Viene a mis recuerdos Josefa Salmerón Espinosa, conocida como Pepa ‘la Huevo’, una mujer singular, personaje querido en la zona del Corribolo y en el sector de la pesca. Cuando volvíamos de la otra Banda con los bolsillos llenos de palmichas nos hacía pasar a su pequeña vivienda que se encontraba en un rincón de la parte de atrás del Varadero de Pastrana.
| El desaparecido varadero de Pastrana.
Allí nos daba un vasito de agua y pan con chocolate y en días como estos de la Virgen del Carmen, siempre en posición alerta, pendiente de todo mientras nos bañábamos la pandilla de mi barrio de la calle Palacios, tirándonos al río desde la muralla del Parque Calderón.
El hermano de Pepa ‘la Huevo’, Manolo, eficiente trabajador en la limpieza de la Lonja de Pescado de esta banda, estando jubilado acompañaba a su hermana en la lancha de nombre “Pepa” de esta Banda a la otra donde fue trasladada dicha Lonja de Pescado en 1978. | Texto: Antonio Carbonell.
| En las navidades de 1979, Vicente Morató Martínez, 'Puchades' estupendo caricaturista, inmortalizó a Pepa “la Huevo” en las tarjetas de felicitaciones de los Celadores Guardamuelles de la Junta del Puerto de la Bahía de Cádiz en El Puerto de Santa María.
Esto escribe su nieta, Alicia Arlandi Salmerón:
A mi abuela Pepa y mi tía Milagros
«Él vino en un barco de nombre extranjero», cantaba Concha Piquer. Doña Concha. Mi abuelo, en adelante el 'susodicho' —con una vez que le diga abuelo va más que servido—, no llegó en un barco de nombre extranjero, sino en uno con nombre gallego. Llegó y se fue y, entre medias, dejó embarazada a mi abuela Pepa. Sus hijas, mi madre Manoli y mi tía Fali, mellizas, jamás conocieron al susodicho ni llevaron sus apellidos. Lo que si llevaron fue el estigma de ser hijas de madre soltera y la pena de tener que criarse separadas.
La abuela Pepa nunca se casó, por aquel entonces tener dos hijas dificultaba bastante la posibilidad de rehacer la vida, ahora también, aunque menos. Tuvo algunas relaciones amorosas, pero ninguna fructificó, así que tuvo que sacar adelante sola a sus niñas.
Al principio, las crió como pudo, pero llegó un momento en el que la situación se hizo insoportable: trabajaba todo el día sirviendo en una casa y, de noche dormía en una chabola en la ribera del río [tras el Varadero de Pastrana, en el Corribolo] en El Puerto de Santa María.
| El puente, visto desde el Varadero de Pastrana.
Esas no eran condiciones para criar a dos niñas, así que cuando tenían unos siete años, con todo el dolor que una decisión así comporta, le pidió a su hermana Milagros que se hiciera cargo de mi madre, mientras ella seguía cuidando de mi tía. Así, cada mañana, mi tía Fali se iba con su madre a la casa donde servía y allí esperaba que terminase. Cuando tuvo edad de ayudarla, lo hizo. Y tanto tiempo pasó allí que acabó conociendo a un pariente de los señores de la casa con el que se casó. Algo bueno sacó de esos largos años en los que, convertida en la sombra de mi abuela, no pudo vivir la infancia.
Al poco tiempo de que mi madre se casara, la abuela Pepa se fue a vivir con ella. Y lo que son las cosas de la vida: mi madre no pudo criarse con la suya y yo, en cambio, me crié con dos, porque mi abuela fue para mí una como una segunda madre.
| Milagros Salmerón Espinosa. "La tía Milagros estaba hecha de miga de pan".
