Recuerdo en la entrañable cercanía a un hombre de bien que desgraciadamente desapareció para siempre cuando en noviembre se cumplen nueve años. Me refiero al médico portuense Francisco Viseras Alcolea. Desde su privilegiada atalaya de la ginecología ayudo a que viniésemos al mundo un puñado de generaciones.
De Paco Viseras poco puede añadirse. Desde principios de los 50 y durante muchos años Paco ejerció de magistral manera sus conocimientos pateándose cada uno de los rincones de nuestra ciudad. Desde el ‘lejío’ de San Juan —donde, por cierto, me ayudó a nacer— hasta la barriada de la Playa, atendía cuantos alumbramientos tuviesen lugar. La hora era lo de menos. Las criaturas no avisaban, y cuando menos se esperaba, el timbre del doctor Viseras sonaba con cierta virulencia.
"Don Francisco, que mi mujer ha roto aguas". Y allá iba Paco para ayudar en lo que pudiera. Bien es cierto que por delante en algunas ocasiones Doña Pura, Doña Carmen o Doña Dionisia ‘la alicantina' habían prestado sus manos en la faena. Los más antiguos dicen que vieron al doctor Viseras en todo tipo de transporte montado y siempre a horas intempestivas.
En las estanterías más cálidas de mi memoria se encuentra Paco. Además de compañero en el Instituto Laboral de mi padre, era su amigo. Porque era, sobre otra serie de cuestiones, ante todo amigo de sus amigos. Ni se sabe los partos que atendió en su dilatada trayectoria. Cuando ya, en su bien merecida jubilación, atesoraba en propiedad el sillón 'M' del Bar Manolo, raro era el portuense que no lo saludase.
Era un hombre que amaba profundamente al pueblo que le vio crecer humana y profesionalmente. Con él se involucró y en él murió el 17 de noviembre de 2008, dejando tras de si una huella difícil de igualar. Porque como dice Borges: 'sólo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece' | Texto: Enrique Bartolomé