En pleno siglo XVI, y bajo el reinado de Felipe II, se creó la Armada de Galeras Reales, asignándole como base de operaciones y lugar de invernada los muelles de El Puerto de Santa María. Ya que era un puerto bien protegido, con un área circundante que permitía el abastecimiento asegurado y en un enclave absolutamente estratégico. | Ilustración: El Puerto de las Galeras. Óleo de Pepe García Parrao.
Sin duda los muelles del Puerto debieron dejar en las retinas de los contemporáneos muchísimas imágenes difíciles de olvidar. Al trajín propio de un puerto donde se embarcaban las mercancías en los galeones que partían hacia Indias, se debió añadir la impresionante estampa de aquellas caravanas de galeotes dirigidos por sus alguaciles para disponerse a embarcar. A los sentenciados les ponían en el cuello un cepo o grillete para encadenarlos unos tras otros. Las filas de hombres eran custodiadas por alguaciles que los guiaban con suma crueldad.
A lo largo de la Edad Moderna el litoral gaditano fue el ágora marina más importante de todo occidente. Y es que a partir del Descubrimiento de América, el golfo de Cádiz y el Estrecho de Gibraltar fueron espacios por los que pasaron una abrumadora cantidad de barcos cargados de riquezas.
Muchos de estos barcos pertenecían a circuitos comerciales entre España y el norte de África, pero las presas más codiciadas eran los galeones de la Carrera de Indias.
Además también hay que tener presente que las costas de Andalucía eran una vía de entrada para asaltos piratas e invasiones de potencias enemigas. Turcos, berberiscos, ingleses o franceses, todos ansiaban dar una buena dentellada a las riquezas del Imperio Español, ya fuese en tierra o en el mar. Todas estas circunstancias propiciaron que El Puerto fuera el lugar elegido.
| Galera La Real. Ferré Clauzel.
Su financiación se llevó a cabo mediante un impuesto “de avería” a los comerciantes asentados en Andalucía. Al frente de la escuadra se puso a un mítico marino de los mares del renacimiento español: don Álvaro de Bazán, capitán general de la Armada Española durante la mayor batalla naval que viesen los mares y de la cual España salió vencedora: la Batalla de Lepanto.
La estructura militar de la escuadra de galeras se componía de un cuerpo de oficiales, militares, marineros y remeros. Álvaro de Bazán, como capitán general, no sólo debía dirigir las acciones militares de las galeras, también tenía la responsabilidad de gestionar toda la logística que permitía disponer de una galera perfectamente preparada, pertrechada y con su correspondiente dotación lista para embarcar. Pero no siempre era tarea sencilla disponer de las galeras en perfectas condiciones, ni a nivel de pertrechos ni a nivel de dotación.
La galera era un tipo de navío alargado y ligero, de elegante diseño, con una gran capacidad de transporte de gente armada, propulsado fundamentalmente por los galeotes. Ellos fueron “los brazos” del poder marítimo del Imperio Español, sobre todo en las aguas del Mediterráneo, donde las galeras jugaron un papel crucial en la lucha contra el poder del Imperio Otomano y sus estados satélites, los piratas berberiscos.
| La galera y su propulsión: los galeotes.
Pero, ¿quiénes eran estos hombres que con sus brazos dotaron de vida a las galeras del rey?. Muchos de ellos eran esclavos de puntos dispares de la ribera mediterránea. También los había que prestaban servicio por voluntad propia a cambio de un sueldo, que en muchas ocasiones llegaba tarde y mal. Pero la mayoría solían ser personas que habían sido condenadas a pena de galeras por delitos tan variopintos como bandidaje, robos, asesinatos o también ser vagabundos o haber quebrado una orden de destierro.
El dominio del mar por parte del Imperio Español imponía la necesidad de disponer de una ingente cantidad galeotes para surtir de fuerza humana a las galeras. A mediados del siglo XVI las galeras de España estaban integradas por 24 naves movidas por más de 4.000 galeotes.
Con el fin de solventar la necesidad de galeotes, la legalidad penal de los Austrias autorizó conmutar las penas corporales o de destierro por penas de galeras.
