La bahía de Cádiz, las tierras intermedias entre el Guadalete y el Guadalquivir y el Coto de Doñana. /Foto: Google.
Comenzamos aquí y ahora presentando una serie de textos que publicaremos en Gente del Puerto durante los próximos meses. Bajo el título general de Isla Cartare, todos tendrán el vínculo de que tratarán del espacio –los paisajes- y el paso del tiempo –la Historia- en el ámbito de las tierras que conforman el término municipal de El Puerto de Santa María (154 km2, marismas del Guadalete incluidas), cuyas tierras fueron habitadas desde hace unos 6.000 años en tres áreas bien diferenciadas: las arenas que se extienden por la franja costera, la Sierra de San Cristóbal y las tierras negras y albarizas de la campiña; espacios que durante la Prehistoria reciente los ocupaba un extenso bosque mediterráneo exuberante de vida, hasta que en tiempos fenicios y romanos sus fértiles tierras fueron roturadas intensivamente de cara a la exportación de los productos de la tríada mediterránea: vino, aceite y trigo; al igual que ocurriría en los siglos XVII y XVIII por cuenta y cargo de los cosecheros y cargadores a Indias asentados en El Puerto.
La campiña desde el camino de Campín, en 1986. A la derecha, el cortijo de las Ánimas, donde existió una aldea andalusí. / Foto: Juan José López Amador.
La demarcación del término portuense –que formó parte del de Cádiz hasta el año 1272- se fijó en 1268, tras la definitiva conquista y repoblación en época de Alfonso X del territorio gaditano de al-Andalus, englobando sus límites las tierras de trece alquerías (aldeas) andalusíes fundadas a partir del siglo X, que fueron herederas –en algunos casos sin solución de continuidad- de los asentamientos que desde la Edad del Cobre y en los periodos tartésicos, fenicios y romanos alcanzaron el esplendor comercial y cultural del territorio de Isla Cartare.
Nani y José Antonio, sobre las huellas de un fondo de cabaña de la Edad del Cobre de La Dehesa, junto al Castillo de Doña Blanca. 1982. /Foto: J.J.L.A.
EN LOS AÑOS 80
Junto a nuestros amigos José Antonio Ruiz Gil y José Ignacio Delgado Poullet –Nani-, durante la década de los 80 recorrimos asiduamente el término portuense con el fin de documentar el poblamiento antiguo –en todas las épocas- de sus tierras. Para ello realizamos exhaustivas prospecciones arqueológicas superficiales a lo largo y ancho del término con la recogida de materiales culturales –en su mayor parte cerámicos- que fijaron el origen y la cronología de los asentamientos detectados.
Excavación en la Barriada del Pilar en 1982, la primera que realizó el recién fundado Museo Municipal. Agachado, su director, Paco Giles; en el corte, Nani y Juan Fernández; detrás, de izquierda a derecha, Juan José López, Juan Taboada, Javier Maldonado, Enrique Pérez, José Antonio Ruiz, Jesús Montero y José López. /Foto: Museo Municipal.
A partir de 1982, cuando se creó el Museo Municipal –dirigido por Francisco Giles Pacheco y al tiempo que comenzamos a trabajar en él dos de nosotros (Nani y Juan José)-, el objetivo se redobló y hasta el fin de la década continuamos prospectando el término y localizando en torno a un centenar de yacimientos, que permitieron conocer, a grandes rasgos, las características del poblamiento de los campos portuenses en el transcurso de la Historia.
Lamentablemente, las leyes vigentes en Andalucía durante las últimas décadas sólo han contemplado las intervenciones arqueológicas si lo son por vía de urgencia, negándose así el derecho de los ciudadanos a conocer el pasado global de su entorno vital y crear desde la disciplina arqueológica una ‘industria cultural’ que redunde en beneficio de la sociedad. De sobra existen en nuestro ámbito geográfico los mimbres para ello, pero no la política que ampare las excavaciones sistemáticas.
Equipo de la primera campaña de excavación de Cantarranas, 1982. /Foto: Museo Municipal
Así las cosas, al menos las prospecciones de los años 80 propiciaron que se realizaran excavaciones de urgencia en algunos de los yacimientos detectados: Barriada del Pilar (1982), La Dehesa (1982), Cantarranas (1982;1985;1986), El Barranco (1983), Vicuña (1983), Las Beatillas (1984), Campillo (1984;1985), La Viña (1984;1986;1987), El Palomar (1994), Buenavista (1997), Pocito Chico (1997-1999) y La Florida (1999). De sus improntas culturales y dataciones algo escribiremos en próximas nótulas.
Sondeo arqueológico en El Barranco, junto a la laguna Salada. 1983. /Foto: Museo Municipal.
Juan José, Enrique y José Antonio en abril de 1984 excavando en la Sierra de San Cristóbal, en Las Beatillas. /Foto: Nani.
