En la imagen, un Juan Ramón de semi-perfil, frente amplia, nariz árabe, bigote y barba nazarena, cuidadosamente recortada, ceja izquierda sutilmente alzada, mirada profundísima, perdida, ensoñadora...
Andaba yo, por aquellos años, junto a las dunas versátiles y los pinares de El Puerto de Santa María, con sus largos viñedos, verdes y amarillos sobre la tierra enrojecida, los tórridos días del áspero viento de Levante, la bahía de Cádiz iluminada por millares de estrellitas, rutilantes en las noches, contempladas ávidamente a lo lejos, desde los ojos fascinados de mi tardía adolescencia... Como la contemplaron, muchos años antes, los ojos extasiados, lúcidos y melancólicos del poeta Juan Ramón, desde este mismo lugar, el que había sido colegio jesuíticos adonde él ingresó, como alumno interno, a los 11 años. Que no me lo invento, que él mismo lo dejó escrito: “Mis once años entraron de luto en el colegio que tienen los jesuitas en El Puerto de Santa María; fui tristón porque ya dejaba atrás algún sentimentalismo: la ventana por la que veía llover desde mi jardín, mi bosque, el sol poniente de mi calle...”.
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