| En la imagen, los padres de Alfredo Bootello y el propio Alfredo de joven, en la antigua Plaza de Toros de Málaga: Luis Bootello Campos y ... aquí viene lo complicado del nombre de la madre. En el Registro Civil estaba inscrita como Gador Teodosia de Reyes González; y dado que entre su nacimiento y su bautizo se murió una hermana que se llamaba Victoria, en el Libro de Bautismo aparece inscrita como Victoria de Reyes González. Cuando era pequeña y le preguntaban por su nombre, no quería decir Victorita y decía Taíta --que es como la conocieron sus amigas-- y su marido, para abreviar, le decía Tai | Foto: Colección V.G.L.
Quizás uno de los parajes más evocadores de El Puerto de Santa María sean las Dunas de San Antón. De pequeño formaron parte de mi paisaje cotidiano. Mi padre, muy aficionado a la cacería, me llevaba con él para capturar tórtolas. Esto me permitió aficionarme a la cacería y, lo que fue mejor, conocer bastante sobre los pinos, los aromos, los eucaliptos, las mimosas, las esparragueras, los lentiscos, las falsas pimientas, las retamas...
Mi padre me llevaba en el cuadro de su bicicleta, enfilando al amanecer por el acceso principal a la Dunas, a la derecha de los baños termales. Portaba, desarmada y en orden, la escopeta y la bolsa de los cartuchos, en busca de los lugares donde solían posarse las bandadas de aves.
Las tórtolas entraban en la Península en el mes de mayo, desde Marruecos, para criar en el norte del país. En septiembre, con las crías casi tan grandes como los padres, regresaban a tierras africanas. Una especie que siempre ha cuidado las condiciones meteorológicas para su emigración. Con los últimos días de sol veraniego añadidos con viento de Levante eran el mejor momento para sorprenderlas en pleno descanso de vuelo.
Pero, en fin, hoy no sólo quería hablar de las tórtolas sino también de los pinares. Los recuerdos de arboledas no perdidas, sino reencontradas. De los navazos, de los ricos huertos playeros. Del originario camino pedregoso de los Enamorados. La bicicleta de los días cazadores tomaba hacia el Aculadero, hacia el campamento de los «flechas» de Sevilla. Mi padre tenía su puesto favorito en el cerro del Campamento, lugar estratégico, propicio para la caza, y donde era difícil hallarlo libre. Con resignación se buscaba otras alternativas si el puesto se hallaba repleto, antes de comprobar las condiciones del día.
Si las retamas estaban secas y los zapatos no se encontraban humedecidos por el rocío o la escarcha, era buena señal, casi augurio, de una excelente previsión de caza. Si, por el contrario, las retamas desprendían gotas de humedad, no había muchas «papeletas» para suponer que la caza iba a ser provechosa. Dibujos y vivencias de la infancia, entre aromas de resina, piñones tostados y perdigones con pólvora. | Texto Alfredo Bootello Reyes. Publicado en Diario de Cádiz en enero de 1996.
Alfredo era grande pero no tanto como su personalidad e inteligencia, elocuente y de gran humanidad. Muchos somos los que guardamos muy buenos recuerdos y haber tenido la oportunidad de compartir momentos que siempre quedan en el recuerdo.