El ex jugador del Sevilla Enrique Montero, el artista que se perdió el Mundial 82 de España por una gravísima lesión en la rodilla derecha, como afirmó ayer miércoles José Emilio Santamaría, entonces seleccionador del citado club, recibió emocionado el X Dorsal de Leyenda, máximo galardón del club a sus futbolistas históricos.
Enrique Montero, nacido hace 62 años en El Puerto de Santa María. fue reconocido como uno de los máximos exponentes de la escuela sevillana en un homenaje en el antepalco del Ramón Sánchez Pizjuán, donde debutó en 1974 de la mano de Santos Bedoya y, tras dos años cedido en el San Fernando, desplegó su "magia" durante once campañas (1974-1986). | Fotos: Juan Carlos Vázquez.
El fino centrocampista, que destacaba por su calidad técnica con exquistas fintas, quiebros, recortes y pases de gol, disputó 323 partidos (52 goles) con la camiseta sevillista, fue tres veces internacional con España y también jugó cuatro años en el Cádiz (1986-90), antes de retirarse en 1992 en el Racing Club Portuense.
Montero estuvo arropado por familiares, amigos y compañeros en un acto al que asistieron el técnico sevillista, el argentino Eduardo Berizzo, jugadores como Ganso, Pareja, Vázquez, Escudero, Correa o Nolito, y el consejo de administración que preside José Castro, así como el exseleccionador Santamaría o el presidente del Cádiz.
Recibió el cariño de muchos excompañeros sevillistas, del exmeta del Burgos Javier Maté -que rememoró el golazo que le marcó en 1981 en unos cuartos de final de Copa-, excadistas como Carmelo o Juan José y exbéticos como Demetrio, García Soriano, Biosca, Bizcocho o Cardeñosa, que expresó la admiración de todos hacia él y le entregó una placa en nombre de la Asociación de Veteranos del Real Betis.
Además, Vízcaíno, presidente del Cádiz y exdirectivo del Sevilla, le obsequió con otro recuerdo por su cuatro campañas en la mejor época de los cadistas en Primera y el presidente de la Real Federación Andaluza de Fútbol, Eduardo Herrera, con el escudo de oro de este organismo y con la Medalla de Oro del centenario de la RFAF.
En el acto, José María Vilarrubias, el médico que le operó de la lesión que le causó Polozzi (Palmeiras) en una semifinal del Trofeo Carranza 1981, cuando Montero tenía hecho su pase al Barcelona por 250 millones más Esteban Vigo y el 'Lobo' Carrasco, dijo que tenía roto cinco de los seis elementos que conforman la rodilla.
"De las más de 40.000 operaciones de rodilla que he hecho, fue una de las más graves que he operado. Cuando estaba sacándome los guantes, llamó al Rey y me dijo: '¿cómo ha ido la operación de Enrique?. Lo necesitamos para el Mundial'", recordó el cirujano.
Santamaría, el seleccionador en esa época, confirmó que, de no haber sido por su lesión, Montero hubiera ido al Mundial 82 como una de las bazas de la renovación que buscaban en el equipo, destacó que era "un fenómeno" y reivindicó a los jugadores de entonces, que debían "jugar en campos con barro", como ejemplo para los de ahora.
El presidente del Sevilla, por su parte, subrayó que con estos actos reconocen también a todos los jugadores que defendieron el escudo del club y que en el caso de Enrique Montero fue "la magia que vino de El Puerto de Santa María, el artista" que supo cambiar las críticas a veces de la afición por "la aclamación y los pañuelos blancos".
"Hoy, el fútbol y el Sevilla te hacen justicia", recalcó, tras lo que el homenajeado expresó su "gratitud, lealtad y cariño" al club y a su afición, porque le hicieron "ser futbolista y ha sido lo más extraordinario" que le ha pasado en su vida, y compartió este "gran honor" con todos los técnicos, compañeros y empleados de su época.
Montero es el décimo futbolista al que el Sevilla distingue con esta distinción, que ya recibieron Juan Arza, José María Busto; Marcelo Campanal; el paraguayo Ignacio Achucarro; Antonio Valero; Paco Gallego; Enrique Lora; Curro Sanjosé; y Antonio Álvarez.
