"Recuerdo la ilusión que sentía --al acabar en noviembre de 1987 el primer manuscrito de "El último Dios”-- de traducir el original y enviárselo a Marguerite Yourcenar a su particular isla de Aquiles, en el estado norteamericano de Maine. ¿Debía atreverme? ¿Podía permitirme semejante desfachatez? ¿Qué remedio me quedaba? Tenía 22 años, era la primera obra de teatro que escribía y la había hecho absolutamente impregnado de su mítica novela "Memorias de Adriano". Además, estaba enamorado y no hay nada más poderoso y arrogante que un corazón joven, ávido de amor, que necesita la confirmación y la aprobación del ser amado. Necesitaba una palabra suya... Y después lo habría aceptado todo: su indignación o su condescendencia, su risa, su comprensión o finalmente su silencio. | Fotomontaje. Pepe Díaz Cordero.
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