No sé, si por tradición familiar, o simplemente por propia convicción, algunas de mis amigas y otras jovencitas de mi época, decidieron colgar los libros y apuntarse al Corte, como eran conocidos los Talleres de Corte y Confección.
De izquierda a derecha, fila superior, Rosario González Salas, Milagros Vaca, María Luisa, María Torres Higuera, Carmen, Juani Saura ‘la murciana’, Antonia y agachadas distinguimos a María Mateos Oncala, hija de Fermin ‘el Carbonero’, Carmen y la última por la derecha, Pilar Lacarta. /Foto: Colección Pilar Lacarta.
La mayoría ya tenía alguna hermana mayor en estos talleres, y aunque no tengo claro que todas pensaran en ser modistas profesionales, les venía bien poder hacerse su propia ropa, su ajuar o en su defecto saber desenvolverse el día de mañana, pues de alguna manera las niñas debían saber llevar las tareas cotidianas de las amas de casa a la hora de enfrentarse a un casamiento y a la crianza de sus futuros hijos.
En La Placilla, teníamos varios y buenos Talleres por cierto. Estaban: el de María Torres Higueras, sito en el piso superior del Restaurante de Manuel Rodríguez Ceballos y el de Lolichi, sito en la casa de los Gómez de Requena, panaderos, de la calle Santa María. Años más tarde, los de: María Amalia, y no sé si el de Loli Rodríguez. Esto, en cuanto a talleres, porque era muy natural, que en casi todas las casas, hubiera alguna señora que se ganara la vida “cosiendo para la calle”, como se decía entonces.
A nosotros nos cosía mi vecina Pepa Acosta, prima de María Torres Higueras, y muy bien además, con decir, que salvo que hubiéramos dado algún “estirón” cosa natural por otra parte , y hubiera que alargar el dobladillo a última hora, cuando nos entregaba las prendas nos quedaba “como un guante”. Mi madre y sus hermanas tuvieron mucha suerte porque mi abuela era una costurera buenísima y las enseño a todas a coser primorosamente. De hecho la mayor de las hermanas cosió para la calle creo hasta que se casó. Mamen, una prima, fue una camisera muy procurada.
En la playa de Fuenterrabía, distinguimos, tercera por la izquierda a Pilar Lacarta, Juani Saura, María Torres Higuera, Loli Saura y María Mateos Oncala. Agachados, solo conocemos a José Torres Higuera, ‘Chico’ y su mujer Teresa Delgado García e hijo. Delante, con el perro, José Antonio Guerrero Torres ‘Pepo’, hijo de María Torres Higuera. /Foto: Colección Pilar Lacarta.
Supongo que cada maestra tendría su librillo; así, algunas comenzaban y terminaban la jornada con el rezo del santo rosario, otras, quizás solo rezaran el Ángelus a medio día, claro que seguramente también las habría dicho , que no hicieran nada de eso. Lo que sí es cierto, que era fácil, encontrarnos a muchas mujeres, con el metro colgado de sus cuellos. Muchas de ellas, ya eran modistas profesionales, y gracias a esto colaboraban con su jornal a una más desahogada situación económica. Y qué decir de algunas pobres viudas, pues así lograron sacar a sus hijos adelante.
Me sorprende después de preguntar a mis amigas muchos de estos talleres, solo enseñaban a coser, no a cortar. Según me han comentado, cuando las muchachas llegaban, la maestras ya tenían los cortes hechos, pero ellas no las veían cortar; paradójicamente, años más tarde , muchas aprendieron, en la intimidad de sus casas con la revista Burda o similares. Claro, que también podría ser que solo aprendieran a cortar, a criterio de las maestras, bien porque las viera más preparadas, o bien por propia iniciativa de las aprendizas, que no se atrevieran “con las tijeras”, o bien que prepararan a algunas para que fueran su ayudante o persona de confianza. Este, es el caso de mi amiga Pilar Lacarta Lagunas, ella según sus propias palabras, salió “bien aprendida” del taller de María Torres Higueras; de hecho hasta hace poco que goza de una jubilosa jubilación, la costura orientada a vestir a las novias el día más bonito de sus vidas ha sido su profesión y su vocación allí en su Zaragoza natal.
