Hoy se cumplen 57 años de aquel primer domingo de verano de 1960. Recuerdo con especial cariño aquellos veranos de mi infancia, siempre llenos de una gran nostalgia y al atardecer las calles pobladas de vecinas en las puertas de sus casas sentadas en sillas de enea para sentir la brisa fresca, posibilitando a la vez un rato de tertulia, mientras que los niños éramos felices jugando, haciendo todo tipo de travesuras, diabluras y chiquilladas a todas horas, con algunas escaseces por la época, pero felices, sin necesidad de tanta tecnología como las actuales, cuyo uso excesivo de dispositivos y juegos están creando problemas de salud que pueden llegar a ser graves.
Aún no había cumplido los 9 años de edad cuando realicé mis primeros pinitos en el mundo de la música en la Academia de Bellas Artes de Santa Cecilia, situada por aquel entonces en la calle Santo Domingo con la inolvidable profesora de canto, Doña Virginia Hernández López (El Puerto de Santa María, 1889-1962), de la que fui su “mandadero oficial” desde los 7 años, de ahí que asistiera a sus clases de canto hasta que me expulsó de la Academia por la ruptura de una cristalera. A Doña Virginia el enfado le duró poco ya que días después de la travesura, al no poder contar con su nieto Ramón Zarco, me mandó a hacerle unas compras a la Frutería de Agustín Vela Mariscal, pero no continué dando clases de canto a pesar de que ella me levantara el castigo. Era como un familiar cercano para mí, la apreciaba y quería, sentí mucho su partida en 1962.
Doña Virginia Hernández López, Pianista y profesora de música.
Pasé mucho tiempo de mi infancia en la calle Palacios, precisamente la casa donde vivía doña Virginia Hernández lindaba con de Don Emilio Rasero Pardo, por aquel entonces maestro en el Colegio “El Hospitalito”. Esta situación me permitió también ser mandadero de don Emilio y de su esposa doña Pilar Murua Arocena, padres de Doña Consuelo Rasero Murua y suegros de Don Félix Gallo Solar.
Recuerdo que durante el verano las tareas se acumulaban y me mandaban por hielo con un cubo de zinc al Depósito de la calle Jesús Cautivo. Esta relación me sirvió para conocer el trabajo fotográfico de Don Emilio Rasero. Me pasaba los domingos mirando las fotografías y en algunas ocasiones veía como las revelaba. Durante las décadas de los años 50 y 60, las fotografías de don Emilio fueron testimonio de las condiciones sociales y culturales de la vida cotidiana en la ciudad.
La calle Luna, o calle de la Luna, donde nací. Soy uno de los niños que aparecen en la instantánea de don Emilio Rasero, a la derecha de la imagen. El segundo niño por la izquierda es mi vecino de la calle Luna, 52, mi querido y recordado Manuel Ruiz Ramírez, fallecido el pasado año.
Pero no quiero desviarme. Porque en esa casa de Don Emilio Rasero, en la calle Palacios, entre el tramo de la calle Nevería con San Bartolomé, en la planta baja, rincón entrañable, vivía mi tío José Gregorio Vélez Mejías, Papá José, al que guardo un grato recuerdo, especialmente por su protección y el especial cariño que nos profesábamos, patriarca de una familia con vocación marinera, conocida como la de los Vélez del Puerto, originaria de Sanlúcar de Barrameda que se estableció en esta ciudad, una vez finalizada la Guerra Incivil.
Y, entre aquellos momentos que compartimos, nunca podré olvidar el primer domingo del verano de 1960, del que hoy se cumplen 57 años. Tenía por aquel entonces ocho años y junto a mi familia en la casa de Papá José, esperaba impaciente que mi tía Mercedes, a la que llamábamos Mamá Mercedes, preparara las ricas viandas con los clásicos de aquellos años de finales de los años 50: tortilla de patatas, pimientos fritos y asados y las sandías.
Poco más más abajo, en la misma calle Palacios, vivía mi tía Antonia, un poco más pudiente, como era día festivo aportaba unos filetes empanados, exquisiteces de esas que saben a gloria para que el día fuera completo. Estaba casada con mi tío José Grado Romero, familia también procedente de Sanlúcar, conocido por “Cagalo”, excelente profesional de la mar que destacó como patrón de pesca por sus conocimientos de los caladeros de la bahía gaditana y el norte de Marruecos.
En la fotografía tomada el primer domingo de verano de 1960. En el centro mi tío José Gregorio Vélez Mejías, Papá José. Tiene sentada en sus piernas a dos de sus nietas, la de la izquierda Marisa Sánchez Vélez y su hermana Mercedes a la derecha. Mi hermana María se encuentra a la izquierda de la imagen y mi hermana Mercedes a la derecha, donde me encuentro junto a ella.
Calle Palacios, San Bartolomé, Camino de los Enamorados y directo a la Playa de la Puntilla, donde nos situábamos por la zona del Castillito que era el punto de encuentro de la familia al completo, donde disfrutábamos de los baños y del sol, cuyos rayos no era tan dañino como en los tiempos actuales. /Texto: Antonio Carbonell.
Que alegría poder disfrutar de tus bonitas vivencias.Sigue así Antonio.