DON ENRIQUE MONTERO, ‘MARINERO EN TIERRA VERDE’
A propósito del anuncio de la retirada del fútbol profesional del grandioso medio italiano Andrea Pirlo, y retrocediendo sobre la línea temporal de la geometría de la generosidad del fútbol. Sobre la filantropía del juego, sobre el hecho de convertir el fútbol en un regalo, sobre la eternización de un futbolista a través de sus pases, desde el pasado miércoles 15 de noviembre el Sevilla tuvo la feliz idea de sumar a la magnífica lista de sus dorsales de leyenda al genial Don Enrique Montero. El conjunto hispalense le hizo entrega del X Dorsal de Leyenda, reconocimiento con el que Sevilla rescata, agradece y ensalza a sus jugadores más legendarios.
En este caso, el Sevilla, en un acto celebrado en el Ramón Sánchez Pizjuán encabezado por el presidente José Castro, homenajeó a aquel al que definieron como puro arte y filigrana. Pero es que además de ello, Don Enrique era la elegancia personificada sobre un terreno de juego, la tremenda personalidad que demostraba para pedir el balón y muy especialmente la generosidad que demostraba para entregarlo. Aquel orden del ser y el tener, la diferencia entre el “yo-ello” y el “yo-tú”. El “yo-tú” de Don Enrique, que como en el caso de Pirlo hacía cobrar vida y sentido al juego, a ese balón, a la sociabilización del fútbol…
EL ARTE NO TIENE FRONTERAS
Enrique Montero es la demostración de que el arte no tiene fronteras, mucho menos en el mar, de que en un pequeño rincón del sur de España -reincidente en el caso del arte pues de sus aguas surgió la poesía de Rafael Alberti- puede atracar el duende y la magia. Las musas sin duda saben navegar y este marinero en tierra verde quiso trascender al propio juego que le apasionó desde muy pequeño. Nacido el 28 de diciembre de 1954 en el Puerto de Santa María -Cádiz-, comenzó a jugar al fútbol en las filas del San Marcos, conjunto juvenil del Puerto de Santa María en el que empezó a destacar. Ofrecido con posterioridad al Racing Portuense junto a otros seis integrantes de la plantilla del San Marcos, el destino quiso que aquel pequeño revés de su no incorporación al Racing le llevara directamente al conjunto filial del Sevilla, al que llegó de la mano de Santos Bedoya. Enrique subió a la primera plantilla sevillista junto a Juanito, Merayo y Yiyi pero su consolidación en el fútbol profesional no resultó nada sencilla pese a su enorme clase.
Montero, durante un partido. Foto: SFC.
La llegada al banquillo del Sevilla de Roque Olsen no le benefició, puesto que el técnico le pedía más sacrificio y Montero no encajaba en ese perfil de jugador. La generosidad de Enrique se identificaba con el balón en los pies, lo suyo no fue nunca correr, el portuense hacía correr al balón. Se marchó cedido al San Fernando, que militaba en Tercera División. Allí jugó junto a los Román, Juan Antonio, Yiyi, Ocaña, Lacalle, Lebrón, Galleguito, Silva, Beni, Pacun, Pepe Lapi… En su segunda temporada en el San Fernando de la mano de Zafrani rozó el ascenso y Montero triunfó por todo lo alto, por lo que el Sevilla lo repescó.
En sus comienzos Enrique Montero tuvo que superar las reticencias de la afición sevillista, que reclamaba algo más de entrega al jugador portuense, pero cuando pudieron percatarse de la clase y elegancia del jugador portuense, se convirtió en uno de los máximos ídolos de la afición sevillista. De hecho a Don Enrique se le considera como uno de los referentes de la escuela sevillana entre la segunda mitad de la década de los 70 y la de los 80 del pasado siglo, y uno de los mejores medios organizadores del fútbol español de la citada época. Era un auténtico deleite verle jugar, su parsimonia, su sentido espacial, esa enorme visión de juego, la cabeza siempre levantada haciendo fácil lo que parecía difícil. En las gradas del Pizjuán aún se percibe ese fresco aroma del mar de sus pases, como de brisa marinera, como cartas esféricas de navegación.
