Ricardi, en el balcón de su casa en los soportales de la Ribera. /Foto: Jaro Muñoz.
El pasado miércoles Rafael Ricardi se fue a dormir la siesta y no se despertó. Murió aparentemente tranquilo tras una vida marcada por muchos dramas y un episodio traumático. Pasó 13 años de la cárcel acusado de una violación que no había cometido. Pudo salir y cobrar algo más de un millón de euros, la indemnización más alta que se ha concedido en España por un error judicial. Con ese dinero compró la casa en la que falleció durmiendo.
La vida de Ricardi nunca fue fácil. Nació en 1960. En El Puerto le conocían como El Caballito por su forma de caminar, derivada de un accidente que había tenido de joven. Era drogadicto y deambulaba durmiendo muchas noches en la calle. Esa condición de bala perdida fue fundamental para incriminarle en un delito en el que nunca participó. La noche del 12 de agosto de 1995 una joven de 18 años fue violada y la Policía le detuvo tras descubrirle durmiendo bajo un puente. Él negó todo pero la mujer le identificó.
Empezó la cadena de errores. Un informe del Instituto Nacional de Toxicología de Sevilla sobre restos de semen detectó algunos genes de Ricardi. La Audiencia Provincial le condenó a una doble pena de 18 años de cárcel. Aún siendo inocente, fue encarcelado. La Policía esperaba que con su encierro se acabara la oleada de violaciones en la zona. Pero no fue así. Continuaron y una inspectora, Raquel Díaz, se puso al cargo de la investigación. En el 2000 un estudio sobre el mismo semen determinó, con mejores técnicas, que no pertenecía a Ricardi pero la Audiencia no cambió su pena porque consideraba fundamental la declaración de la víctima.
El inocente tuvo que esperar a que en 2007 fuera detenido uno de los verdaderos autores, un hombre de 53 años, bajito y con un defecto en la visión. Igual que Ricardi. Fue detenido por otra causa y, al extraerle ADN, coincidió con el encontrado en cuatro violaciones, una de ellas, por la que él había sido detenido. La Policía resolvió poco después el caso con la detención de otro hombre. Tras destaparse el caso, la Asociación Proderechos Humanos de Andalucía llevó su defensa para sacarle de prisión, algo que ocurrió en 2008, y poder cobrar una indemnización por aquel grave error, que cobró en 2010 con medio millón de euros. Mientras tanto malvivió con una ayuda de 421 euros. Ricardi se llevó después la alegría de otra sentencia de la Audiencia Nacional que duplicó su indemnización hasta superar el millón.
Durante su estancia en prisión, Ricardi nunca recibió visitas de familiares, de los que se había alejado a causa de la droga. Sus parientes explicaron que había sido un hombre perdido, de incierto destino, y que, al menos, la cárcel le sirvió para desintoxicarse y tener un plato siempre por delante. Al salir le arroparon en esta nueva oportunidad que le daba la vida. Pero le quedaban aún algunos dramas.
Su hija Macarena, que llegó a aparecer en los platós de televisión, advertía de que su padre estaba siendo manipulado. “No se toma su medicación y va a acabar muy mal”, advirtió en 2012. Tras conseguir la indemnización, abrió un procedimiento judicial para intentar declararle incapacitado y gestionar ella esa nueva fortuna. Alertaba de que en poco tiempo, tras comprar una casa, conseguir pareja y retomar su actividad, apenas quedaban 60.000 euros en su cuenta. El juzgado que, durante unos meses, le retuvo el dinero, determinó en la sentencia que desestimaba aquella declaración de incapacidad que era “comprensible” su deseo de recuperar la vida.
Ricardi había rehecho su vida con una mujer y había recuperado la relación con otros hijos, con los que estuvo trabajando en una caseta de la feria de El Puerto celebrada hace apenas dos semanas. Según publicó Diario de Cádiz, tenía previsto casarse pronto. “Siempre tuvo una sonrisa, a pesar del drama que sufrió. Fue un ejemplo de lucha”, destacaba su abogado Juan Domingo Valderrama. Ricardi siempre decía que nadie le pidió perdón por el error cometido con él pero que, transcurrido todo este tiempo, tampoco lo quería. Quienes le han tratado estos últimos meses han coincidido en señalar que parecía un hombre tranquilo y feliz. Murió con 54 años, aunque sólo 41 años los vivió en libertad. /Texto: Pedro Espinosa.
Más de Rafael Ricardi en GdP: Nótula núm. 938