Ángel Mendoza es Diplomado en Magisterio y Licenciado en Pedagogía. Funcionario del Cuerpo de Maestros de la Junta de Andalucía, en la actualidad trabaja en Educación Permanente para adultos en El Puerto de Santa María, ciudad donde nació y donde vive. Ha publicado los libros de poemas Pequeñas posesiones (Editorial Renacimiento, 2000), Cercanías (Editorial Pre-Textos, 2002), Horario de invierno (Editorial Pre-Textos, 2006), Pájaro negro (Ediciones La Isla de Siltolá, 2010) y La luz de hoy (Ediciones Canto y Cuento, 2014), así como el volumen para niños Fiesta de canciones (Editorial Hiperión, 2007) y la recopilación de relatos Huellas de elefante (Diputación de Cádiz, 2009). Ha obtenido, entre otros, el Premio Internacional de Poesía Arcipreste de Hita, el Premio Nacional Jóvenes Creadores y el Premio de Poesía de la Fundación Ecoem. Algunos de sus poemas han sido traducidos al portugués, al italiano, al inglés y al árabe.
--¿Por qué el título de tu último libro, Noviembre?
--Porque noviembre es un mes que me gusta mucho, aunque tenga una reputación de mes sombrío, pero es el mes que yo nací y me pasó que hace unos años un mes de noviembre iba a ser muy decisivo para mí por una serie de circunstancias y quise que aquello quedara de alguna manera grabado. Quise primero ayudarme de la poesía como tantas veces he hecho para espantar neurosis y al mismo tiempo dejar constancia, testimonio, de ese mes que me iba a suponer algunas experiencias importantes. Incluso me gusta mucho la pronunciación de la palabra, la eufonía de noviembre.
--¿Cómo construyes tus libros de poemas? ¿Cómo es tu taller de trabajo?
--A partir de una situación determinada necesito escribir y escribo. Noviembre es un libro que yo convoqué, en el sentido de que yo quise cada día de ese mes escribir una anotación. Me gusta mucho la escritura fechada, que en prosa tiene más sentido y en poesía es más complicada, pero quería hacer un proyecto de escritura fechada en el que recogiera cada cosa de ese mes, treinta poemas. La apariencia que yo quería mostrar, el artificio era un diario de noviembre, un diario de un mes escrito en verso.
--¿Con los libros de poesía anteriores ha funcionado igual?
--No tanto así. En algunos casos ha sido ir escribiendo sobre algo que luego veo que tiene unidad y lo saco. Por ejemplo mi libro Pájaro negro era una experiencia que fue mi padre enfermó y pasamos muchas horas en el hospital y a partir de ahí empecé a escribir por las madrugadas. La escritura, como digo, me sirve de terapia, me sirve de desahogo, de ver escrito lo que me está pasando y a partir de ahí reconstruirlo. Y cuando ves que tienes una serie de poemas que hacen un libro y tienen una unidad te dices “esto es un libro y voy a tratar de que el libro salga”.
--¿Cuándo y por qué empiezas a escribir poesía?
--Tengo varias versiones de eso, pero yo creo que hay un momento muy decisivo: cuando yo era un niño regresó a El Puerto Rafael Alberti. Yo tenía seis o siete años y me acuerdo que aquello era algo muy intrigante para un niño porque era una persona de la que se hablaba en la ciudad casi a media voz, que además provocaba sentimientos muy, muy extremos. Era el retorno de uno de los exiliados más míticos.
