Este es el texto completo que Juan Luis Rincón Ares leyó en el acto homenaje a los que vivieron sin miedo o, como dice Lilian Delgado “vivir sin miedo era vivir con miedo y paseando” en el que recordaba a aquellas personas que durante la dictadura fueron perseguidas por su condición sexual. El acto tuvo lugar dentro de las I Jornadas de Memoria Histórica LGTBI que se están celebrando esta semana en El Puerto de Santa María.
“El niño que tenía miedo de los mariquitas se llamaba Juan pero le decían Juani. Vivía en el Barrio Alto, muy cerquita del Hospitalito y era pequeñito y menudo, muy delgadito. Quizás por eso, por lo enclenque o por esa mirada perdida y triste que siempre tenía, los matones de su clase del colegio de La Salle, que los había y muchos aunque quizás fueran tan desgraciados y menesterosos como el Juani, también se ensañaban con él y le llamaban “mariquita” en el patio, quizás porque no era bueno jugando al fútbol, o porque sus pies se torcían hacia dentro al andar o …
Era muy difícil en aquellos días saber porque le llamaban “mariquita” a alguien. Si uno no era demasiado valiente y le daba miedo salir al baño comunitario del patio de vecinos en las madrugadas por aquel callejoncillo lóbrego y oscuro, uno era o le llamaban “mariquita”. Te lo decían tus vecinas, tus hermanas o tu padre y ya se sabe que las vecinas y los padres de aquella época no decían mentiras. Si uno no fumaba aquellos horribles cigarrillos de papel de estraza o no se bebía a escondidas el vino de la cocina de María Rampota, era un “mariquita”. Si no hacía piruetas acrobáticas en el tejado o no se atrevía a hacer el pino sobre algún poyete, o llegado el caso, no se tiraba desde la barandilla del puente viejo o no cruzaba el canal, los valientes del grupo le podrían llamar “mariquita”. Si uno seguía estudiando mientras los demás niños ya trabajaban con nueve o diez años, o si uno jugaba, cantaba y reía alegre con las niñas del patio mientras los demás niños ya ensayaban miradas turbias con ellas o pellizcaban bajo la ropa a la Carmen o la Añoñi, uno era, decididamente, “mariquita”.
Pero cuando el Juani salía a la calle y veía a los “mariquitas” de verdad, los que andaban por la calle, por la Plaza de Abastos, señalados por los dedos de los niños con desprecio, estigmatizados por el dogma religioso pero sin perder nunca ni la fe ni la sonrisa, Juani sentía miedo de ellos. Eran tan diferentes del masculino plural al que estaba acostumbrado que se acharaba ante sus bromas y sus miradas. Y como el Juani era un niño muy cristiano, muy católico, muy practicante, ya veía alrededor de ellos las llamas del infierno al que los condenaban en las largas catequesis que tuvo que soportar de infante. Tan horrendo era el pecado de los “mariquitas” que ni siquiera se nombraba con palabras que el Juani pudiera identificar y eso los hacía a sus ojos miopes, pequeñitos e ignorantes, más poderosos y más temibles.
Durante la adolescencia y parte de la juventud, el Juani que ya se llamaba Juan y era más alto, menos enclenque y un poco más sociable, siguió temiendo y despreciando a partes iguales a los “mariquitas”. “Mariquita” siguió siendo una de los insultos preferidos entre su pandilla aunque las más de las veces de tanto usarlo había perdido su capacidad de ofensa. Eras un “mariquita” si no querías salir un domingo o si llegabas tarde a una reunión del club juvenil, eras un “mariquita”; si no te atrevías a declararte a esa chica que te gustaba o eras “mariquita”.
Pero en la pandilla de Juan aparecían las primeras conductas sexuales “raritas”, diferentes y eso ya eran palabras mayores y Juan empezó a opinar entre los suyos de que no quería “maricones” a su lado y el grupo de machos al que pertenecía ejerció su labor homófoba y expulsó a esos amigos tan extraños a la periferia cuando no fuera de él.
Perico, mientras, pasaba a su lado con la bicicleta repartiendo miradas que querían ser seductoras pero terminaban siendo tristes. Pero en el fondo Juan seguía sintiendo miedo.
Cuando era adolescente asistí horrorizado a la violación colectiva, en manada, de un discapacitado mental con la excusa de que era “maricón” y que a él “le gustaba”. Una turba de adolescentes lo llevó con engaños y promesas a un sitio apartado y allí lo sometió a todo tipo de vilezas. Me fui del sitio con horror, he dicho, pero mi silencio me hizo partícipe.