LA LESIÓN QUE CAMBIÓ SU DESTINO
En la temporada 80/81, el Barcelona puso prácticamente un cheque en blanco para cerrar su fichaje, pero el por entonces presidente sevillista Montes Cabeza se subió a la parra y pidió una astronómica cifra. Aún así, el Barça no cejó en su empeño y en el Trofeo Carranza de 1981, en vísperas de la semifinal entre Palmeiras y Sevilla, Nicolás Casaus y Joan Gaspart se presentaron en el hotel de la expedición sevillista para cerrar su fichaje. Ambos directivos le expusieron el tema a Montero y este les comentó que primero debía hablar con los dirigentes sevillistas. Montero parecía tener un pie en el Barcelona, pero el destino le iba a jugar una mala pasada, en dicha semifinal entre Palmeiras y Sevilla, Enrique sufrió una grave lesión de rodilla que echó abajo toda la operación. Montero era un futbolista de tanta clase, que apuntaba tanta altura futbolística que incluso el hoy Rey emérito Juan Carlos llamó personalmente al Doctor Villarrubias para interesarse por su estado tras la operación.
Montero pudo ser el Xavi de su generación. El Barça puso un cheque en blanco para llevárselo
No en vano, ya había demostrado su tremenda clase con la camiseta de la selección española, siendo internacional en categoría sub-21 en cinco ocasiones e internacional olímpico en otras seis. En la fase previa para la Olimpiada de Moscú se erigió en el máximo goleador español con ocho tantos.
Su debut con la selección absoluta se produjo en Leipzig, el 15 de octubre de 1980, en un Alemania Oriental-España que acabó con empate a cero. Es más, Don Enrique pudo llegar a ser el Xavi, el Guardiola de su época en la selección, pues uno de los mejores partidos de su carrera lo completó como internacional, concrétamente en Wembley, en la victoria de España sobre Inglaterra 1-2 con partidazo de Enrique Montero.
LA ROSA DE LOS VIENTOS DE SUS PIES
Enrique se sobrepuso a aquel varapalo y tras superar la lesión, volvió a intentar a ser el mismo, algo que consiguió pues el portuense siguió ejerciendo su magisterio durante varias temporadas más. Todos en aquel vestuario del Sevilla eran conscientes de que Montero era un jugador más que especial, antiguos compañeros como Ramón Vázquez, Antonio Álvarez, Curro San José o Enrique Lora no dudan en ubicarle en esa estirpe de medios que dejan cicatrices en los corazones de los aficionados al fútbol.
En Sevilla jamás olvidarán aquel sensacional gol que le hizo al portero Maté, en aquel entonces cancerbero del Burgos. Su carrera está copada de instantes inolvidables, travesías del balón conducido por la Rosa de los Vientos de sus pies. Por eso la memoria del fútbol, que es la de nuestros mayores, siente tanto apego por la figura histórica de Don Enrique. Tanto como el que el medio portuense sentía por el balón, aunque con el matiz de que este apego era más fugaz pero absolutamente decisivo, de tan solo unos pocos segundos. Los suficientes como para cambiar una jugada, convertir una acción rutinaria, una jugada vulgar en algo realmente extraordinario
Contando con su etapa en el filial permaneció en el Sevilla durante casi trece años, con el único paréntesis de su cesión en el San Fernando, jugando 323 partidos y anotando un total de 52 goles, unos números que denotan el calado histórico de un jugador que paseó su elegancia por la alfombra verde de Nervión.
Con ese poso de arte, dejando esa estela de clase y elegancia se marchó del Sevilla en 1986 para acercarse un poco más a su tierra, al Puerto y a Cádiz. Durante el tiempo que jugó en el conjunto amarillo se puede considerar que el ejercicio de conservación de este Marinero en tierra verde, su ejercicio de buen juego embarcaba cada día en el Vaporcito para desembarcar a la orilla verde del césped del Ramón de Carranza.
Montero llegó con 32 años, tardó en encontrar la forma y en poder demostrar al máximo su categoría. Todos sabían de la calidad del jugador portuense, pero también se preguntaban cuando se le podría ver al cien por ciento. Tras unos primeros compases de puesta a punto, Enrique Montero tomó las riendas del juego y su clase hizo lo demás. Especialmente destacable de sus cuatro temporadas en las filas del conjunto amarillo fue la 87/88, en la que de la mano de Víctor Espárrago el Cádiz firmó la mejor campaña de su historia. El técnico uruguayo encajó todas las piezas y sacó partido a la clase e inteligencia de Montero, que se convirtió como siempre en ese director que hacía sonar la orquesta y convertía el fútbol en música clásica.
