En 1809 comenzaba a funcionar el llamado Cementerio Católico, todavía camposanto portuense, en el Ejido de Santa Clara, cerca de la ermita que presidía la iliturgitana advocación de la Señora de la Cabeza. La Ciudad se sacudía de la peor crisis económica de su historia, durante la ocupación de las tropas francesas, con unos recursos depauperados y azotada por las epidemias. Antes de la llegada de las tropas napoleónicas ya se había planeado una necrópolis que sustituyera a las inhumaciones en las proximidades de los templos. Al cabo de ocho siglos de enterramientos "en sagrado", la Iglesia perdía los ingresos por los enterramientos en sus solares o en sus capillas.
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