Adrian Morillo (El Puerto de Santa María,1986). Su trabajo Levante es un proyecto fotográfico desarrollado durante 2014 y 2015 en el sureste de España. Actualmente reside y trabaja en Montreal. Es licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Juan Carlos (2011), Master en Investigación en Arte y Creación por la Universidad Complutense de Madrid (2012) y becado para el curso anual de fotografía Madphoto (2013).
Su trabajo ha sido publicado en medios como Vice, Ignat Magazine o Cus Photo. Originalmente trabajó desarrollando piezas audiovisuales y posteriormente comenzó a desarrollar trabajos fotográficos al encontrar en este medio mayor libertad para trabajar. El cuerpo de su trabajo siempre ha sido de corte documental, si bien en la forma ha ido mutando de un corte más fotoperiodístico hacia una más marcada mirada de autor.
Levante es un trabajo que recoge imágenes de áreas propiamente levantinas así como de territorios que son azotados ocasionalmente por el denominado viento de levante, una brisa famosa por su sequedad y su capacidad por alterar la conciencia de algunas personas.
Pero Levante, más allá de ser un mero registro de distintas áreas geográficas, es una excusa para preguntarme desde lo visual como siento y vivo mi tierra. Se trata de un trabajo desarrollado desde mi cotidianidad gracias a las facilidades que dan los smartphones para convertir la fotografía en un registro diario que nos ayuda a mirar y a mirarnos.
El crítico de arte Juan Jesús Torres escribió un pequeño texto a propósito de este trabajo a modo de epílogo, algo que creo que complementa muy bien el cuerpo de imágenes y que le da mayor cuerpo:
“Siempre piensa en irse y volver al mismo tiempo, ligero a la merced de un viento que reconoce y que lo agita y que por momentos le obsesiona.
En realidad, nunca deja de estar yéndose.
La bandera necesita un mástil para no dejarse llevar por la ráfaga, para detenerla en su vuelo. Símbolos que parecen querer irse, colores frugales. El fotógrafo la mira hecha jirones desde un malecón azotado y recuerda que este, ese país, le punza, le incomoda, le agrieta la garganta, le áspera los sentidos.
Bebe del mar para refrescar sus órganos de una humedad milenaria. Hace un intento de levantarse, pero no lo consigue porque evoca que de su evasión han llegado sus raíces, de su soledad la reflexión, del exilio la imagen. Ha vuelto para descubrir un lugar cercano pero no aprehendido, virulento y henchido de autocomplacencia y tedio.
Profundidades y covachas, oscuridades de un país construido a la espalda de una fachada barroca, alardes de pueblo gazmoño y meapilas. Reino de iglesias, de vejestorios y mocosos, de beatos y capillitas, de santos y conjuros. Saborea el salitre que porta el levante, es el sabor de la sentencia, del vituperio y del escarmiento.
España me duele, ¿y a quién no? replica el viento. Un rayo de sol, de ese sol, que rompe la cal de una pared repudiada que sirve de hoja de reclamación, rayos que escinden rincones, que apagan la existencia.
En el sur la vida surge de los lugares frescos como la joven que deja que su falda vuele por el levante, de las esquinas a salvo de la luz divina, la que todo alumbra y calienta. En el sur, sombras.
Un minero que reconoce la tierra como una puerta, el orificio de entrada a los acervos. Tierra. Baja del malecón y sus pies tocan un suelo que le da la bienvenida a la gravedad, la fuerza que todo debilita, que todo aprisiona.
Allí en ese negro hay rojos, allá, en ese blanco, cremas, y en aquel azul, púrpuras. El mundo toma color, como las mejillas de un borracho con la camisa desabrochada que lo mira desde la terraza de un bar. El mundo, matizado, es la calma tras la tempestad, son los resultados de un viento que deshace mentes.
Surca las calles y las catacumbas en el regocijo por la sabiduría descubierta en un texto descifrado, y sin saberlo, pasa a ser una nueva víctima como todo aquel que se atrevió a abrir la cripta. Hacer imágenes a falta de intenciones porque de todos modos nadie entenderá lo que vio en el sibil”.