Como cada mañana, me acerqué a la azotea a ver que tal amanecía el día, la luminosa frialdad era demasiado acogedora, dirigí la mirada hacia las cigüeñas que anidan en las espadañas de la Prioral… y pensé, me gusta El Puerto, es una hermosa ciudad, tan bonita como cualquier otra, pero esta es la mía. | Foto: Pedro Payan.
Recordé que el año comenzaba, repasé con la mirada los tejados del barrio alto, los principios de la plaza de España y de la calle Luna, los perfiles de la calle Santa María, y lo que se anunciaba como el mercado. La luz era cálida, reconfortante, lo que ante mis ojos se anunciaba era real, y bello, agradable, y entonces pensé en todos los lamentos que lanzamos a lo largo de los días. Perdemos tanto tiempo en quejarnos de lo mal que todo puede estar, regocijándonos en la podredumbre de lo que vemos, que no tenemos tiempo para ver todo lo bueno que nos rodea.
Cierto que la Plaza de Juan Gavala hay colectores de basura, cierto que a veces, muchas veces, las bolsas se acumulan fuera de los receptáculos, pero esta mañana solo tenía ojos para las desafiantes palmeras, y el aroma de las flores que se comenzaban a acomodar en el puesto de Tino no me dejaban aspirar más que aromas agradables. Miramos con ojos podridos todo lo que nos rodea, escribimos sobre las morbosas críticas, y solo sacamos el verbo para apostillar cualquier hecho negativo que acontezca. En pocas ocasiones alabamos lo bueno que nos rodea, pero lo peor es que, en pocas ocasiones nos molestamos en leer si el artículo alaba alguna cosa.
Mientras dejaba que la mañana se adueñara de mis sentidos pensé que este año era tan bueno como cualquier otro para comenzar una nueva costumbre, la de sentirme orgulloso de la ciudad donde vivo, para, sin importarme el morbo y el revuelo que produce el intentar remover lo sucio, escribir en blanco sobre blanco, sobre lo bueno. Sobre las virtudes y las joyas que encierra una ciudad más valorada por quienes vienen de fuera que por los que la moramos cada día. Hoy he comenzado a mirar mi ciudad con otros ojos, y sin apartar la vista de lo que sea denunciable, me he propuesto mirar más lo bello que encierra y esconde, que lo triste que se expone a nuestro paso. | Texto: Joaquín García de Romeu.