Por los años 60-70 estaba claro que los niños nos adueñábamos de las calles de nuestro entorno y principalmente de nuestra maltratada plaza de Isaac Peral. Hemos tenido una infancia tan bonita, tan alegre y tan en calma, que para sí quisieran las generaciones actuales, pues entre las tareas, las clases extra escolares, y los deportes, apenas les queda tiempo para divertirse y jugar. Nosotros teníamos menos libros y hacíamos menos tareas, y no por eso fuimos peores estudiantes ni tuvimos peor educación. Nuestros maestros eran más que excelentes y se desvivían por formarnos y educarnos en valores fundamentales como: el respeto, la urbanidad y el civismo amen de las materias, escolares etc.
Considero que nosotros vivíamos con menos estrés, debido al ejercicio que hacíamos al jugar y corretear como gamos. Realmente en mi primera infancia, mis mejores compañeros de juego fueron mis hermanos. Los domingos, nos lo pasábamos en grande, los mayores llevaban la voz cantante, y las más ‘menúas’ --las más chicas--, sin chistar o corríamos el riesgo de que nos dejaran con dos palmos de narices y se fueran con la música a otra parte. Y eso, claro no era plan. Como el tiempo pasaba inclemente, llegó el momento de volar sola, y tener mis propios y buenos amigos. La verdad es que lo tuve fácil, pues al ser la mayoría vecinos, nos conocíamos y nos llevábamos bien , eran lo que se decía… niños de confianza.
Vicentín, sobre la máquina de café, junto a su padre, el desaparecido Vicente Sordo Díaz.
Uno de estos niños, era Vicentín, --Vicente Sordo-- un encanto de crío y nada bruto. Vicentín sin duda era unos de mis buenos amigos, junto a Manolín --hijo de Sofía-- Jeromín Castro y los hermanos Leopoldo y Manuel --hijos de Leopoldo, el gallego--, Roberto, --hijo de Boli--, y Roberto e Ignacio Rodríguez Sánchez --de Casa Paco Ceballos-- y alguno más que mi memoria no alcanza a recordar.
Pues bien, todavía recuerdo cuantos momentos agradables pasamos en la trastienda del Almacén de Leopoldo charlando o jugando a algún juego de mesa bajo la supervisión de Luisa la esposa de Leopoldo y viendo crecer feliz a la benjamína de la familia Luisita, como su madre, creo recordar. Luisa era tan genial como su marido. Nunca un mal gesto, por el contrario todo era agrado. ¿Quien dice que uno no se acuerda de los olores de la niñez? Esa trastienda olía a gente buena y encantadora, que a pesar de que hayan pasado los años y ya no estén entre nosotros, no tenemos que hacer ningún esfuerzo, por traerlos a la memoria, porque han dejado tanta huella, que al hacerlo nos viene una sonrisa y porque no decirlo, también mucha nostalgia.
EL JUEGO DE LA PALMÁ.
El que no nos gustaran los niños brutos, evidentemente era porque alguna vez salimos lastimadas. Algunos juegos como el de la ‘Palmá’ eran eso, un poquito brutos y los niños de alguna manera competían en ‘dar más fuerte’. No era cosa de lastimarnos pero cierto era que arrearnos esos mamporros en la mano, nos la dejaba colorada como un tomate. Claro que ellos no se quejaban e incluso repetían. El que se la quedaba --era la forma de decir quién perdía y recibía los cates--, se colocaba de espalda a los compañeros de juegos, la palma de la mano se cruzaba abierta debajo de la axila y ahí empezaba el juego. Nos arremolinábamos a su alrededor y uno era quien daba el cate. Lógicamente unos daba más fuerte que otros y era fácil reconocerlos, pero no crean que las niñas también recibíamos aunque no como entre ellos. Ahí se reían sí, pero la mano la llevaban calentita. Y es que al ser ya mayores jugábamos más en grupo. No es la primera vez que lo digo pero es cierto que en mi primera infancia la Placilla me parecía enorme. Cabíamos todos los niños de los alrededores sin molestarnos unos a otros y sin pelearnos mucho. Que sí, que también había, enfado , pero duraba muy poco. La enfadá, bajaba a jugar, sola o con alguna amiga, pero nos miraba con carita de buena y se esfuma el enfado, no sin antes, eso sí, hacerle la pregunta “--¿Vas a hacerlo otra vez?” ¡Que iba a decir la criatura! ...
VICENTITO.
Pues bien, todos estos amigos, al crecer nos fuimos de alguna manera desperdigando y cada uno siguió su camino. Con Vicentito, jamás salí, ni a dar una vuelta como se decía antes, pero los dos nos tenemos mucho aprecio. Y es que quien conoce a Tito sabe que es un encanto. A ver, esperar un momento, que lo que estoy diciendo, no es una cursilería por quedar bien, os cuento: haciendo un símil taurino, Tito, es un torero de cante grande y salida a hombros, ¿y por qué? Fácil. Tiene: Hondura, con ella va el saber estar, dándole a cada uno su sitio, sin menospreciar a nadie. Pureza , con ella va la bondad y, a esta la regala, haciéndonos sentir, que es una persona sincera, cercana y cálida. Aparte, ¿y su empaque? Torero. ¿A que tengo razón?
Vicento Sordo Fernández, Vicente Sordo Díaz, Vicente Sordo Gómez, nieto, abuelo y padre, en una foto para el recuerdo.
Pues bien, es una alegría, saber que sigue ‘al pie del cañón’ en el mismo rincón donde empezó su padre Vicente Sordo Díaz (ver nótula núm. 2.091 en GdP), casado con Ascensión Gómez Recalde, y que tanta historia guarda entre sus muros. Y es que sigue siendo, un lugar especial donde poder reunirse, y que sigue conservando el encanto y ecos de antaño. Pareciera, que se hubiera detenido el tiempo, y pudiéramos adivinar, las instructivas tertulias, las miradas ilusionadas, ante un nuevo proyecto de vida o de trabajo y la risa alegre de los niños al degustar, un buen tazón de chocolate con churros. Y todo mi rinconcito del alma, para orgullo de sus padres, y de los que lo queremos bien.
Ivan Sordo Fernández.
Por suerte cuenta con espléndida savia nueva en la figura de sus hijos, frutos del matrimonio con Carmen Fernández Jiménez: Vicente, como su padre y su abuelo, e Iván. Está clarísimo que el futuro está asegurado, pues ambos dos han heredado, las virtudes de sus padres, en cuanto a calidez, educación, saber estar y bondad, mucha bondad. Amigo Tito, te emulo dándome un toque en el corazón, y diciéndote: hermano, sabes el cariño que os tengo. /Texto: María Jesús Vela Durán. Fotos: Bar Vicente.
Nota de Rectificación La dirección de Gente del Puerto tituló erróneamente la nótula dedicada a Vicente --su primer apellido--, como Sordo de la Borbolla, entendiendo que era un apellido, como otros de la Montaña compuesto, pero que éste no usaba, al igual que los Gil de Reboleño, Ruibal de Celis y otros. Queda, pues, hecha la rectificación.