En la imagen, Miguel Salguero Suárez, patriarca de toda una estirpe de churreros con Charo Salguero Venegas (ver nótula núm. 350 en GdP). Sus hijos tienen un gran parecido, especialmente José Luis, quien mantiene con Tere (ver nótula núm. 093 en GdP) un puesto de patatas fritas en el Parque Calderón (ver nótula núm. 1.228 en GdP) y a veces está en la churrería. La tradición viene de familia del padre de Miguel, Facundo Salguero Junquera y sus tíos.
En el centro de la imagen, tomada en la Velada del Paseo de la Victoria, con la manga metálica de echar los churros un muy joven Alfonso Romero Núñez, marido de Charo Salguero. Y detrás, la señora que atiende a la clientela es posible que sea Dolores Venegas, esposa de nuestro protagonista con las varillas de freír los bollos.
Según el historiador, Enrique Pérez Fernández, "Aunque no puedo asegurarlo, creo que fue un familiar de Facundo Salguero Junquera, Antonio Suárez Junquera, quien instaló el primer puesto de churros en el Parque Calderón, en 1924, frente al kiosco de Murga.
Al año siguiente quiso de nuevo ponerlo pero no se le concedió permiso, y sí a Miguel Peña Oviedo y otro a su hermano José Suárez Junquera (Bornos, 1874), también en el Parque, entre los dos parterres fronteros a Javier de Burgos, donde José instaló su anafe de carbón y leña hasta mediado los años 30.
En plena guerra civil, en el verano de 1938, fue cuando Facundo puso por vez primera su puesto de masa frita -que decían entonces- en el Parque.
José Suárez a la vez que churrero ejerció de conductor de camiones, según leí en esta noticia que publicó la Revista Portuense sobre un accidente que tuvo en agosto de 1933: “Entre otras notas que quedaron por insertar en nuestra anterior edición, figuraba el dar cuenta del suceso ocurrido en la tarde del pasado miércoles, en que el camión destinado a transportar piedra de la cantera [de la Sierra de San Cristóbal], matrícula PO-107, propiedad de José Blas Núñez y conducido por José Suárez Junquera, cuando se dirigía hacia el puente de San Alejandro, debido sin duda a algún desperfecto en su mecanismo, comenzó a descender hacia atrás hasta venir a chocar con el árbol y el banco de material más próximo al puente, de los existentes en el Parque. Efecto del choque rompió el árbol y parte del banco, viniendo una de las ramas de aquél a dar en la cabeza del anciano Francisco Díaz Lanceta que se hallaba allí sentado, y el que fue asistido en el hospital de una herida contusa de 4 centímetros en la región occipitoparietal, lado izquierdo, que interesa todas las partes blandas hasta el periostio, con mortificación de los bordes, de pronóstico reservado.”
Miguel Salguero, en el centro, probando una copa de vino, y a la derecha, su compadre Manolo Vélez Hidalgo, con gorra. /Foto: Colección Bar Vicente.
Pero volviendo a Miguel, nuestro protagonista, además de trabajar duro con los churros en la Plaza de Abastos, en ferias, fiestas y verbenas, trabajó también en una bodega portuense para suplemental el jornal que sacó a su familia adelante.
Como nos cuenta la que fue su vecina en la Placilla, María Jesús Vela: “Miguel tenía muy buen carácter, siempre sonriendo a la clientela y cantiñeando, tal como su yerno Alonso Romero Núñez. Muy cercano en todo. Aficionado a las peleas de gallos, quizás por su amistad con los hermanos Manolo y José Vélez Hidalgo. Ellos criaban y adiestraban a los pollos y, de hecho, Manolo Vélez y Miguel Salguero eran compadres.
El puesto que Miguel Salguero tenía frente a la Casa de los Leones, en La Placilla, atendido por su hija Charo y su yerno Alfonso, salió ardiendo y todos los vecinos salieron a ayudarles, por lo que no hubo que lamentar desgracias personales. Coincidió con una Feria cuando se celebraba en Crevillet.
Cuando en la década de los sesenta del siglo pasado vinieron unos misioneros a El Puerto, promocionando las vocaciones, uno de aquellos sacerdotes se parecía a su yerno, Alfonso, al que le pregunté si era su hermano. Éste me respondió afirmativamente, y yo todos los días iba al puesto de churros y le preguntaba por él, e incluso le llegué a escribir varias cartas. Yo, con mis pocos años, creía que era verdad y Alfonso me seguía el juego, contándome las aventuras de su supuesto hermano, y me decía que las cartas tardaban mucho en llegar porque su hermano estaba en el extranjero. Y que fuera buena y que rezara, que un día vendría a verme. Mientras a diario esperaba una carta que nunca llegó. Y así hasta que un día me di cuenta del engaño. Pero Alfonso no lo hacía con maldad. Era un bendito".