En un día de viento de Levante éste es el único rincón del litoral portuense a salvo del fuerte viento. La playa de la Muralla está presidida por unas ídem, pertenecientes al antiguo fortín de Santa Catalina, que dota de un decorado especial a este rincón portuense. Los fenicios, además de ser buenos comerciantes, tenían muy mala idea. Uno de los métodos favoritos que tirios y sidonios tenían para defender sus costeras y playeras murallas de los asedios era lanzar arena al rojo vivo, en marmitas, a los asaltantes. Una forma cruel y efectiva de malherir a los enemigos. Los candentes granos se introducían por las rendijas de las corazas y telas de los soldados, quienes fallecían entre delirantes espasmos. De eso, en una dimensión más inofensiva y doméstica, saben de sobra los bañistas cuando se baten en retirada en plena canícula con levante.
| Maqueta del fortín de Santa Catalina.
Tal uso de la arena en la guerra a buen seguro que lo pusieron en práctica los fenicios para defender en distintas ocasiones la isla de Gades y el enclave continental en El Puerto de Santa María actual. De aquellas primigenias murallas se conservan en parte en Doña Blanca, pero quién sabe si en el frontal de la costa, donde se ubicó el moderno fortín de Santa Catalina, también se destacó la defensa de fenicios y púnicos y, posteriormente, de los romanos.
Como las murallitas de Cai, en el siglo XVI se comenzó a construir el baluarte portuense cuyos restos perviven en la llamada por ello playa de la Muralla. Dos grandes fragmentos del recinto forman un histórico acantilado, ya muy erosionado por el efecto de las olas. Playa y muralla no sólo riman, sino que han convivido en paz durante los últimos dos siglos, tras sufrir la invasión angloholandesa de 1702 --donde la guarnición tuvo que batirse en retirada-- y la napoleónica del siglo XIX.
Esta playa forma un recoveco, una cala, entre el espigón de poniente Puerto Sherry --aprovechando el cantil natural de la desaparecida playa de La Colorá--, y los farallones de La Calita. Es apenas medio kilómetro de una costa muy bien resguardada de los vientos, de granos gruesos de arena y de aguas limpias, vigiladas por el telón de piedra. En un día de Levante este es el único rincón del litoral portuense a salvo del fuerte viento.
Mantiene una numerosa concurrencia familiar, fiel, aunque a primeras horas de la mañana acude algún que otro nudista. El desarrollo urbanístico de esta zona rompió parte del misterio de La Muralla, que era uno de los lugares ignotos de la costa portuense, ya que no podían acceder los vehículos. Con la construcción de Puerto Sherry y de la urbanización Fuerte-Ciudad --en el remate del originario talud natural--, se llega cómodamente desde la carretera del recinto náutico y también desde la urbanización de Vistahermosa.
Lo que tiene pendiente es un aparcamiento bien acondicionado. Para encontrar aparcamiento hay que acudir bien temprano, ya que no hay demasiadas plazas. Un paseo por el cantil desde La Muralla hasta Vistahermosa brinda unas magníficas vistas de la Bahía, en especial al atardecer.
| 'El rey José I en la Bahía de Cádiz'. La vista está tomada desde la costa portuense , al fondo Cádiz. Óleo de Augusto Ferrer Dalmau Nieto.
La Muralla recuerda la historia militar de El Puerto y, en parte, el espíritu semisalvaje que tenía la añorada playa de La Colorá. Para evitar accidente alguno, es mejor no bañarse cerca de la zona de las murallas, debido a las numerosas piedras que esconde la orilla en este tramo. | Texto: Francisco Andrés Gallardo.
Véanlas véanlas, antes de que se caigan. Como todo lo de este pueblo.