvieron antes que nosotros y eso le transfiere un valor intrínseco que no podemos perder.
En el tema de Helena nadie se puso nunca de acuerdo si la señorita fue llevada por la fuerza o no; unos hablan aún de rapto y otros de fuga. Hay quién afirma que fue Helena la que decidió marcharse ante el abandono y la ausencia de Menelao.
Teniendo algo tan bonito es una pena dejarla abandonada, a la deriva, sin prestarle atención; con el cariño y el mimo que merece. Si de verdad nos duele hay que quererla y cuidarla, no cabe otra opción. A ella y a todo lo que engloba.
Y ahora me van a disculpar, porque me he liado y ya no sé si hablo de Helena, de la dichosa tilde, de nuestra cultura, de nuestras tradiciones, de nuestra Ciudad o de todo a la vez. | Texto e ilustración: Alberto Castrelo.
Desde los años 92/93 en adelante del siglo pasado, se venía haciendo la Zambombá en la Asociación de vecinos La Gobernaora, que aparte de los villancicos, se hacían las tortas, que durante el evento se ofrecían con una copita de anis y con una buena candelá. Sí se quiere comprobar, existen los archivos con sus carteles y con sus tildes que eran "ZAMBOMBÁ", preguntar en la secretaría de dicha asociación.