En estos grises días, cuando el frío te cala hasta los huesos, y la cuesta de enero se hace cada año más cuesta, se acrecienta también el tiempo que dedicamos a recordar nuestro pasado más reciente. Frente a la chimenea, o arropados en la mesa camilla, nos acercamos a aquellos acontecimientos que dejaron alguna huella en nuestro pensamiento. Utilizamos esa memoria selectiva de la que hemos oído hablar tantas veces. Me instalo, casi de inmediato, en una época de mi vida que recuerdo con cariño. Año 90. En una vespa, atendía los avisos sanitarios que se producían en El Puerto. Y acudía con cierta asiduidad a casa de un paciente singular: José Antonio Romero Zarazaga.
Lo que en un principio fueron visitas domiciliarias para atender algunos problemillas de salud, se convirtieron en amenas charlas. Lo de menos era ya tomarle la tensión o administrarle algún que otro inyectable. Tanto a él como a mí nos apetecía poner patas arriba lo que ese día fuese noticia en nuestra ciudad. Hombre curtido así mismo, poseía una amplia visión de la vida. Bonachón y emprendedor, llamaba a las cosas por su nombre.
En una de aquellas mañanas, en hora cercana al mediodía, me relató con apasionamiento su venida a El Puerto, los primeros pasos en la calle Ganado y el primitivo despacho al público, a mediados de los 50, en el Parque. Hablaba con la seguridad de una inmejorable salud en el negocio. No le faltaban razones. Había apostado por apoyar, con la publicidad de sus productos, cuantas iniciativas culturales, deportivas o de lo que fuese, contribuyesen a engrandecer nuestra ciudad. Tenía a sus trabajadores en el lugar que les correspondía, y no escatimaba ni un ápice a la hora de echar una mano, sin pedir nombres ni apellidos.
Al poco de marcharme a trabajar fuera de El Puerto, me enteré de su fallecimiento. Lo sentí. Perdimos a un gran emprendedor. Ahora recuerdo a Pepe, y lo hago con los versos de León Felipe: ‘Ser en la vida romero, romero…, sólo romero. / Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo ,/ pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero / ligero, siempre ligero’. | Texto: Enrique Bartolomé
Hola Enrique, he leido las palabras que has dedicado a mi padre. Bellas palabras, Te lo agradezco de corazon. Efectivamente era un hombre del Puerto lo amaba y lo vivia intensamente. Muchas gracias Enrique. Manu Romero.
Muy bien Enrique Bartolomé, digno hijo de su padre. Y me ha gustado mucho releer esos versos tan emotivos de León Felipe, a los que me permito, en honor al personaje Romero: Que no hagan callo las cosas / ni en el alma ni en el cuerpo... / pasar por todo una vez, / una vez sólo y ligero, ligero, siempre ligero.
Querido Enrique, nuestro agradecimiento y cariño por el recuerdo tan bonito que dedicas a mi padre, que tanto echamos de menos.
Un abrazo fuerte.
Olga Romero.