En 1809 comenzaba a funcionar el llamado Cementerio Católico, todavía camposanto portuense, en el Ejido de Santa Clara, cerca de la ermita que presidía la iliturgitana advocación de la Señora de la Cabeza. La Ciudad se sacudía de la peor crisis económica de su historia, durante la ocupación de las tropas francesas, con unos recursos depauperados y azotada por las epidemias. Antes de la llegada de las tropas napoleónicas ya se había planeado una necrópolis que sustituyera a las inhumaciones en las proximidades de los templos. Al cabo de ocho siglos de enterramientos "en sagrado", la Iglesia perdía los ingresos por los enterramientos en sus solares o en sus capillas.
Las recomendaciones de los gobiernos ilustrados exigían que los cadáveres no se depositaran en un entorno de concentraciones tan multitudinarias como las iglesias. En el caso de la Prioral portuense la situación se agravaba por acoger un gran número de tumbas, tanto en sus criptas como en la explanada de su trasera, ante la llamada puerta del Campo y hoy recinto que acoge a dependencias cofradieras.
Entre las fosas comunes que llegaron a habilitarse en el recinto de la Iglesia Mayor se encontraba la dedicada a las víctimas del hundimiento del primer puente de San Alejandro, acaecido en el día de su inauguración, el 14 de febrero de 1778, la mayor catástrofe vivida en El Puerto, con la muerte de cerca de 200 personas. En las fosas también se inhumaban los cadáveres que llegaban a saturar los espacios sagrados en momentos de epidemias, tan frecuentes como reiterativas hasta hace apenas un siglo.
Mientras que los protestantes recibían sepultura en el "Cementerio de los Ingleses", tristemente desaparecido (por mor de proyectos mal trazados, como la Variante a Rota y que ocupa el lugar de los aparcamiento de Carrefour El Paseo), los católicos se acogían a la protección sagrada de los templos, antes de la construcción del actual camposanto.
Las familias nobles o de prósperos comerciantes eran las que podían sufragarse una sepultura junto a un altar en el interior de cualquiera de las iglesias y ermitas que abundaban en el casco urbano. No sólo en cada capilla de la Prioral y en su nave central, sino que en las Concepcionistas, en el Espíritu Santo o en San Francisco se pueden contemplar las lápidas aquellos benefactores de esos templos.
En iglesias desaparecidas como San Agustín, Santo Domingo o los Descalzos también contaban con sus criptas, al igual que el hospital de Santa Caridad, en la calle San Sebastián. De su cementerio al aire libre precisamente queda como rastro (un verdadero milagro en esta ciudad donde es difícil conservar algo) la cruz de la entrada, sobre su columna de mármol, en la esquina de calle Santa Fe. Precisamente en el hospital de la Santa Caridad se inhumaban los miembros de la familia Vizarrón, los propietarios de la Casa de las Cadenas.
En la capilla de un hospital más moderno, el municipal de San Juan de Dios, también se encuentran enterrados sus principales benefactores, como puede verse todavía, junto al altar que ahora preside el franciscano Jesús de los Afligidos.
El pueblo, la plebe, debía conformarse con ser enterrados cerca de las iglesias, a la sombra de sus muros. El cementerio , concebido en su aspecto actual, vino a equiparar a las clases sociales en un lugar, pero las diferencias volvieron a establecerse en la disposición, entre nichos, tumbas y panteones.
También se practicaron fosas comunes en el actual camposanto, en momentos de epidemias o en las dramáticas circunstancias de la Guerra Civil. Junto a la tapia del cementerio fueron fusilados decenas de portuenses en los primeros momentos de la contienda. Por cierto, como es una tasa barata --pueden consultarse aquí las tarifas del Cementerio Municipal-- respecto a las localidades del entorno, bastantes forasteros o sus familiares, han preferido reposar de forma definitiva en El Puerto. | Texto: Francisco Andrés Gallardo.