Hoy se cumplen 57 años de aquel primer domingo de verano de 1960. Recuerdo con especial cariño aquellos veranos de mi infancia, siempre llenos de una gran nostalgia y al atardecer las calles pobladas de vecinas en las puertas de sus casas sentadas en sillas de enea para sentir la brisa fresca, posibilitando a la vez un rato de tertulia, mientras que los niños éramos felices jugando, haciendo todo tipo de travesuras, diabluras y chiquilladas a todas horas, con algunas escaseces por la época, pero felices, sin necesidad de tanta tecnología como las actuales, cuyo uso excesivo de dispositivos y juegos están creando problemas de salud que pueden llegar a ser graves.
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