No. No me refiero a esa mirada húmeda de las beatas, ni a ese velo que se les pega en la cara como tan magníficamente las describe en el juicio a la guerra en ‘Juego de espejos’ el dramaturgo, historiador del teatro y crítico literario español Francisco Ruíz Ramón. Además de lo dicho, en El Puerto y alrededores se llamaba 'hacer la beata' cuando se deslumbraba a alguien y se le molestaba con el reflejo del sol, de la luz dirigida a través de un espejo. Mandar un reflejo también era una forma de comunicarse en las grandes distancias.
Hoy día lo de ‘hacer la beata’ puede resultar un tanto rancio en cuanto al lenguaje, pero aún así me aventuro a testificar que puede alcanzar una capacidad comunicadora harto eficaz.
Incluso diría que casi me fío más de los reflejos de las ‘beatas’ propincuos, esos que nos envían nuestros vecinos, nuestros tenderos, nuestros amigos y contertulios del día a día que por cercanos tienen la suficiente confianza para hablarte de tú a tú, sin ánimo de molestar, pero marcando prioridades y señalando certidumbres que sólo se perciben cuando se pisa la calle de verdad y no practicando ese ridículo postureo con sonrisa profiden que suele poner en evidencia a más de uno y a más de dos.En la novela infantil ‘A través del espejo y lo que Alicia encontró allí’, de Lewis Carroll, mientras Alicia está meditando sobre cómo debe de ser el mundo al otro lado del espejo de su casa, se sorprende al comprobar que puede pasar a través de él y descubrir de primera mano lo que ahí ocurre. Así lo hace, y llega a una sala en la que las piezas de ajedrez parecen cobrar vida.
Hace unos días, cerca de medio millar de portuenses convocados para enviar reflejos de ‘beata’ a nuestros mandatarios locales, cruzaron el espejo, y empezaron a moverse y a hablar como las piezas de ajedrez de la novela de Alicia ante el asombro de propios y extraños. Allá a lo lejos, en el tabernáculo de los tribunos se avistaron caras blancas y de todos los colores, hasta caras en las que se podían tocar palmas a compás. ‘Revive El Puerto’ ha conseguido agitar los enigmas del orden y el caos. Benditos sean. | Texto: Manolo Morillo
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