Pero durante aquellos años que pateamos el término no sólo nos interesó la localización de yacimientos arqueológicos, sino conocer y atestiguar todos los elementos que configuran un espacio rural: los diversos biotopos y sus transformaciones naturales y antrópicas; la fauna y flora; los cursos de agua, pozos, lagunas y marismas; las cañadas, caminos, veredas e hijuelas; los cortijos, casas de campo y chozos; los sistemas de explotación de las tierras y las arenas…
Chozo (hoy desaparecido) junto al cortijo de Vaina. 1984. / Foto, J.J.L.A.
De aquellas experiencias inolvidables que intensamente vivimos cuatro amigos –entonces muy jóvenes- en los pagos portuenses, tratarán los textos que a partir de la próxima entrega compartiremos con los lectores de Gente del Puerto; las huellas que en el curso del tiempo dejaron los hombres y mujeres en las tierras situadas al sur de Isla Cartare, como llamaron en la Antigüedad Clásica a las fértiles tierras situadas frente a la Bahía de Cádiz, entre las desembocaduras del Guadalquivir y el Guadalete. Un nombre, para nosotros, mágico y evocador.
LA ORA MARÍTIMA DE AVIENO
Rufo Festo Avieno, escritor latino natural de Volsinia (Italia) que vivió en el siglo IV de nuestra era, nos legó en su poema Ora Maritima la primera descripción histórico-geográfica –somera, eso sí- del litoral gaditano y la mención de algunos de sus topónimos más significados en la Antigüedad. Para su composición el autor empleó fuentes muy anteriores a su época, principalmente la de un periplo griego massaliota que se fecharía hacia el año 535 antes de Cristo, interpoladas con noticias de autores posteriores y del propio Avieno.
Si bien el poema en sus 713 versos conservados contiene información acerca de la navegación entre Tartessos-Massalia (Marsella) y las Oestrymnides (Islas Británicas), así como apuntes de enclaves aún más lejanos, reseñaremos lo que dice Avieno de Isla Cartare, voz de origen fenicio-púnico (como Cartago, Cartagena, Carteia) que vendría a significar Isla de la Ciudad. /Planos de Juan Gavala (1959) con la ubicación de Isla Cartare y su entorno en la Antigüedad; en el plano de mas abajo, el mismo espacio geográfico, en nuestro tiempo.
La certera identificación del antiguo topónimo con la geografía actual la propugnó por vez primera –tras erróneas propuestas de Adolf Schulten (1921) y Antonio Blázquez (1923)- el ingeniero de minas lebrijano-portuense Juan Gavala y Laborde (ver nótula 442) en 1959, en su obra La Geología de la Costa y Bahía de Cádiz y el poema ‘Ora Maritima’ de Avieno, cuya traducción del texto latino seguiremos.
Ora Maritima recoge en sus versos una supuesta descripción de los accidentes costeros gaditanos que visualizó un navegante griego massaliota desde su embarcación de cabotaje. Tomando como referencia la cronología del periplo, la travesía se realizó cuando en la Baja Andalucía comenzaba el colapso, o la transformación, de las bases económicas que sustentaron en un alto grado de civilización a la vieja cultura tartésica.
Tomaremos el texto de Avieno a partir de que el nauta griego pasa por la costa onubense, donde cita un “monte y rico templo consagrado a la diosa infernal, en el interior de una profunda cueva” [Gavala lo sitúa en la colina de Moguer], la laguna Erebea [estuario del río Odiel), la ciudad de Herbi [cabezos de Huelva] y el río Hibero [Tinto-Odiel], añadiendo que “la parte de levante contiene a partir de aquí a los Tartessios y a los Cilbicenos.”
Es destacable en el poema la omisión del extenso cordón dunar (70 km) del litoral del Coto de Doñana, seguramente debida al no contemplar el navegante topografía alguna digna de mención en un entorno muy lineal de arenas bajas. (Como rasgo cultural señalado en la zona, cabría mencionar la existencia de una vía comercial que enlazaba las minas de Aznalcóllar con las colonias fenicias de Cádiz y el Castillo de Doña Blanca a través de Tejada la Vieja, Almonte y El Rocío; milenaria senda bien conocida por los peregrinos rocieros.)
Paso de la Hermandad de El Rocío de El Puerto por las inmediaciones de la laguna del Gallo. 1999. /Foto: J.J.L.A.
ISLA CARTARE
Y tras mencionar al río Hibero, continúa Avieno (versos 255 ss.): “Después se encuentra la Isla Cartare, y es creencia bastante extendida que antiguamente estuvo ocupada por los Cempsos; arrojados luego por lucha con sus vecinos, se retiraron en busca de otros lugares. Se alza después el Monte Cassio […]; luego se encuentra el Cabo del Templo, y a lo lejos está la fortaleza de Gerión […].