JUEGO DE ESTIRPE, PARSIMONIA Y ELEGANCIA
Don Enrique convirtió el fútbol en un regalo, tanto para los aficionados como para todos los compañeros que pudieron disfrutar jugando junto al portuense. De su sello, su personalidad con el balón en los pies, su calidad para recoger el balón desde la defensa, donde oteaba el horizonte y armaba -con la cabeza siempre levantada- el juego de su equipo. Un juego de estirpe, parsimonia y elegancia, que acabó desplegando en las filas del Racing Portuense, conjunto que le rechazó a la edad de 17 años, pero en el que puso fin a su magisterio.
A su inmensa generosidad con el balón, tanto como para que la gente no olvide su estampa de patrón de barco de la jugada, con el mar verde del fútbol y el Puerto al fondo, sus eternos matices rojiblancos del Sevilla, un sol amarillo y un cielo azul. De su fútbol pinturero, de ese balón pescado con el anzuelo de su bota para convertirlo en ser vivo, en vergel de la jugada. Porque recordar a Enrique Montero es como rescatar a un viejo e histórico pecio del fondo del mar, pues la recuperación de su recuerdo constituye para el fútbol un ejercicio de conservacionismo del patrimonio.
La anécdota que de verdad ilustra la dimensión que tenía el fútbol de Montero a principios de los 80 en Sevilla y en España, contada por el médico que operó a Montero de la rodilla: "Quitándome los guantes me dice la enfermera que el Rey está al teléfono. Me pongo y me dice: '¿cómo ha ido la operación de Enrique?, que lo necesitamos para el Mundial".
Lágrimas de ayer y hoy.
"Era tremendamente frío, por eso era tan bueno técnicamente". La frase es dePablo Blanco, referencia imprescindible para el Sevilla de los 70 y 80. Está referida a Enrique Montero, uno de esos futbolistas que, con su clase, ayudó a pasar la famosa travesía del desierto. Porque tantos años sin tocar plata se compensaba con futbolistas como Montero, de aquellos con los que se salía toreando del estadio y que propiciaban un lunes de regodeo con el regate a tal o cual central, o con el golazo a tal o cual portero. Porque con Montero se paraba el tiempo, como en aquel mano a mano con Urruti, en cierto partido en el que el Sevilla de Manolo Cardo remontó un 0-1 y tumbó al Barcelona de Menotti, Schuster y Maradona. Fue el 4 de septiembre de 1983 y Montero hizo el 2-1, previo al definitivo 3-1, marcado de penalti por Pintinho.
Hoy el club en el que militó más de una década, diez temporadas entre 1973 y 1986, con 323 partidos y 52 goles, le entrega el X Dorsal de Leyenda. Muy atrás quedaron las lágrimas por aquella gravísima lesión de rodilla, sin la cual no habría metido aquel gol al Barça del Pelusa. Cuando le partió la rodilla uno del Palmeiras en el Trofeo Carranza de 1981, Montero ya era casi jugador de aquel Barcelona. "Íbamos ganando 5-0 y fue una jugada muy absurda. Sufrió un entradón fortísimo. Iban a cambiarlo ya, el partido estaba terminado y estaba bastante avanzado su traspaso al Barcelona, que eso lo supimos luego", afirma Blanco.
"En casa estamos todos muy contentos y muy ilusionados. Sus nietos, que son muy sevillistas, también van a estar presentes", relata Paqui Rosa, su mujer. Elías, Soraya, Quique y Fran son los cuatro vástagos de Montero. Dos de ellos, Quique y Fran, siguen jugando al fútbol. El penúltimo, de 31 años, lo hace en el Altea, en Benidorm, de donde salió con su mujer el lunes para estar hoy en el Ramón Sánchez-Pizjuán junto a su padre. Otros ya durmieron este martes en Sevilla. Para el resto de la familia, el club ha fletado un autobús desde El Puerto de Santa María, incluido el benjamín, Fran, quien a sus 18 años juega en La Estrella, el mismo club donde Montero sigue entrenando en categorías inferiores, para matar el gusanillo...