Siempre la recuerdo como una mujer llena de vitalidad, fuerte, corpulenta, de esas que 'se veían venir'. Era muy valiente y muy luchadora, no tuvo más remedio que serlo para sacar adelante a sus hijas. No se achantaba con nadie, y menos que nadie, con los hombres de quienes tantas decepciones obtuvo. Era una gran buscavidas. Cuando llegaba la hora de cerrar la Plaza de Abastos, ella iba de puesto en puesto pidiendo los restos del pescado o la fruta picada sin perder ni un ápice de su dignidad. A pesar de lo difícil que se lo puso la vida, era una mujer muy alegre, aunque a veces se enfadaba y sacaba las garras, entonces teníamos que escondernos porque tenía un carácter... Y a pesar de ser de condición tan humilde, era muy generosa y entregada: lo daba todo por los suyos y por los que no eran suyos —a nuestros oídos llegó una vez que alguna que otra prostituta del barrio de San Juan comía, más de un día y de dos, gracias a los panes con manteca que mi abuela les daba—. Por eso, echando la vista atrás, ahora sé que fue quién me enseñó el valor de la solidaridad y el deber moral de luchar por los más débiles. Ella que no tenía nada, y que estaba entre los débiles, sabía mejor que nadie de la importancia de la ayuda mutua como medio de supervivencia.
| Mercado de la Concepción, antes de la remodelación.
Dicen que no hay dos sin tres y en mi caso fue cierto: aparte de mi madre y de mi abuela, tuve la suerte de contar con mi tía Milagros, la que crió a mi madre. Ella fue para mí otra abuela y como su hermana Pepa, mantuvo una relación con otro marinero con el que, aunque no se casó, sí disfrutó de una cierta estabilidad y con el que tuvo, también, un par de hijas mellizas.
La tía Milagros estaba hecha de miga de pan; era buena hasta el tuétano de los huesos: cariñosa, dulce, conformista, siempre intentando pasar desapercibida. Jamás le oí una queja, al contrario, a pesar de todas las adversidades de la vida, que fueron muchas, jamás se quejó. Ni la muerte de su pareja, ahogado en el mar a los pocos meses del nacimiento de su segunda hija, ni el fallecimiento en el parto de ésta, con apenas treinta y cuatro años, les arrebataron su admirable positividad. Por fortuna, tantas desgracias fueron compensadas con la aparición de un buen hombre, un hombre que ejerció de padre de la hija que quedó viva y de mi propia madre. Un hombre al que yo siempre consideré mi abuelo. Un regalo que vino a reparar un corazón casi roto de tanto sufrir.
Esta es la historia de mi abuela Pepa y de mi tía Milagros. Vidas paralelas. Vidas marcadas por la dificultad, el sacrificio y la desgracia. Como tantas otras vidas de tantas mujeres de la época que tuvieron que sacar adelante a sus hijos solas. Mujeres valientes cuyas historias nos enseñan el valor de la lucha y la importancia de no dejarse doblar el brazo a pesar de las adversidades. Mis ejemplos. Mis luchadoras. Mis mujeres. Gracias”. | Texto: Alicia Arlandi Salmerón.
Yo vivi en el piso de arriba de mi vecina Milagros,la verdad q para mi fue una tercera abuela,siempre pendiente de mi siempre preocupada por nosotros ha sido una persona q ha marcado mi vida y forma de ser y casi seguro ha influido en gran medida en los valores q he tenido y tengo yo jamas la olvidare es mas a veces pienso q esta cerca cuidando de mi...
Yo fui vecina de Milagros y como os podéis imaginar si la conocíais ,ya que su casa estaba siempre llena de familiares y amigas pues conocí a toda la familia. Incluida La Pepa huevo, como la conocía todo el mundo. Unas mujeres extraordinarias. Nunca las olvidaremos.
Yo tuve la gran suerte de conocer a estas dos grandes mujeres. Milagros y Pepa. Y a José , el marido de Milagros. Y a Alicia,la hija de Milagros que falleció en el parto de su segundo hijo. Y a Manoli, la madre de la autora del documento expuesto con tanto cariño y con tanta verdad.Me he emocionado muchísimo. Las quería como si hubieran sido familia mía. Un abrazo para ellas allí donde estén. Y a toda la familia. A Milagri,la nieta de Milagros, a Manoli , que hace mucho tiempo que no veo, un beso muy grande Manoli, y a ti Alicia, tu abuela estaría muy orgullosa de ti. Y al resto de la familia. No quiero olvidarme de nadie. Un abrazo.
Estremecedora y a la vez maravillosa historia que me ha conmovido, por la foto creo que conocí a Milagros.