Entre los galeotes era posible ver hombres de edades comprendidas entre los 17 a 50 años. Aunque la edad media solía estar en unos 25 o 28 años.
Las condiciones de vida de los galeotes eran absolutamente dramáticas. Una vez que eran encadenados a los bancos desde los que remaban, en ningún momento a lo largo de la travesía podían moverse de allí. Es decir, en el mismo sitio donde remaban debían también dormir, comer y hacer sus necesidades. Por lo que como cabe de esperar las condiciones higiénicas eran lamentables. En el mismo banco se compartían inmundicias, fatigas, desalientos, chinches y pestilencia.
Su alimentación consistía en una ración diaria de 26 onzas de bizcocho de galera, especie de galleta de harina integral dos veces cocida (para evitar que durante la travesía criase hongos ni gusanos, cosa que rara vez se lograba) y dura como una piedra, por lo que debían masticarla remojandola en una cazuela de habas que le llamaban menestra. La cena consistía en una paupérrima sopa hecha con despojos de bizcocho que se denominaba “mazamorra” o “mazmorra”.
Por mucho que los galeotes remaran, toda su fatiga era en balde. Si su galera ganaba en batalla él seguiría donde mismo. Y si su nave perdía el combate era muy probable que los estragos que la acción bélica hubiese causado en el casco sentenciase a la embarcación a irse al fondo del mar con él encadenado en su banco.
En el argot de la época los galeotes se denominaban como la “chusma de galeras”. Y lo cierto es que más que como seres humanos se les veía como indeseables, malvados y despojos a los que había que arrancarle hasta el último aliento al servicio del rey.
En realidad, la pena de galeras era como una condena a muerte. Sólo que era el propio sufrimiento extremo y las condiciones en las que vivían las que se encargaban poco a poco de ejecutar la sentencia.
Y mientras que morían y mientras que no, la galera seguía avanzando. En el momento en el que el galeote daba su último suspiro era cambiado por otro, y punto.
| Los galeotes.
La irrupción en una ciudad o una aldea de una caravana de galeotes era todo un espectáculo en la época que nadie se quería perder. Los forzados siempre avanzaban entre gritos y alborotos mientras los vecinos les gritaban.
El mundo de las galeras era a nivel social un auténtico microcosmos muy interesante. Pues al ser elegido El Puerto como sede de la Capitanía General del Mar Océano, la ciudad debió acoger a toda la complejidad humana que orbitaba alrededor de las Galeras Reales. Hablo de soldados, marineros, oficiales, capitanes, cómitres, alguaciles, escribanos o capellanes.
Todos se organizaban bajo una propia jurisdicción, y además tenían una serie de necesidades (alojamiento y manutención) que debían ser satisfechas en parte por la propia ciudad donde se asentaban. Por ello, las galeras fueron un acicate importante para la economía de El Puerto, ya que los barcos tenían una serie de necesidades de mantenimiento y aprovisionamiento que supuso una oportunidad de trabajo para muchos artesanos y comerciantes.
| Réplica actual de galletas náuticas.
Una actividad económica a resaltar fue la elaboración de la galleta náutica que antes mencionamos como parte esencial de la dieta de los galeotes, ya que se elaboraba con harina que había sido molida en los molinos mareales. Los hornos donde se cocían solían estar en terrenos aledaños al castillo de San Marcos.
La parte negativa estaba en la convivencia del día a día con la “gente de galeras”, ya que en estos barcos no se acostumbraba a meter precisamente a lo “mejorcito de cada casa”. Y además muchas veces había que dar alojamiento gratuito a los militares, lo que creaba roces entre los vecinos del Puerto y las autoridades que gestionaban las galeras.
Por eso, la llegada de las galeras reales supuso una gran oportunidad de negocio para muchos artesanos y comerciantes, pero también un motivo de continuos roces y pleitos con los vecinos y autoridades locales.
Pero lo que está claro es que sin duda la ciudad de El Puerto fue el punto de partida de no solo muchas expediciones de exploración, conquista o singladuras con fines comerciales, sino también el lugar desde donde se organizó la protección naval del imperio con mayor proyección oceánica que existía en el siglo XVI. | Texto: Jesús López Sánchez.