Antonio Álvarez, director de la Escuela Antonio Puerta, rememora sus inicios. "Yo coincidí con Enrique en el Sevilla Atlético, en un equipo maravilloso entrenado por Santos Bedoya en el que estaban Montero, Valencia, Pulido, Juanito, Yiyi... Fue una generación importante. Él subió un año antes que yo al primer equipo. Entrenábamos a diario juntos y los fines de semana compartíamos habitación. Fue un privilegio compartir tanto con un grandísimo compañero".
"El uno contra uno lo hacía perfecto, era un gran regateador, un nueve falso, que es lo que gusta aquí -glosa Pablo Blanco-. Él no jugaba en las bandas. Ahí podían jugar Lora, Biri Biri, Scotta, Bertoni, Santi, López... y él jugaba por el centro, ni por la banda izquierda ni por la derecha, lo que pasa es que tenía mucha movilidad y se tiraba a las bandas. Hubo una gran delantera que era Scotta, Montero y Bertoni", recuerda el actual coordinador de la cantera.
Honor a la finta y la sal.
En esto el Sevilla lo borda. Club de Champions para ensalzar el pasado, podría decirse que es más que eso... campeón de Europa. No sólo pionero (diez ediciones ya) sino único, pues ninguna otra entidad se ha atrevido siquiera a copiar la idea a riesgo de no estar a la altura. Una altura que comprobó en sus carnes Enrique Montero y en su alma el duende que encierra, condenados a que el sevillismo los haga llorar. Ayer fue por emotividad un día inolvidable para quedar en la historia como el X Dorsal de Leyenda, un cuadro en el que están Arza, Busto, Campanal, Valero, Achúcarro, Gallego, Lora, Sanjosé y Álvarez. Casi nada.
Y el décimo es el once. Una ventolera de arte impregnada por las salinas de El Puerto que en un terreno de juego tenía el don de parar el tiempo en una finta. Montero puede decirse que fue el precursor de los insignes regateadores del Sevilla moderno. Él y Moisés daban sentido al gesto de meter la cabeza en una taquilla para comprar una entrada de fútbol. Aquella quinta no ganó nada, pero enganchó a mucho sevillismo. Lo que hoy sería la mejor campaña de captación de socios. Por jugadores como Montero los padres llevaban a sus hijos al Sánchez-Pizjuán, la espina clavada del actual consejo.
Y este club lo borda porque encima hay materia, porque los protagonistas siempre encierran una historia que en el mundo de hoy se harían virales en minutos de la cantidad de retuits y me gusta que arrastrarían. En el caso de Montero, una fatalidad, un futuro truncado, una bonhomía en el interior, una sensibilidad especial... y -claro, que también influye- un vestuario en el que había amigos que hablaban el mismo idioma y que al acabar el partido quedaban para celebrarlo con los rivales, como Cardeñosa, presente ayer junto a García Soriano, Bizcocho o Biosca, que si en el campo lo buscaba para pararlo a patadas, quién diría que fuera del mismo era más que un amigo.
Compañeros que no venían de otras ligas, sino de la misma. "La génesis estaba en el Sevilla Atlético, el que llamábamos el equipo de la alegría", decía Montero, agradecido a Carriega "por aguantarme", pero dándole su sitio al entrenador del que mantiene su mejor recuerdo, Santos Bedoya.
Iba a ser un grande. Lo era de hecho, pero un tuercebotas del Palmeiras truncó en un Carranza muchas cosas, entre ellas un fichaje por el Barça, contado por José Antonio Sánchez Araújo con todo lujo de detalles. "Al Sevilla le aliviaban el dolor de verlo marchar 250 millones de pesetas y las cesiones de Lobo Carrasco y Esteban Vigo", relataba. "Todo se acordó en un hotel de Jerez", decía. Y acabó en un quirófano de Barcelona.
