Como en todo el litoral atlántico, el día 1 de noviembre de 1755 El Puerto de Santa María sufrió los efectos del terremoto sucedido aquel día, que se conoce como «de Lisboa», y el maremoto consiguiente. En El Puerto, la población achacó a la intervención de la Virgen de los Milagros la retirada de las olas, y le dedicó una serie de cultos por acuerdo del Cabildo, que le dedicó novena y procesión de acción de gracias.
El convencimiento de que la escasa consideración, al menos relativa, de los daños ocurridos en la ciudad se debió a la protección de la Virgen de los Milagros, hizo que el Ayuntamiento acordase la celebración de diversos actos religiosos en agradecimiento por lo que se estimaba «diligencias» sobrenaturales de la Misericordia Divina, entre los que se encuentra la instauración de una función perpetua en la fecha de aquella catástrofe cada año como gratitud a la Patrona de la ciudad, ahora totalmente en el olvido.
A raíz de los hechos, el Ayuntamiento tomó el acuerdo de celebrar una novena con la Virgen de los Milagros en el altar mayor de la Prioral, un rosario por las tardes en rogativa, una fiesta solemne de gracias y procesión el último día, además del voto para conmemorar perpetuamente lo sucedido en aquellas fechas. Los testimonios de estos acuerdos se encuentran en las Actas Capitulares correspondientes al día 5 de noviembre de 1755 y se fundan en que el Ayuntamiento de entonces se hacía «cargo de que todas las desgracias no sucedidas pero repetidamente amenazadas por la violencia del terremoto y furioso acontecimiento de las olas que inundaron no pequeña parte del pueblo no pudieron deberse a naturales diligencias o causas y sí a la sobrenatural de la Misericordia Divina por virtud de la soberana protección que esta ciudad disfruta en el amparo especial de María Santísima por medio de su imagen de los Milagros y titular Patrona de ella venerada en la Iglesia Prioral».
El acuerdo
Se acordaba por ello «manifestar a S.M. Divina en cultos y veneraciones efectivas su presente agradecimiento disponiendo se celebre en dicha iglesia un novenario que debe comenzar el día ocho del mes presente a que asiste esta Ciudad por mañana y tarde de las cuales en las mañanas se cante misa con parenta de la majestad Divina en el augusto sacramento del Altar puesta en el mayor de la referida iglesia la preciosísima imagen de Milagros y por las tardes se rece el Santo Rosario saliéndose por las calles públicas en rogativa a cuya vuelta se prediquen en la sobredicha iglesia y por sus eclesiásticos pláticas exhortativas e implorar la misericordia de Dios».
Había de terminar la novena el día dieciséis «con fiesta solemne de gracias con la misma presencia de Cristo Sacramentado y sermón por la mañana a que siga en la tarde secular y regulares con todas las hermandades de las obras pías y cofraternidades de esta Ciudad».
El itinerario de la procesión discurría por la calle Palacio hasta las esquinas en las que se ubicaba la ermita de la Sangre, «tornando desde éstas por la calle de la Nevería hasta la del Pozuelo por la cual deber bajar a el muelle nuevo donde la Sacratísima Imagen volverá su rostro a el mar que espera esta ciudad quede para siempre contenido con la presencia de tan soberano aspecto y desde allí por sima de todos los muelles volverá a tomar la calle de Luna encaminándose derechamente a su sagrada casa».
Un monumento de gratitud
Deseaban los regidores del municipio portuense establecer «por el beneficio recibido de su singularísima Patrona un monumento de gratitud que perpetuamente acredite la especialísima obligación en que nuevamente ha puesto a esta Ciudad y esfuerce la confianza con que los vecinos de este pueblo que hoy son y en adelante fueren deben vivir de la tranquilidad que asegura tan soberana protección».
Aquel día también acordó el Ayuntamiento «imponer como impone bajo de la solemnidad de indispensable voto una fiesta que en el día primero del mes de noviembre de todos los años ha de celebrarse en la Iglesia Mayor Prioral a su titular Divina María Santísima de los Milagros».
La promesa de este voto se hizo ante el entonces alcalde mayor, Domingo Antonio Aldana y Malpica, quien fue preguntando a cada uno de los regidores, situados alrededor de la mesa de reunión del cabildo: «¿Juran ustedes y votan solemnemente a Dios, a su Madre Santísima y a los Santos Evangelios donde ponen sus manos que desde ahora para siempre jamás celebrarán y celebrará esta Ciudad con el costo necesario en el día primero de noviembre de cada un año fiesta solemne a María Santísima de los Milagros en su Iglesia Prioral con manifestación de la Majestad Sacramentada y sermón expresivo de las gracias que le deben tributar por los beneficios experimentados de sus Divinas Majestades en otro tal día del presente año?».
Y a ello el alguacil mayor perpetuo, Bernardo María de Vizarrón, y los regidores perpetuos Luis Rodríguez Cortés, Juan José de Vizarrón, Francisco Alvarez Cuevas, Antonio Gómez Catoyra, Esteban del Castillo, Manuel de Huerta, José de la Torre, José Alvarez Pimentel y Nicolás de Cañas contestaron todos ellos que así lo juraban y votaban «por nosotros y en nombre de nuestros sucesores en los oficios que ejercemos; y por los caballeros ausentes por todos los cuales prestamos voz en la forma que podemos y nos es permitido obligando al cumplimiento de este juramento y voto todos los caudales públicos de esta Muy Noble Ciudad que hoy son y en adelante fueren como que toda ella es obligada y cada uno de sus vecinos a esta acción de gracias y cuando los susodichos caudales no basten a la satisfacción de esta oferta obligamos los que particularmente poseemos todos de nuestra libre voluntad».
Entonces, «deseando edificiar su pueblo», los miembros del Cabildo decidieron hacer público el acuerdo tomado y, por ello, ratificarlo en la Iglesia Mayor «en manos del preste al ofertorio de la misa mayor» el día 16 de noviembre de 1755, en que concluía la novena de acción de gracias a la Virgen de los Milagros por su intercesión en aquel maremoto, cuyo recuerdo no ha llegado a borrarse de la memoria de los pueblos del sur peninsular, aunque sí, como en este caso, algunas de las festividades religiosas instauradas para conmemorarlo. | Texto: José Ignacio Buhigas
Texto riguroso, objetivo y de agradable lectura. Genial, como siempre. Un abrazo grande.
Magnífico relato histórico.