Hace un año, aprovechando una estampación sobre un muro de cal blanca donde se leía «¿Habré muerto para salvar el turismo?», escribí sobre la inadecuada justificación constante que se hace sobre la existencia de la Semana Santa. Todas esas explicaciones que pretendían convencer a propios y extraños pivotaban sobre la teoría economicista de la rentabilidad de la fiesta. Su principio de existencia era y es la activación económica de un sector que ya se considera estratégico para las ciudades de toda la Baja Andalucía. Después de aquello, pregunté por el tsunami informativo que se vive alrededor de la Semana Santa. Un hecho del que pocos hablan y al que pocos, igualmente, se atreven a darle su espacio real.
Desde que se descubriera, allá por los noventa, el enorme interés que despertaba lo cofradiero como producto y contenido mediático, la máquina de hacer billetes no ha parado. Las primeras colecciones de láminas dejaron paso a todo un orbe de merchandising que no cesa en nuestros días, completando un extenso abanico de productos mediáticos -muchos de ellos, de paupérrima calidad- que aportan poco o nada al disfrute y a la comprensión de la fiesta. De cuando en vez, algún intrépido periodista osa cruzar algunos umbrales para hacer precisamente eso, periodismo, mediante reportajes o informaciones que ofrecen una imagen real de la Semana Santa.
Ante el incremento potencial del corporativismo cofradiero en toda la región, como ocurre en política, los periodistas quedan doblegados a los intereses de las empresas para las que trabajan y solo les queda ofrecer una imagen dulcificada de lo que ven. A la publicidad no le interesa contar la compleja y variada realidad de la Semana Santa. Mucho menos, adentrarse en las cuitas de las hermandades. La consecuencia principal de esto es el travestismo al que se ve sometido el periodismo cofradiero: de periodismo a propaganda o a relaciones públicas.
Andalucía vive una auténtica espiral del silencio donde contadas columnas bajo seudónimo o alguna tertulia impertinente -verbigracia La Soga de Judas de Sevilla- se aproximan de manera cautelosa a una realidad compleja e inquietante usando la sátira o la guasa. Se echa de menos la información sesuda aunque, igualmente, el público que demanda ese tipo de contenidos también es escaso, según señalan algunos expertos en rentabilidad mediática.
Sin embargo, hay realidades que son innegables. Un alto porcentaje de andaluces de todas las latitudes materializa su vida social alrededor de la Semana Santa y los actores que articulan esta fiesta son las hermandades. Este hecho hace que contar los vaivenes de las hermandades se haya convertido en algo realmente sabroso para los medios de comunicación por el interés que suscitan entre los públicos. Un buen ejemplo de ello es que para mantener la información cofradiera todo el año lo que verdaderamente se narra es la actividad institucional o corporativa de las hermandades: elecciones, mantenimiento del patrimonio, microeventos varios, convocatorias, escándalos, etcétera. Lenta pero decididamente, el epicentro de la información cofradiera se está trasladando de la retransmisión del evento a la actividad institucional, con las ventajas y dificultades que eso conlleva.
El tsumani informativo alrededor de este tema derivará en dos tipos de periodismo, no se sabe muy bien si a corto, a medio o a largo plazo: el primero de ellos, uno serio y riguroso, que maneje las fuentes con verdadera capacidad, que sepa tratar con naturalidad lo que se cuenta, que sepa soportar las presiones de todos los sectores y que ofrezca una imagen aproximada del hecho que aborda. Este tipo de periodismo deberá contar con el apoyo de las propias hermandades, facilitando el acceso a todo tipo de información mediante la figura del responsable de comunicación si no desean convertirse en un esperpento de sí mismas. Las hermandades deben entender que el periodista realizará su trabajo, con la colaboración o sin ella de las hermandades. El otro periodismo será éste que ahora padecemos, de cuchicheos, de relaciones públicas y de propaganda, de buenismo y de desinformación. Todo un reto. /Texto: Daniel Marín Gutiérrez. Periodista e investigador en Ciencias Sociales