Yo me dije: “¿Éste hombre qué es lo que hace para que tenga tanta atención?” Y empecé a leer sus poemas. Aquello me dejó verdaderamente transformado, mucho más que su imagen pública. Y encontré que en aquellos poemas hablaba de paisajes y de cuestiones que yo reconocía. Aquello me atravesó del todo y dije «yo quiero hacer esto» y empecé copiándolo, como todo pintor que empieza. Empecé copiándolo a él y a partir de ahí empecé a escribir y lo típico, en el colegio destacas, te dan un premio…
Y luego tuve una experiencia, recuerdo una vez que pasó por mi barrio y me dejó sin respiración: “Hostias, ese es Alberti”. Era un personaje muy peculiar, ni mucho menos el abuelo de nosotros, sino un tío con los pelos largos, un viejo diferente, con una camisa floreada, la gorra. Recuerdo que le dije a un amigo: “Mira, ese es Rafael Alberti. Voy a decirle algo». Mi amigo se quedó jugando a la pelota pero yo lo seguí hasta un bar y, ya cuando lo vi solo le dije “hola, ¿qué hay? Yo lo admiro mucho a usted” y él se reía mucho y me preguntó: “¿Tú que quieres ser de mayor” y le dije “yo quiero ser poeta” y entonces él me dibujó en una servilleta una paloma, una paloma que, por cierto, he perdido. Y me dice: “Mira, si tu quieres ser poeta tienes que hacer dos cosas: primero tienes que estudiar mucho y luego tienes que hacer mucho caso a tus padres”. Aquello me pareció muy tierno, que un señor que tenía ya cerca de ochenta años se sentara en un bar con un monicaco que tenía nueve o diez. Aquello fue una experiencia iluminadora y seguramente detrás de esa experiencia, detrás de aquel personaje está todo lo que he escrito después.
"El poeta no es un filósofo, sino un clarividente". Juan Ramón Jiménez.
--Este es el sexto libro de poemas que publicas, ¿en qué ha cambiado el proceso de escritura respecto a tus primeros libros?
--He cambiado yo desde que se publicó mi primer libro en el año 2000 y como he cambiado yo ha cambiado mi forma de ver la vida y de escribir. Siento que ahora me encuentro como más suelto, como si una vez conocida la técnica, más o menos, me viera con otras posibilidades. Al principio escribes con un poquito más de miedo, respetas más las reglas, es normal también, hay una serie de voces a las que uno se asimila y que uno imita, eso es inevitable. Con el tiempo voy reconociendo una voz más mía y al mismo tiempo me voy encontrando más libre. Eso lo noto en éste libro.
--En ésta entrega citas a Rilke, Bécquer y Juan Ramón, ¿qué otros poetas te gusta leer?
--Me gusta mucho Juan Ramón, también me gustan los poetas del 27, sobre todo Alberti pero también Pedro Salinas o gente menor como por ejemplo José Bergamín. Luego tengo para mí dos grandes poetas que son Juan Ramón y Antonio Machado, y luego Manuel Machado también, Luis Cernuda, muchísimos más en castellano que en otros idiomas porque creo que la poesía es una cuestión de forma, de sonido, y leer a autores extranjeros se me hace difícil.
Después Blas de Otero mucho, el 50, Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, Angel González, Gabriel Ferrater; no sé, es que voy picando de un lado para otro. Y luego me gusta descubrir a poetas que yo no había leído y que para mí son descubrimientos verdaderamente iluminadores. No hace mucho he descubierto a Idea Vilariño, una escritora sudamericana que murió no hace mucho y me ha dejado verdaderamente transido. Me gusta mucho descubrir a poetas nuevos o a poetas que han escrito y han publicado y que yo, por lo que sea, me he perdido.
"Y ese lugar --apréndelo-- es tu corazón". Felipe Benitez Reyes
--¿Sigues a poetas de tu generación? ¿Recomendarías a alguno?
--De la gente un poco mayor que yo me gusta Miguel d’Ors, Claudio Rodríguez; un poco más jóvenes me gustan Felipe Benítez, Carlos Marzal; más cercanos me gustan mucho José Mateos, José Manuel Benítez Ariza, Inmaculada Moreno, que son casi amigos. Y gente de mi quinta, tampoco sigo a demasiados; José Antonio González Jiménez sí me parece un buen poeta, y también por amistad me gustan mucho Enrique y Jaime García Máiquez, que son dos poetas que me parecen bastante interesantes y ahora mismo seguramente me esté olvidando de muchos… Vicente Gallego, aunque sí me gusta de vez en cuando hacerme con libros nuevos de gente que empezó a publicar cuando yo empecé.
--En Noviembre hay mucha nostalgia, sin embargo en el poema “Consejo” escribes: “No dejes que este tiempo, una vez más / te lo manche la sangre de otro tiempo”. ¿Una advertencia para no caer en la trampa de la nostalgia?
