Hoy comienza, oficialmente, la temporada futbolística. Más concretamente, la primera Liga de las Estrellas tras la redefinición del Sistema Solar (el Plutón, C.F., como saben, ha descendido de primera a universal preferente, tras ser degradado a la categoría de planeta enano) ¡Plutón, enano, habla castellano!, gritarán los ultras en algún estadio un día de estos. Pero, parafraseando al flaco Menotti, achiquemos espacios y situemos el GPS en la mejor liga del mundo que, por si no lo sabían, se celebra, desde hace treinta y cinco años, a orillas del Guadalete, más concretamente en el legendario campo del Colegio Sagrado Corazón. /En la imagen, De izquierda a derecha: Pepe Mendoza, Rafael Bermudo, Antonio Muñoz-Repiso, Pedro Masa y Emilio Flor. Agachados: Ángel Angulo, Alberto Martínez Pérez, Ignacio Fernández Prada, Enrique Bartolomé y Agustín Fernández. Viaje deportivo a Portugal. Año 2007.
Allí, cada sábado, haga levante o truene, un equipo de amigos adictos a la pelota que rueda, con barrigas como cajas de cruzcampo y una media de edad de la Edad Media, rinden culto a ese bendito juego que nos devuelve a aquellos días azules de la infancia. Los partidos semanales, lo saben nuestras resignadas esposas, no son una cuestión de vida o muerte sino algo mucho más importante.
Sólo los años y los kilos, que pesan por igual, nos diferencian, perdonen la inmodestia, de los galácticos y otros cuerpos celestes. Juro por Naranjito que la izquierda de Emilio Flor, que lanza obuses como rayos que no cesan, es infinitamente más certera que la de Bale. Que, tras la retirada de Xavi, no queda en el territorio champion futbolista más elegante que Antonio Muñoz Repiso. Que al lado de Rafael Bermudo y Ángel Angulo, Ramos es un central de futbolín. Que, comparado con Pedro Masa, Silva entrega melones en vez de balones. Y que el torero Joaquín no fintará nunca con la elegancia y el temple torero de Agustín Fernández.
¿Cómo le explicaría a un niño lo que es la felicidad?, le preguntó una vez un periodista a un jugador de cuyo nombre no logro acordarme. No se lo explicaría, le tiraría una pelota para que jugara, contestó el futbolista. Treinta y cinco años lleva el destino jugando con nosotros, tirándonos la pelota que nos hace vivir los sábados cansados y felices, hermanados en esa liturgia pagana que tiene como altar dos porterías y que acaba en el bar de la esquina, dando gracias a San Mamés por las jarras de cerveza y a San Millán de la Cogolla por los chorizos.
No conozco remedio más eficaz contra el envejecimiento que jugar de adultos a lo mismo que jugábamos de niños. Les aseguro que es la mejor manera de salir adelante sin tener que dejarnos los cuartos en el psicólogo. /Texto: Pepe Mendoza.
Genial Pepe Mendoza, como siempre.