Era una persona culta y tenía un gran sentido del humor, pero era tremendo cuando el viento de Levante aparecía en todo su esplendor ya que la influencia del mismo le provocaba trastornos fisiológicos y le alteraba hasta tal punto que, a veces, cantaba a voz en grito por las calles. Es mucho lo que se ha escrito y se ha dicho sobre Alfredo Botello Reyes y, probablemente, ya no quedará mucho más que decir, siendo la anécdota de la Playa de Valdelagrana lo más sobresaliente de sus actuaciones, pues fue el mismo Ayuntamiento jerezano quién le confirmó que Valdelagrana pertenecía a El Puerto de Santa María.
2.528. Alfredo Bootello Reyes. El tamborilero de Valdelagrana.
Decía, hace unos días, que Alfredo era conocedor, desde su infancia, de lo que se hablaba en los mentideros taurinos y de las conversaciones que su padre, don Luis Botello Campos, que era médico cirujano de la Plaza de Toros, mantenía con las autoridades y aficionados al toro, adquiriendo Alfredo con ello unas extensas referencias taurinas y viviendo ciento de anécdotas. Alfredo me refería que una de las historias que más le apasionaba era la del torero, ‘Joselito ‘El Gallo’ y la buena relación que tuvo con El Puerto.
1.170. ALFREDO BOOTELLO REYES. Portuensismo, gracia y memoria prodigiosa.
Y, a todo esto, añadía que cabía la posibilidad que los pregones de Catalina Santos, ‘La Guachi’ los días de toros fue motivo también para que Joselito ‘El Gallo’ se inspirara en la célebre frase que aparece en el mosaico de nuestra Plaza Real. No había fecha que se le resistiera, dando toda clase de detalles e incluso argumentando y resolviendo las cuestiones importantes que se suscitaban en la desaparecida cafetería 'El Faro', en la esquina de la calle Palacios con Nevería --hoy óptica--, donde también rellenaba los crucigramas en un santiamén, ante el asombro de la clientela.
En el Bar La Galera.
Hace unos años, usando mi seudónimo de Morgan, recordaba en un comentario en estas páginas la figura de Alfredo y contaba que hubo un tiempo que nos reuníamos en la Cervecería-Bar La Galera Real --hoy La Venencia--, en las Plazas de las Galeras, y Lucky, su propietario, participaba de nuestras ocurrencias, siempre que sus obligaciones se lo permitían.
| La plantilla del Bar La Galera, en los años 90 del siglo pasado
En cierta ocasión, durante una calurosa acogida a Alfredo o que regresaba de Madrid, nos encontrábamos comentando que si los conductores españoles respetáramos todas las normas de circulación en lo relativo a los límites de velocidad, se provocaría un atasco de tal magnitud que España estaría en huelga general permanente porque sería imposible acudir y llegar a tiempo a los trabajos debido a las aglomeraciones que se provocarían.
A todo esto, mi buen amigo, Javier Romero Díaz, ‘Marrajito’, de la familia ‘Abuelita’, dijo que el asunto se podría aliviar subiendo 10 puntos los límites de velocidad en todas las carreteras de la geografía nacional siempre que el asfalto de las mismas estuviera en buenas condiciones.
“--Claro”, enfatizó el bueno de Alfredo Botello, “para ello es necesario que los ilustrados en tráfico se dejen de elucubrar sobre el sexo de los ángeles y trabajasen conjuntamente para concienciar y aportar soluciones a los ciudadanos”.
Estaba tan concentrado Alfredo en el debate que no se percató de que le estábamos preparando una broma ya que Lucky, aprovechó el momento, para decirle que en la mesa contigua se encontraba un teniente coronel de la Guardia Civil, que se había acercado a la barra solicitando el teléfono para ponerse en contacto con el Cuartel de la Benemérita debido a lo que había oído sobre los ‘ilustrados’.
Alfredo, que, por cierto, vivía a varios metros de La Galera, en el Edificio Vista Alegre, creyó a Lucky y en un santiamén se levantó y se fue deprisa para su casa, donde estuvo durante una semana sin salir a la calle. Y no era para menos. Se nos fue un día señalado, el 25 de diciembre de 1996, contaba con 57 años de edad. Descansa en paz allá donde estés. | Texto: Antonio Carbonell López.
Inteligente, sarcástico, bromista de cara a la galería, pero debió de sufrir mucho con su sobrepeso, que acabo llevándoselo. En el libro de condolencias expuesto en el antiguo bar Luna, puse algo así, como que "el alma pesa menos que el cuerpo y espero que seas feliz en el Cielo".