--Sí, por lo menos en la trampa de la nostalgia que produce daño. A veces vivimos experiencias negativas y no estamos muy preparados para salir de ellas, para escapar. Ese poema habla de esas experiencias que nos marcan en negativo y que de alguna manera nos dejan una cicatriz que no se cierra del todo y que acaba dañándonos posteriormente. Es imposible que una persona que haya vivido hasta determinada edad no tenga detrás una mochila de heridas, de experiencias negativas y de frustraciones y de desengaños. El consejo es un poco que hay que saber vivir con eso, no te puedes pasar la vida huyendo. La nostalgia bien llevada está bien y puede dar lugar a poemas que tratan de sacar o de recuperar, aunque solo sea de forma ilusoria, un momento agradable, un momento emotivo de la vida, pero la nostalgia con espinas, esa es mejor dejarla muy lejos.
--¿Por qué elegiste el epígrafe inicial de Bécquer “Memorias y deseos / de cosas que no existen”?
--Un poco porque cuando uno recupera cosas, recupera recuerdos para escribirlos y demás, va creando también irrealidades. A veces recordamos más de lo que nos pasó, a veces inventamos lo que no nos pasó porque nos viene bien, y la poesía tiene un poco de eso, de memorias y deseos de cosas que no existen. Yo recreo historias que no ocurrieron pero que las viví como reales y esa es un poco la cita con la que yo empiezo el libro.
--¿Qué lugar ocupa la poesía en un mundo como el que vivimos?
--Se lo preguntó Rilke hace años, ¿para qué ser poeta en tiempos de miseria? Yo creo que la poesía es una opción individual que trata de llegar de forma silenciosa, de forma asordinada, pero con mucha potencia, a mucha gente. La poesía es una manera de reivindicar la individualidad, el poeta es el que escribe desde una voz que trata que sea la voz de los máximos que se acerquen a sus poemas y yo creo que en este mundo donde empezamos a ser nadie está bien que la gente escriba poemas, está bien que la gente haga canciones, que la gente se reivindique, reivindique su individualidad, su propia conciencia. Eso es lo que yo creo que hace la poesía, llevar un poco del orden al desorden de los que puedan acercarse a un poema.
Y la poesía, la buena poesía, a mí me ha dado también mucho equilibrio. Yo soy docente y he trabajado con muchas edades, en muchas etapas de la enseñanza, y en todos los sitios en los que he estado he tratado que los alumnos conozcan la poesía. Ojalá tuviera mucho lugar en este tiempo y en el tiempo venidero porque, además, hay algo muy interesante en la poesía y es que como es algo tan minoritario tampoco va a caer nunca en la cosa comercial que puede acabar prostituyéndola. Por eso yo soy un creyente y un militante de la poesía, no solamente como autor sino como lector.
--Aunque el paso del tiempo lo destruye todo, incluso los restos físicos de civilizaciones muy antiguas, ¿no crees que la poesía goza de cierta condición invulnerable?
--Sí, creo que sí, que la poesía de verdad se salva de la quema. Hay textos antiquísimos. He conocido a niños gitanos de El Puerto que conocían romances, la tradición oral de ellos, que ellos adaptan cuando llegan a España en el siglo XV para castellanizarse, a los que dan un sello muy personal y que van pasando de generación en generación hasta hoy mismo. La poesía tiene mucha potencia, esa posibilidad de que las palabras ordenadas de una determinada manera pasen de generación en generación, de que un poema escrito hace… Homero por ejemplo… de que sigamos leyendo la Iliada, la Odisea, de que sigamos sintiendo como vigente algo escrito hace tantísimos siglos, es lo que le da ese valor inmortal a la poesía, porque finalmente la poesía habla de temas esenciales del ser humano. Hay una serie de universales, como dicen los filósofos, que están ahí, y por eso no es difícil identificarse con algo que escribió alguien hace muchos siglos porque, al fin y al cabo, el poema tiene algo de temporal, está situado en un determinado momento, pero al mismo tiempo tiene algo de esencial, eso no va a pasar nunca, por eso yo creo que la poesía se acabará salvando. /Texto: Santiago Pérez Malvido.