María Teresa Decarlini Méndez, viuda del médico Alfredo Jorge Suar Muro, asesinado por ETA en la capital gaditana el 14 de octubre 1983 que trabajaba en el centro penitenciario Puerto 1, en El Puerto de Santa María, habla de la sinrazón. El matrimonio huyó de la Argentina de Videla y se encontró con la España de ETA
1.174. ALFREDO JORGE SUAR MURO. Primera víctima de ETA en Andalucía.
En mayo de 1984 el Parlamento aprobaba una ley extraordinaria concediendo una pensión excepcional a María Teresa Decarlini, viuda del doctor Suar Muro, mientras, el Ayuntamiento le entregaba la Medalla de Oro de la Ciudad, a título póstumo. En octubre de 2004 el Gobierno creó en Jerez de la Frontera un Centro de Reinserción Social que lleva el nombre del médico asesinado. Antes, en el año 2000, se le concedió la Cruz al Mérito Civil a título póstumo y el Ayuntamiento de El Puerto de Santa María le dedicaba una calle. En octubre de 2008, con motivo del veinticinco aniversario de su asesinato, Instituciones Penitenciarias realizó una ofrenda floral en el monolito dedicado al doctor Suar Muro a la entrada del penal de El Puerto.
Teresa Decarlini y Alfredo Jorge Suar se conocieron en un país limpio, en un luminoso verano austral, en una playa. Ella tenía 18 y él, con 22, cursaba su último año de Medicina. Fue un amor de 1972. En 1976 todo se acabó y empezó el Terror. Un personaje siniestro, Jorge Rafael Videla, destronaba a la mujer de Perón, Isabelita, que dos años antes lo había llevado a lo más alto del Ejército, junto a otros nombres que engrosan más historias universales de la infamia: Emilio Massera y Orlando Agosti. El apoyo de la CIA hizo lo demás. Durante esos años Argentina se convirtió en una dictadura sanguinaria y el país oscureció, arrasado por la inflación "del mil por mil. Lo que te costaba un peso a las nueve de la mañana, te costaba tres pesos a las nueve y media".
Habla Teresa Decarlini en la trastienda de su estanco en El Puerto de Santa María, en el Camino de los Enamorados. "Era una bonita patria hasta que nos lo robaron". Es mujer de exquisita y cuidada amabilidad. El ritmo de su acento mece las palabras, aunque sean palabras sobre el horror y haya que mirar a sus ojos profundos para dibujar su dolor. Los enamorados se fueron huyendo del Mal y se encontraron con el Mal. A veces, el destino es enrevesadamente terco.
"Alfredo estaba convencido de que si seguíamos en Argentina acabarían por matarlo. Estaban desapareciendo médicos. Los llevaban para curar heridas de bala. Nunca volvían. Nada de testigos". Por entonces, Teresa y Alfredo ya estaban casados. El noviazgo había sido duro en un país que empezaba a adentrarse en su gran agujero negro de la historia. "No podíamos hablar, nuestra obligación era estar mudos. Si querías vivir, callabas".
Teresa estudiaba Derecho. Recuerda Teresa a su amiga Beatriz Gualdieri, a la que conocía desde la guardería. Ella estudiaba Filosofía y Letras, una de las facultades favoritas de los milicos. Allí entraron y ya nunca más se supo de Beatriz. O Calduch, otro buen amigo. Su familia, catalana, había huido de la Guerra Civil. Como miles de estudiantes, fue 'chupado' por las 'patotas', los grupos que se encargaban de una sistemática tarea de depuración. "Buscaban a los estudiantes porque eran los que pensaban, a los que no podían controlar, porque, en definitiva, se rebelaban, pero también cogían a los que no lo hacían. Sobrevivir era una cuestión de azar. Acabaron con dos generaciones de argentinos".
Los incidentes en la Universidad eran continuos. "Luego lo hemos sabido. Si eras chica, te violaban. Te violaban seguro. Bueno, si te cogían, ya no volvías, porque desapareciendo en el Río de la Plata o donde fuera se eliminaba a la víctima; pero es que, además, si eras chica te violaban. Y yo me acuerdo de Beatriz. El portero del bloque donde vivíamos Alfredo y yo, muy cerca del circuito de velocidad de Buenos Aires, a las afueras, nos había dicho que cada mañana estaba echando la basura sobre restos humanos. La muerte estaba por todos lados".