Ama Rosa, la radio novela de la Cadena SER que triunfaba en aquellos años.
A mi vecina Pepa, le ayudaba Carmelíta, una jovencita alegre y dicharachera a la que nos encantaba escuchar, por su simpatía y su gracia. Ella me cuenta que veía cortar a Pepa, y que esta le iba explicando todo cuanto hacía. Lo que sí sé, lógicamente de oídas es lo animado de las sobremesas en muchos de estos talleres; principalmente por los programas de radio de la época. Me las imagino, llorando con las desdichadas protagonistas de las radio novelas como “Ama Rosa” de Guillermo Gautier Casaseca, en la que intervenía como protagonista, la inolvidable Juana Ginzo, a través de los micrófonos de la Cadena SER; o riendo con las travesuras de Matilde, Perico y Periquin, serial radiofónico enmarcado en el estilo costumbrista que comenzó en los años 50 y duró hasta la muerte de uno de sus protagonistas, Pedro Pablo Ayuso, en 1971, estando patrocinada por Cola-Cao.
En la imagen de la izquierda, Matilde Vilariño y Pedro Pablo Ayuso, durante la emisión de 'Matilde, Perico y Periquín'.
Cuando la prenda estaba rematada, la metían en unas cajas rectangulares, con un solo asa, como si de un bolso grande se tratara. Las prendas se entregaban bien planchadas, y en algunos casos envueltas en papel de seda. Y…allá que iban las modistillas a entregarlas, procurando eso sí, que al colgarse del brazo la caja de entregas, éstas ni se moviera, pues deslucirían el planchado, y desmerecerían la prenda. Más de una vez, acompañé, a mis amigas a entregarlas, y como no a relevarlas si se cansaban. La mayoría de las veces, las clientas quedaban satisfechas. Algunas señoras, echaban mano a sus monederos, para darles una propinilla, pero ellas se ponían muy dignas y…. no se moleste señora, nos lo tienen prohibido, pero …gracias de todos modos.
La mayoría de las niñas de mi época teníamos nuestros bastidores o marcadores, de bordar, la verdad que aunque a mí las labores me parecían algo aburridas, atendían atentamente las explicaciones, de nuestras mayores, que sabían lo suyo. Primero que nada, había que lavarse escrupulosamente las manos, pues el lienzo, tela, era inmaculado y la labor tenía que conservar la pulcritud y por tanto… el blanco. Cuando el lienzo, estaba bien estirado, nos pintaban el dibujo por bordar, y …. hala, con mucho mimo y sin salirse del dibujo, empezábamos, muy obedientemente, a pasar el hilo y rellenar las florecitas de los colores que más nos gustaba . Muy pronto me di cuenta, que aquello no era lo mío, así que lo abandoné y me embarqué en la aventura de los libros, que eran más divertidos.
Patron de letras capitulares para bordado.
Había como no, talleres de bordados, a mano y a máquina, y las aprendizas salían como ya he referido con sus sábanas, manteles y toallas bordadas y claro esta de otras labores. La verdad es que me quedaba “embobada” viendo con que destreza manejaban los Bolillos, algunas mayores entre ellas a quien considero como mi abuela --Milagros Gálvez Alonso-- .Que finura de encajes, y reitero, qué primorosa pulcritud tenía en todas las labores. La natural habilidad, no era más que horas de dedicación, templanza y por supuestos dotes y disfrute con lo que hacía y con el resultado. En definitiva, pareciera, que tuviera manos de “ángel”.
Hoy en día, han cambiado mucho las cosas, si encargas algún trabajo, la señora se presenta en tu casa y te cobra por horas hasta la terminación del encargo, algo para mí un poquito” chocante”. Sigue habiendo talleres y lo novedoso, son los comercios que nos cosen, nunca mejor dicho desde un roto hasta un descosido. Como quiera que sea, afortunadamente, hoy en día, hay muchas aficionadas a las labores, de todo tipo, y desde luego lo artesanal por su belleza, por las horas dedicadas y por su mucho mérito, nunca tendrán precio. /Texto: María Jesús Vela Durán.