| De izquierda a derecha, Chato Guarigua, Antoñito, Julo-Julo y Tula.
La genialidad de las caricaturas de Juan Luis Rubiales, me hacen recordar a muchas personas conocidas en nuestra Ciudad. Algunas con alguna minusvalía psíquica, pero la mayoría gente sencilla y trabajadora con alguna peculiaridad; bien por su personalidad y carisma, bien por su gracia innata, por sus excesos o por su excentricidad. Quien no se acuerda de Manuel García Berciano ’el Chato Guarigua’ y sus buenísimas cemitas; ‘el Chumi’ y su don para el cante: ‘el Cuellar’ y su Caminito Verde; Vicente, nuestro policía particular, pero eso si, sin placa. Enrique, siempre con su radio acuestas y cuando nos veía, hacia como si nos filmara. ¡Anda que la que formo con la dichosa quiniela! Dicen que de todo hay en la viña del señor, es cierto. Y... los que faltan, los pones tu.
| Chato Guarigua con su hermano Paco, perfectamene uniformados y con su hija, vendiendo tortas de aceite en La Placilla. | Foto: Colección Santiago Martínez García.
Pero empecemos como es debido y con el máximo respeto a todos, porque todos han sido conciudadanos nuestros y han formado parte de alguna manera de nuestras vidas. Todos los que ha caricaturizado Rubiales, son conocidos, pero claro está... faltan nombres.
¿Quien se acuerda de Jesuli? Era un alma cándida asiduo en los desfiles procesionales de nuestra Ciudad, hacia como que tocaba la trompeta; me pregunto: que habrá sido de él? Como de ‘el Zacalúa’, en su tiempo, todo un dandy; era guapo, vestía siempre de blanco inmaculado, solía verlo por la playa del Cangrejo Rojo, eso sí, bien acompañado por alguna turista extranjera. ¿Tarzan? creo que era hijo de Anita, ‘la de la Casa de los Millones’, que vivía en la casa junto al Castillo de San Marcos, donde hoy está el azulejo del Mapa de Juan de la Cosa y el Banco del Beso.
| El Julo-Julo. | Foto: Colección Antonio Gil de Reboleño.
Y… de Joselito ‘el Caca’ [le decían así, porque entraba a robar y daba de cuerpo donde robaba] y su sempiterno especie de abrigo, Javier ‘Julo-Julo’- no sé, por qué cada vez que iba a por vino para la comida a la Bodeguilla de Sánchez estaba allí y siento decir que me daba miedo. Recuerdo que se ponía un gorro de cartucho de papel de periódico creo y llevaba una especie de fusil de madera, claro que han pasado tantos años, que puedo estar confundida.
| El puesto de Agustín Vela, al aire libre en La Placilla, pero protegido por toldos. | Foto Colección Familia Vela.
Y ‘el Cai’ y su prodigiosa garganta: café que veía, café, que se bebía hirviendo y sin inmutarse. ‘El Panarria’, no sé, si Martínez Ares, se inspiro en él en su estribillo de la comparsa ‘Entre tus Brazos’, cuando decía: “¡¡inmóvil!”. Porque este hombre más de un susto me dió, al encontrármelo por la escalera de casa y preguntarle: “--¿A quien busca?”. No contestaba, se quedaba como petrificado y yo, con un susto de padre y señor mío, llamando a mi padre y preguntándole si respiraba, a lo que me contestaba… “--Tranquila, no le pasa nada, ya verás cómo le pego una bófeta y se espabila”. Al escuchar a mi padre, la estatua de sal, volvió a la vida, y salió pitando escaleras abajo.
| En la imagen de la izquierda, Antoñito ‘el Tonto’, óleo pintado por Juan Lara en 1959. | Foto: Colección LSA
Y Antoñito –primo de José ‘el Negro’ y sobrino de ‘la Bilili’-- pobrecito, siempre cargando cubos de agua, o canastos con mandados. No sabía leer, te daba la nota, y te decía, “--Dámelo to güeno y no te equivoques que me riñen”. Parece que lo estoy viendo; en verano se ponía un pañuelo con cuatro nudos, a modo de sombrero, que no le evitaba los sudores y en invierno, su boina. ¿Y Domingo ‘el Betunero’? Si, el hermano de la infortunada Antoñita, víctima de José Delgado Villegas, el hijo de ‘el Arropiero’, que adoptó igualmente dicho mote. Si no había guasa, que la había, Domingo te daba educadamente loa buenos días, pero cuando lo molestaban era temible. Tiraba , la caja del betún y …sálvese el que pueda.
| “Tula, mujer sonriente y de carácter muy dulce a la que le gustaba el pirriaque (vino malo). Los niños nos burlábamos de su estado de embriaguez”. | Paco Artola
Tula, era una señora ya de edad, no muy alta, su pelo recogido en un moño bajo, me cuentan que tenía algún defecto en el ojo izquierdo, pues bien me cuentan que frecuentaba la taberna la Mezquita y alguna bodeguilla y… “--¡Ay, mi sangre! Dame una chiquita Hijo!”. Mi máximo respeto por ella.
Pastora, cuando la conocí era una señora de mediana edad, no muy alta, de pelo corto y rizado, era simpática, pero me costaba entenderla, porque tenía alguna dificultad al hablar. Me llamaba la atención sus movimientos de cadera al andar, muy femeninos.
Y es que vivir en La Placilla a mediados del siglo pasado, era todo un privilegio. El Puerto de Santa María vivía específicamente en el centro, aunque ya empezaban a edificarse las primeras Barriadas, pero está claro que los comercios, colegios, farmacias y especialmente la Plaza de Abastos, atraía un gran trasiego de gente. Por eso me viene a la memoria, aquel señor, con su sahariana blanca pregonando: “--¡Tajaitaaa, Garfín!”, ¿que buenas verdad?
| Manuel Delgado Villegas, hijo de 'el Arropiero', que adoptó el mismo sobrenombre.
¿Y ‘el Corruquero’? Que lástima que sus familiares no sigan vendiendo los corrucos. Y es que hemos perdido tantas cosas, que da pena. ¿Recuerdan las tortas de la madre de Pepe Callealta? ¡que buenas! ¿Y las que vendía ‘el Mijita’? ¿Y las arropías? “--Niña, las llevo, blanca, las llevo rosas, para las niñas más hermosas”. [Otra versión del pregón del arropiero padre, mas sicalíptica, era: “--Niña la arropía, la vendo larga y retorcía”. Y remataba: “--Que que laaarga la tengo”]
| Francisco de la Rimada Bernal Boli por la calle Ricardo Alcón, antes calle Correo y antes, calle Muro, por ser por donde pasaba la muralla. Un tramo aún se conserva en el cibercafé de dicha calle en el tramo comprendido entre Nevería y Larga.
Para mí todos son, personas entrañables, pero claro con algunos me unía una bonita amistad. Así José de la Rimada Boli, era vecino de la artista de la Placilla, Pepita Campos, ambos muy buenas personas. Boli, tenía toda la gracia del mundo, aunque a Pepita la llevaba a mal traer con sus bromas, nada serio, ella se lo tomaba bien y… aquí, paz y después gloria.
| Nuestra artista de La Placilla, Pepita Campos
Trabajaba en la aserradora de José María Pastor, pero con su canasto en ristre, atendía también los recados de la familia Pastor, y es que eran tiempos difíciles, y todo lo que se pudiera arrimar a la economía familiar, mejor. Que hay que llenar los búcaros y… “--¡Aguaooooo!”, pues ahí estaba Boli, en la Feria de Ganado llevándonos agua fresquita. (Continuará). | Texto: María Jesús Vela Durán.