De la remota época en la que tuve afición por lo taurino, guardo un recuerdo imborrable de un paseíllo de hace 36 años, el que tuvo lugar en la Plaza Real portuense el 12 de Agosto de 1979, fecha en la que repetía tras su éxito artístico de pocas semanas antes, un paisano recién doctorado: Curro Luque. Su no presencia en el paseíllo, el dramático hueco en el centro de la terna, debido al grave accidente que sufrió unos días antes y el conocimiento por la prensa de la gravedad de su estado me inspiraron algún tiempo después un poema libre, sin métrica, que he rescatado de entre mis papeles para mostrar mi respeto y admiración hacia su persona, evocando con nostalgia lo poco que nos obsequió de su Arte, con mayúsculas, poema en el que he incrustado en letra cursiva las sensaciones paralelas e imaginarias que podía sentir el torero mientras se debatía entre la vida y la muerte en el Hospital Universitario Virgen del Rocío, de Sevilla, antes García Morato, en el momento de celebrase el festejo taurino en el que, estando anunciado en los carteles, igual que ocurriese con Manolete, treinta y tres años antes, nunca más volvería a vestirse de luces, aunque afortunadamente pudo continuar haciendo el fatigoso paseíllo que nos demanda la vida diariamente.