Por cierto, al mencionar «matalahúva», me acuerdo que los mayores fumaban cigarrillos compuestos por esas semillas, a falta de tabaco. Imaginativas y resignadas formas de combatir el vicio fumador.
Ya a partir de los 50, acompañando el minúsculo desarrollo que se percibía, se hicieron clásicos en las meriendas los bilbaínos, que aún compro. Bizcochos de la abundancia, con el tamaño de una lengüeta y que dentro de la oferta confitera era lo más destacado y goloso para pequeños y grandes. Me llegan sabores de La Pastora y de La Campana, San José, La Perla y Los Sanluqueños... ¡Qué bilbaínos!, ambrosías de un tiempo en blanco y negro. Entre dulce y dulce, el pescado del freidor. Y si no había presupuesto para piezas, se adquirían las populares «mijitas». Despojos de cestillos y cartuchos para los bolsillos más modestos.
En la especialidad del buen frito, evoco al Apolo, que entonces pervivía entre croquetas, chocos y buen cazón; el que estaba frente a La Mezquita; el del gallego, esquina Nevería y Ganado; los aromas de aceite virgen tostado que, en el recuerdo, ascienden en la esquina entre Cruces y Postigo. Tertulias crujientes en adobo con copita de fino como testigo de sabores de infancia y juventud. La nostalgia me estremece y estas persistentes lluvias me han avivado las sensaciones de los tiempos pasados. Los cielos grises me sugieren recuerdos. Pero no me embarco en el ayer. Me quedo en el hoy, y desde esta columna deseo de corazón que el gran poeta de El Puerto, Rafael, se recupere y vuelva a tomar su pluma firme y alzar su voz de navegante por la libertad. | Texto: Alfredo Bootello Reyes. 24.enero.1996.