Es difícil asimilar la vileza de esa junta militar, pero más todavía la del 'ejército' de ejecutores. "Reclutaban a los soldados en el norte del país, entre los desclasados, los que allí se conocen como cabecitas negras. Eran desharrapados a los que se les entregaba un fusil, gente que durante toda su vida había pasado hambre. Parecía que les ofrecieran una suerte de venganza para pagar con el resto del país las necesidades que habían sufrido. No tenían la más mínima formación y sí carta blanca para hacer lo que les diera la gana. Recuerdo esa jornada en la que caminaba hacia el metro con una amiga y escuchamos cascos de caballos a nuestras espaldas. Eran militares dando sablazos a diestra y siniestra. Pensamos en meternos en el metro, pero allí entrarían los caballos y nos matarían. Era un callejón sin salida. Nos refugiamos con unos veinte más en una panadería y estuvimos en silencio, con la cancela echada, tirados, durante tres horas".
La rutina del matrimonio Suar tras el golpe militar, con un niño de meses, era asfixiante. Teresa batallaba para conseguir comida, lo básico. "Había que hacer colas para conseguir hasta papel higiénico. Secuestraban los alimentos y dejaban desabastecida a la población para luego abrir el grifo y presentarse como los salvadores". Mientras, Alfredo rascaba pesos de donde podía, haciendo guardia tras guardia. Por la noche, una vez dado el toque de queda, se cerraban las ventanas y se apagaban las luces. Era la hora de los tanques que, como ogros metálicos, salían de patrulla en el silencio de una inmensa ciudad encerrada y aterrorizada.
Un día, Teresa viajaba en el colectivo con su niño para visitar a Alfredo en uno de sus turnos. Uno de los temibles Ford Falcon negro se atravesó delante del autobús y cayó una lluvia de balas. Adornados con sus gafas negras de chulo de comic, los cabecillas ordenaron bajar al pasaje. "No mirés, que no me mirés a la cara te dije", gritaba uno de ellos. Teresa, instintivamente, levantó la mirada. Recibió un culatazo en la cabeza. Cuando se encontró con Alfredo, la sangre empapaba su melena. Alfredo no lo dudó: nos vamos de aquí, ya nos vamos de aquí.
Hicieron lo que hacían muchos, escapar, si bien la mayoría tenían que hacerlo a pie a través de la frontera de Paraguay o Bolivia. Ellos consiguieron un billete de avión a Génova, donde Alfredo se especializó en Pediatría. Luego conocieron al doctor Frontela y se instalaron en El Puerto. No se lo podían creer: despertaban de la pesadilla. Decidieron echar raíces. Alfredo lo hizo con determinación. Se enamoró de los toros y de las ferias. "Por fin, después de tanta sinrazón, de tanto miedo, éramos felices. Vivíamos en un lugar en el que podíamos pasear con tranquilidad en la calle, donde se podía charlar, tomar algo en la terraza de un bar".
Alfredo gozaba de su trabajo. Creó una consulta gratuita para gitanos en su propio domicilio y aceptó trabajo en el penal. Allí se hizo rápido con la población reclusa, "no miraba a la gente por el delito que hubieran cometido" e incluso los etarras tenían tal confianza en él que no comían hasta que el doctor Suar no hubiera probado la comida. Es verdad que había muertos cada semana, pero el terrorismo parecía un conflicto lejano. Por entonces estaba secuestrado el farmacéutico Barrios. "Viendo la noticia en la televisión, Alfredo comentó con pena que a este hombre ya no le veríamos vivo".
Apenas unos días después, el 14 de octubre de 1983, dos desconocidos, al estilo de las 'patotas', sacaron a Alfredo Suar Muro de su consulta. "Ahora vuelvo", dijo a su enfermera. No fue así. Se lo llevaron a su coche y le dispararon dos tiros en la cabeza. El cadáver fue abandonado frente al viejo hospital Zamacola. ETA reivindicó el asesinato en el diario Egin una semana después. Nadie fue juzgado nunca por este crimen. Era la primera vez que la banda terrorista asesinaba en Andalucía.
Los ojos profundos de Teresa se clavan. Calla. "La sinrazón", dice como toda explicación a lo inexplicable. | En Diario de Cádiz.
Sería sobre las 9 ó 10 de la noche de 14 de octubre de 1983, cuando recibí una llamada de teléfono en mi laboratorio, donde yo solía estar a esa hora revelando las fotos del día para el Diario, “ vete corriendo para los bajos de Zamacola, parece que hay un muerto”, me dijo mi compañero Ignacio de la Varga.
Al llegar al lugar también lo hacía la policía. En la oscuridad del túnel había un coche con una persona en el asiento derecho de la parte delantera con un tiro en la nuca. Entre el nerviosismo y la poca experiencia, iluminando con el flash hice 5 ó 6 fotos antes de que me echaran de allí. Esa noche no pude dormir. Fue el primer atentado de ETA en Andalucía.
Creo que algunos de los homenajes han llegado tarde,, demasiado silencio con las victimas de eta durante muchos años.