También sonreía cómplice cuando algún amigo empezó a hablarme de sus visitas a Perico, de los robos en su casa y de cómo de caro le hacía pagar sus “favores”. Todo lo relacionado con la homosexualidad me parecía sucio y peligroso. Mientras tanto no me explicaba o reprimía furioso esos deseos de abrazar a algún amigo “especial” porque los sentimientos que despertaba en mi me parecían demasiado fuertes para mi ego masculino … y machista.
Vino la época de la militancia revolucionaria y alrededor de Juan, que ya usaba también otros alias, todo el mundo parecía tener comportamientos sexuales normalizados, “mayoritarios”. En su mundo partidista no parecía haber o no había disidencias en el rol de género ni en las opciones sexuales.
Los militantes se tildaban entre ellos de “maricones” si no eran suficientemente comprometidos en la lucha o si les temblaban las piernas o el pulso en las acciones clandestinas pero, cosa curiosa, “maricón” era el insulto preferido de los torturadores en Comisaría mientras aporreaban los testículos de Juan para hacerlo delatar a sus compañeros. Este compartir los insultos en ambos lados de las trinchera de la lucha de clases era, cuando menos, significativo. Pero su ego revolucionario tenía otras cosas en qué pensar. En la cárcel que conoció Juan, la de los presos políticos, las ideas y las comunas de vanguardia, tampoco eran visibles los “maricones”. No era admisible.
Pasó mucho tiempo antes de que Juan tropezara en una de sus muchas reuniones clandestinas con una persona abiertamente homosexual y su sorpresa fue mayúscula. Su actitud comprometida, su vivir sin miedo, fue como un ariete contra las puertas de la cerrilidad sexual de Juan y por esa abertura, andando el tiempo, se colaría el feminismo de la mano de mis amigas de la primera Asamblea de Mujeres de El Puerto a principios de los años 80. A ellas les debo el debate y la aceptación de otras identidades sexuales y la incorporación a mi concepción de la lucha de la idea de que sin igualdad sexual y sin libertad nunca habrá transformación social profunda.
Mientras tanto, los “mariquitas” de El Puerto seguían resistiendo a su manera con su fraternidad común tan alegre y sonora, sobreviviendo a los estigmas sociales y sexuales con su arte y sus empleos doblemente precarios --por pobres y por mariquitas-- , sus rifas y sus ventas, esperando el Carnaval o alguna fiesta privada para poder hacer uso de sus estrechos espacios de libertad.
Su ejemplo diario, que tan duro fue y tanto sufrimiento les causó, removió mi conciencia de macho ya fuera con el miedo o con la duda, y me llevaría mucho años después a pensar que les debía algo, al menos unas palabras que saltaran sobre esa brecha de soledad que debieron sufrir y que yo colaboré a mantener.
Hoy cuando mis amigos o la gente cercana sigue usando “mariquita” o “maricón” como despreciativo o como insulto genérico, me remuevo en ocasiones y me rebelo contra la actitud y contra el lenguaje. Hizo falta mucho valor para ser “mariquita”, hace falta mucho valor hoy para caminar con la cabeza alta cuando se adoptan actitudes como la suya. En el fondo, creo, me pregunto si vivieron realmente sin temor o tuvieron el valor de vivir y ser “mariquitas” a pesar del miedo, lo cual es sin duda una actitud valiente. Quizás como dice Lilian Delgado en el texto que presenta la emotiva exposición de los dibujos de Karma Vázquez --logrados los retratos, impactantes los textos-- “vivir sin miedo es vivir con miedo y paseando”. Cuando los oigo tratarse entre ellos mismos de “mariquitas” o incluso de “maricones”, salto sobre mis prejuicios y creo oír a las únicas personas que tienen derecho a usar estas palabras como banderas de resistencia y de orgullo.
Estas son mis palabras, mi recuerdo y mi homenaje. Sin vosotros, hoy muchas chicas y chicos de las que hoy se acercan a estas jornadas, no podrían vivir su vida sexual en libertad y aunque todavía habrá que trabajar y pelear mucho para que la igualdad sea plena, sea real en todos los ámbitos --laboral, social, cultural, educativo, etc--, no os quepa duda que vuestro ejemplo y vuestra resistencia en los años más duros habrá sido una de las piedras de cimiento de la situación actual." | Texto: Juan Luis Rincón Ares.
La homosexualidad en el Franquismo. Se puede escuchar el Podcast de RNE pulsando aquí