Aquí se hallan, distanciadas unas de otras, las bocas del Golfo de los Tartessios, y desde el mencionado río [Hibero] hasta estos lugares hay para los barcos un día de navegación. [La distancia -60 millas- la cubriría una embarcación de la época en 16-18 horas.] Aquí está la ciudad de Gadir, […] la misma fue llamada primeramente Tartessos […]
Mas el río Tartessos [Guadalquivir], al fluir del Lago Ligustino [marismas del Guadalquivir] a través de campos abiertos, ciñe por todas partes con su corriente a la isla. Este rio no avanza con una corriente única, ni surca con un solo cauce el terreno subyacente, pues vierte sus aguas en los campos por tres bocas por la parte de levante, y con una boca gemela baña también dos veces la región situada al sur de la ciudad. […] El mar que se halla en medio separa […] el Castillo de Gerión y el Cabo del Templo, y el golfo [de los Tartessios] se adentra entre altos acantilados de rocas”.
Acantilado en la playa del Almirante. 2010. /Foto: J.J.L.A.
Ese Templo, “junto a un ancho río” –añade el poema más adelante-, debe ser el santuario excavado en el sanluqueño Pinar de la Algaida, el que fue consagrado a la diosa cuyo nombre alude a la luz del crepúsculo (lux dubia), identificada con Phosphoros, y al lucero de la tarde, el planeta Venus. La fortaleza de Gerión (en memoria al mítico rey tartesio) se situaría –según Gavala- en la Isla de León o en el islote de Sancti-Petri. Ambos topónimos delimitaban el Golfo de los Tartesios, que es decir la Bahía de Cádiz.
En la imagen de la izquierda, máscara en terracota del santuario de El Tesorillo, en La Algaida. /Foto: J.J.L.A.
En estos párrafos de Avieno queda fijada la situación de Isla Cartare: abarcaría el territorio situado entre las desembocaduras del Guadalquivir y el Guadalete. Aunque la unión entre ambos ríos nunca fue efectiva por la infranqueable barrera terciaria (38 metros) existente entre El Cuervo y los jerezanos Llanos de Caulina –aunque sí pudo existir abriéndose caños artificiales entre ambos estuarios, como de hecho fue y contó Estrabón-, la peculiar fisonomía del paisaje que se les presentaba a los navegantes que cruzasen el litoral durante el I milenio anterior a nuestra era, aparentaría que los brazos de mar comunicaran entre sí y fuesen los esteros del Guadalete bocas dependientes del Lago Ligustino. Esta hipótesis ya fue enunciada por el investigador gaditano César Pemán en 1941, en su libro El pasaje tartéssico de Avieno a la luz de las últimas investigaciones.
Caño y marisma en Sanlúcar. Al fondo, el Guadalquivir. /Foto: J.J.L.A.
DONDE ESTÁ EL AJO...
Alusiones al territorio que Avieno denomina Isla Cartare se vislumbra en otros escritores de la Antigüedad Clásica. Así, el geógrafo griego Estrabón, a fines del siglo I a.C. aunque empleando noticias de Estesícoro de Himera (hacia 630-550 a.C.), escribe: “Parece ser que en tiempos anteriores se llamó al Betis Tartessos y a Gadir y sus islas vecinas Erytheia. Así se explica que Estesícoro, hablando del pastor Gerión, dijese que había nacido casi enfrente de la ilustre Erytheia, junto a las fuentes inmensas del Tartessos, de raíces argentes, en un escondrijo de la peña. Y como el río tiene dos desembocaduras, se dijo también que la ciudad de Tartessos, homónima del río, estuvo edificada antiguamente en la tierra sita entre ambos.” El mismo espacio donde Estrabón sitúa las ciudades romanas de Nabrissa (Lebrija), Hasta Regia (Mesas de Asta, Jerez) y Ebora (inmediata al sanluqueño santuario de La Algaida), la Torre y el Faro de Caepionis (Chipiona), y el Puerto y Oráculo de Menesteo…
Mesas de Asta, en un estero del Guadalquivir, fue un enclave, desde el Neolítico, de capital importancia en el curso de la Historia. En la imagen, excavándose en los años 50.
Isla Cartare viene a ser hoy el territorio de las fértiles campiñas vinícolas –hasta el siglo XVIII también pobladas de olivares- que se extienden, al sur de Lebrija y El Cuervo, por Jerez, Trebujena, Sanlúcar, Chipiona, Rota y El Puerto. Que viene a ser el mismo espacio del que los viejos flamencos, aludiendo a las tierras donde nació y desde donde se expandió el cante jondo, decían… De El Cuervo pa’bajo, donde está el ajo.
De esas tierras, las situadas al sur de Isla Cartare que hoy conforman el término de El Puerto de Santa María –el Portus Gaditanus que a fines del siglo I antes de Cristo fundó Balbo ‘el Menor’-, escribiremos a partir de la próxima entrega.
Los autores, en las marismas entre Trebujena y Sanlúcar. 1984. /Foto: Nani.
Y como por algún lugar hay que comenzar, lo haremos recorriendo el arroyo Salado de Rota, el que en la Edad Media llamaban río de Casarejos, donde en su desembocadura existió, hasta que fue conquistada y repoblada en tiempos de Alfonso X, una aldea andalusí. /Texto: Enrique Pérez Fernández y Juan José López Amador.