El Sevilla, pendiente de mil detalles invitó al cirujano que operó una rodilla rota en mil pedazos. "De 40.000 operaciones que habré hecho en mi carrera, puede ser la más grave que he visto. Para que lo entiendan, una rodilla tiene seis partes. A romperse tres le llamaban y aún hoy está vigente, la triada desgraciada. Pues Montero, como era especial, se rompió cinco", ilustraba en una de las intervenciones más frescas de la mañana José Luis Vilarrubias. Se ganó el foro por defender a Andalucía y atizar a Puigdemont y reveló la anécdota que de verdad ilustra la dimensión que tenía el fútbol de Montero a principios de los 80 en Sevilla y en España. "Quitándome los guantes me dice la enfermera que el Rey está al teléfono. Me pongo y me dice: '¿cómo ha ido la operación de Enrique?, que lo necesitamos para el Mundial".
Montero se coló en una delantera top en el boom de los extranjeros en España. Scotta, Montero y Bertoni fue el final de una retahíla de nombres que conocía toda Sevilla, como en el otro barrio López, Alabanda y Cardeñosa. El flaco escenificó esa rivalidad sana y difícil de explicar a los niños de hoy, mucho más a los futbolistas.
Muchos estaban presentes como representación del primer equipo junto a Berizzo. A ellos, "a los jóvenes", José Emilio Santamaría les recordó el valor de los futbolistas de la época, como Enrique, al que aquel hachazo en el Carranza a la altura de la rodilla arruinó su idea de llevarlo al Mundial. "Queríamos rejuvenecer la selección y Montero era uno de los mejores exponentes de lo que venía. Desgraciadamente, no pudo ser".
Arropado por ex compañeros en el Sevilla, en el Cádiz (como Juan José), por su familia, Montero se olvidó por un día de lo que pudo ser y se quedó con lo que fue y con lo que es, ese jugador capaz de desafiar las leyes de la física y hacer posible la finta imposible llevando el cuerpo en dirección contraria a la pelota. Un jugador con una sensibilidad distinta, como demostró al mentar, antes que a presidentes, a "trabajadores como Manolito Pérez, su hijo Domingo, Antonio Gómez o Jaime el utillero".
Enrique Montero, un artista varado junto a su bahía.
Continúa Pepe Castro la buena idea que tuvo hace diez años José María del Nido cuando consideró oportuno nombrar al gran Juan Arza como primer dorsal de leyenda del Sevilla Fútbol Club. He repetido hasta la saciedad que lustrando el pasado se afianza el presente para afrontar el futuro con esperanza. Y eso de reconocer a los que escribieron los mejores capítulos de la historia del club es una forma de saber a qué se juega.
Arza, Busto, Campanal, Achucarro, Valero, Gallego, Lora, Sanjosé y Álvarez han precedido al galardonado de este 2017. Se trata de Enrique Montero, uno de los últimos representantes del fútbol que se dio en llamar de escuela sevillana. La historia de Enrique en el Sevilla está marcada por un inicio de incomprensión, una consolidación de figura grande y una fecha para olvidarla, la de un sábado de agosto del 81 en que un tuercebotas brasileño lo reventó a orillas de su bahía del alma.
Sufrió aquella noche de Carranza un percance que nunca debió ocurrir. Y no debió pasar porque Enrique no tenía que haber jugado ese partido. Primero porque estaba virtualmente traspasado al Barça y después porque jugó gracias a un error arbitral en la confección de un acta. Quince días antes, en Marbella, Antonio Álvarez fue expulsado por un insulto al colegiado que no fue suyo sino de Montero. Antonio fue castigado sin jugar en Carranza y Montero sí lo hizo.
Luego pasó que, con Manolito Pérez enarbolando el cartelón de su dorsal para ser sustituido por Yiyi, Enrique se tropezó con Polozzi, su verdugo. Y un futbolista que iba derecho al Mundial hubo de verlo escayolado. Lesión terrible que le apartó de la elite, pero su recuerdo, ese que ahora desempolva el Sevilla, siempre quedó grabado a fuego en el corazón de los sevillistas que disfrutaron con su juego y hasta en el de muchos que jamás llegaron para ver cómo se hacía arte con un balón.
Grande y excelente persona el doctor José María Vilarrubias Guillamet, médico traumatólogo especializado en medicina deportiva, conocido durante las últimas décadas del siglo pasado como el médico de los “milagros” con futbolistas, especialmente en intervenciones de rodilla y cadera. En la actualidad director emérito del Departamento. Catedrático de Traumatología del Deporte (UIC). Enhorabuena Enrique.